17/05/2019, 00:08
—Esto es un bar, muchacho. No hay cerveza sin alcohol —objetó la tabernera—. Agua de caño será.
«¿No sirven cerveza sin alcohol pero sí agua? ¿Qué clase de bar es este?» Se preguntaba Ayame, aunque lo cierto era que la tabernero, sin saberlo, le estaba haciendo un verdadero favor con ello.
—Muy bien, vosotras ganáis —resopló Ariba, con una sonrisilla y los hombros levantados.
Para su completa estupefacción, la tabernero invidente parecía moverse como pez en el agua en su territorio. Quizás fuera aquel sexto sentido que se decía que desarrollaban las personas que carecían de una de sus facultades básicas, o quizás fuera que la mujer ya se sabía de memoria cada palmo de su local de memoria, pero lo cierto fue que la tabernera no tuvo ningún problema en servirles lo que habían pedido. Y ahora Ariba contemplaba con cierta repugnancia el vaso que tenía frente a sí, rebosante de un líquido que decían que era agua, pero cuyo aspecto no daba muchas esperanzas acerca de su salubridad.
Aprovechando que la mujer era ciega y no podría ver sus reacciones, Ariba no tomó el vaso por el momento. Se le había quitado toda la sed que pudiera haber tenido hasta aquel momento.
—Son 10 ryous.
«¿Diez ryos un vaso con agua que parece haber salido de un estanque con ranas y una cerveza? ¿Estamos locos?»
Pero Tsukiyama se adelantó para pagar. Las monedas rodaron un momento por la superficie de la barra antes de caer planas, con su característico tintineo metálico.
—Aquí tiene. ¿No suele venir mucha gente por aquí, eh, anciana? —dijo, echando un vistazo al borrachuzo que tenían a su espalda—. . ¿No pensó en poner el sitio en un lugar que oliese menos a pescado podrido?
Y mientras Tsukiyama se había metido de lleno en una conversación con la tabernera, Ariba volvía a canturrear para sí, aparentemente distraído...
Pero en realidad intentando ver con su ecolocalización hacia la escalera de caracol que descendía detrás de la barra. Cualquier dato que pudiera recolectar resultaba crucial.
«¿No sirven cerveza sin alcohol pero sí agua? ¿Qué clase de bar es este?» Se preguntaba Ayame, aunque lo cierto era que la tabernero, sin saberlo, le estaba haciendo un verdadero favor con ello.
—Muy bien, vosotras ganáis —resopló Ariba, con una sonrisilla y los hombros levantados.
Para su completa estupefacción, la tabernero invidente parecía moverse como pez en el agua en su territorio. Quizás fuera aquel sexto sentido que se decía que desarrollaban las personas que carecían de una de sus facultades básicas, o quizás fuera que la mujer ya se sabía de memoria cada palmo de su local de memoria, pero lo cierto fue que la tabernera no tuvo ningún problema en servirles lo que habían pedido. Y ahora Ariba contemplaba con cierta repugnancia el vaso que tenía frente a sí, rebosante de un líquido que decían que era agua, pero cuyo aspecto no daba muchas esperanzas acerca de su salubridad.
Aprovechando que la mujer era ciega y no podría ver sus reacciones, Ariba no tomó el vaso por el momento. Se le había quitado toda la sed que pudiera haber tenido hasta aquel momento.
—Son 10 ryous.
«¿Diez ryos un vaso con agua que parece haber salido de un estanque con ranas y una cerveza? ¿Estamos locos?»
Pero Tsukiyama se adelantó para pagar. Las monedas rodaron un momento por la superficie de la barra antes de caer planas, con su característico tintineo metálico.
—Aquí tiene. ¿No suele venir mucha gente por aquí, eh, anciana? —dijo, echando un vistazo al borrachuzo que tenían a su espalda—. . ¿No pensó en poner el sitio en un lugar que oliese menos a pescado podrido?
Y mientras Tsukiyama se había metido de lleno en una conversación con la tabernera, Ariba volvía a canturrear para sí, aparentemente distraído...
Pero en realidad intentando ver con su ecolocalización hacia la escalera de caracol que descendía detrás de la barra. Cualquier dato que pudiera recolectar resultaba crucial.