14/05/2019, 15:24
La sirena cantó, con la cabeza asomándose sobre la blanca espuma del mar, y los marineros se deleitaron con su voz. Lo que no sabían es que aquellos cánticos ocultaban un misterioso secreto entre sus cándidas notas de ángel.
Las ondas de chakra se pregonaron a su alrededor, focalizándose en al menos los primeros diez metros de perímetro que cubría el salón. Ayame se hizo poco después, como receptora, la emisión del eco en retorno y a través de aquella increíble técnica, pudo captar ciertas cosas.
El interior de la Taberna Mal de Ojo tenía una distribución típica de cualquier bar de mala muerte. En cuanto a objetos se refiere, Ayame comprobó que el salón estaba compuesto por unas cinco mesas redondas, asumiblemente de madera, con bancos sin espaldar, distribuidos en un par por mesa. Sólo una de ellas estaba ocupada en ese momento, por la silueta de un hombretón obeso y papudo que, en soledad, disfrutaba de unas cuantas cervezas. Sobre la mesa había siete siluetas de botellas, aparentemente vacías, así que había estado empinando bien, el tipo.
A una distancia prudente, se encontraba la barra. Un amplio mesón que se extendía de izquierda a derecha y que yacía superpuesta a unos tablones. Tras él, sendas estanterías ataviada con decenas de frascos, vasos y más botellas de distintos tamaños y contenido imposible distinguir con la ecolocalización.
La silueta de una mujer rechoncha y encorvada —que no parecía ser Shannako, por la contextura de su cuerpo—. se encontraba sirviendo un trago.
La técnica continuó su análisis del entorno, pero no percibió nada destacable. Ni rastro de Shannako, o de otra Náyade, al fin y al cabo.