13/05/2019, 23:32
—Necesitamos saber dónde está la entrada a la guarida en sí, si es que ese es el sitio de verdad —asintió Yamatsuki, antes de comenzar las órdenes propias del shinobi de rango medio que era en realidad—: Seremos muy prudentes de momento. Llegará el momento que tengamos que seguir a una de las Náyades para reemplazarla o para interrogarla, pero es el primer día y ya llevamos muy buen progreso. Además haríamos bien en esperar a tener más información de mis gatos, al anochecer.
—Estoy de acuerdo —afirmó Ariba.
—Yo solía tener una muy buena vista. Entonces sería muy fácil ver todo el contenido del tugurio. Pero tú sigues teniendo muy buen oído. Escucha: pasaremos por delante como si nada. Trata de usar tu ecolocación para hacerte un mapa mental del interior. Trata de memorizarlo y nos haremos un esquema en papel. ¿Entendido? ¡Vamos!
—¡Espera, espera! —exclamó, agarrándola del brazo como si de un despechado amante se tratara. Entonces se acercó aún más a Tsukiyama y, mirándola a los ojos como el amante que desesperadamente trata de demostrar su afecto a su Afrodita, bajó aún más la voz—. Mi técnica no funciona así... lo que capto cuando la uso es el reflejo del eco que se produce cuando el sonido rebota contra un objeto sólido o líquido. Es decir, lo único que vería sería la fachada de la taberna, no su interior. Para eso tendría que estar yo dentro o, si tenemos suerte, que haya alguna ventana abierta o algo así. Podemos probar suerte, a ver qué pasa.
Así, Daruu y Ayame bajo aquellas nuevas identidades, abandonaron el callejón y echaron a andar hacia aquel edificio que, a todas luces, parecía tratarse de una taberna, con dos hojas de puerta que se abrían hacia ambos lados y un cartel deteriorado por la humedad y el paso del tiempo que rezaba, a falta de un par de letras: Mal de Ojo.
Como quien no quería la cosa, Ariba comenzó a tararear una canción a mitad de camino. Una canción sobre noches oscuras que amenazaban con el asalto de cualquier banda criminal y un espíritu que concedía tres deseos a todo aquel que lo liberara de sus ataduras. Lo que seguramente nadie esperara, a excepción de su acompañante, era que aquella canción era un caballo de troya que escondía en su interior la exploración en forma de chakra. Sus manos, ocultas bajo la túnica en el sello del pájaro, así lo atestiguaban.
—Estoy de acuerdo —afirmó Ariba.
—Yo solía tener una muy buena vista. Entonces sería muy fácil ver todo el contenido del tugurio. Pero tú sigues teniendo muy buen oído. Escucha: pasaremos por delante como si nada. Trata de usar tu ecolocación para hacerte un mapa mental del interior. Trata de memorizarlo y nos haremos un esquema en papel. ¿Entendido? ¡Vamos!
—¡Espera, espera! —exclamó, agarrándola del brazo como si de un despechado amante se tratara. Entonces se acercó aún más a Tsukiyama y, mirándola a los ojos como el amante que desesperadamente trata de demostrar su afecto a su Afrodita, bajó aún más la voz—. Mi técnica no funciona así... lo que capto cuando la uso es el reflejo del eco que se produce cuando el sonido rebota contra un objeto sólido o líquido. Es decir, lo único que vería sería la fachada de la taberna, no su interior. Para eso tendría que estar yo dentro o, si tenemos suerte, que haya alguna ventana abierta o algo así. Podemos probar suerte, a ver qué pasa.
Así, Daruu y Ayame bajo aquellas nuevas identidades, abandonaron el callejón y echaron a andar hacia aquel edificio que, a todas luces, parecía tratarse de una taberna, con dos hojas de puerta que se abrían hacia ambos lados y un cartel deteriorado por la humedad y el paso del tiempo que rezaba, a falta de un par de letras: Mal de Ojo.
Como quien no quería la cosa, Ariba comenzó a tararear una canción a mitad de camino. Una canción sobre noches oscuras que amenazaban con el asalto de cualquier banda criminal y un espíritu que concedía tres deseos a todo aquel que lo liberara de sus ataduras. Lo que seguramente nadie esperara, a excepción de su acompañante, era que aquella canción era un caballo de troya que escondía en su interior la exploración en forma de chakra. Sus manos, ocultas bajo la túnica en el sello del pájaro, así lo atestiguaban.