14/05/2019, 18:14
Afortunadamente para ellos, la voz de la sirena caló en el interior de la taberna. Y el eco le devolvió la imagen de una sala de bar como cualquier otra, con unas cinco mesas de forma redonda y dos bancos sin respaldo por cada una y una barra que se extendía de lado a lado, con estanterías detrás de ella repletas de vasos, frascos, y botellas de diferentes tamaños y formas. Hasta donde su técnica consiguió alcanzar, Ayame sólo llegó a ver a dos personas, y ninguna de ellas era la mujer de pelo corto que estaba buscando, sólo a un tipo orondo parapetado en una de las mesas y con varias jarras frente a él y a la tabernera, una mujer rechoncha y encorvada.
Ariba dejó de cantar y frunció ligeramente el ceño.
—Señorita, ¿no le apetece un trago? Tengo la garganta más seca que la mojama que venden en estos tugurios —sugirió, torciendo ligeramente el gesto antes de añadir en voz muy baja—: No la veo.
Ariba dejó de cantar y frunció ligeramente el ceño.
—Señorita, ¿no le apetece un trago? Tengo la garganta más seca que la mojama que venden en estos tugurios —sugirió, torciendo ligeramente el gesto antes de añadir en voz muy baja—: No la veo.