17/05/2019, 10:04
La tabernera arrugó la nariz en cuanto Ariba se puso a cantar, no debía de estar acostumbrada a que nadie hiciera algo tan alegre entre aquellas mugrientas paredes. Pero a la kunoichi no le importó demasiado, tenía algo más importante entre manos que preocuparse de la impresión que estaba dando.
El sonido de su voz bajó raudo las escaleras de caracol y le devolvió la imagen de un sótano que parecía servir como bodega o como almacén, a juzgar por las múltiples cajas, barriles y cajas con botellas que llenaban el espacio. Para su decepción, no parecía haber nada reseñable allí abajo, su ecolocalización terminaba con un muro de ladrillo.
—La taberna no me pertenece, sólo regento —respondía mientras tanto a la intervención de Tsukiyama—. Y si no lo sabéis es porque sois nuevos por aquí. Que no se entere, o os irá mal.
Justo en ese momento las puertas volvieron a abrirse con un chirrido. Ariba se volvió discretamente, para echarle un vistazo al recién llegado. Y su corazón se olvidó de latir durante un instante cuando vio a aquella enorme mujer de tez bronceada. Una presencia que pareció inundar el ambiente con una tensión tan densa que podría haber sido cortada con un cuchillo.
«¿Es... Nioka...?»
A Ariba no le pasó desapercibido el cambio de ambiente en el local: La tabernera se había refugiado en un rincón de la barra y se había puesto a secar varios vasos con un trapo tan sucio como el mismo vidrio, y el borracho de la mesa de atrás se había enderezado como un palo endeble. Aquella mujer era peligrosa.
Y, a sabiendas de ello, su corazón comenzó a galopar de forma frenética cuando la mujer decidió sentarse justo junto a él. Aún en aquella posición, la mujer-montaña le sacaba medio palmo de altura. Ariba trató por todos los medios ignorar aquellos ojos de color oliva que se habían posado sobre él como los de un depredador juzgando a una potencial presa; y, como tal, Ariba había tensado de forma inconsciente todos los músculos de su cuerpo, a la espera de un peligro inminente.
—¿Qué cojones estás esperando? —habló al fin—. Venga, invítame un puto trago.
Ariba se humedeció los labios, sumamente nervioso, y paseó la mirada por el cuerpo de la descomunal mujer. Si no recordaba mal, Nioka era la mujer del hacha y era eso precisamente lo que estaba buscando. Tenía que [i]prepararse[i] para cualquier cosa que pudiera suceder, aunque un conflicto abierto sin duda daría al traste con su disfraz.
—¡Pues claro, que no se diga más! Tabernera, sirva a esta mujer. Esta ronda la paga un servidor —comandó, con cierto tinte tembloroso en su voz—. Claro que a cambio me encantaría al menos conocer el nombre de mi acompañante, si no es mucho pedir...
El sonido de su voz bajó raudo las escaleras de caracol y le devolvió la imagen de un sótano que parecía servir como bodega o como almacén, a juzgar por las múltiples cajas, barriles y cajas con botellas que llenaban el espacio. Para su decepción, no parecía haber nada reseñable allí abajo, su ecolocalización terminaba con un muro de ladrillo.
—La taberna no me pertenece, sólo regento —respondía mientras tanto a la intervención de Tsukiyama—. Y si no lo sabéis es porque sois nuevos por aquí. Que no se entere, o os irá mal.
Justo en ese momento las puertas volvieron a abrirse con un chirrido. Ariba se volvió discretamente, para echarle un vistazo al recién llegado. Y su corazón se olvidó de latir durante un instante cuando vio a aquella enorme mujer de tez bronceada. Una presencia que pareció inundar el ambiente con una tensión tan densa que podría haber sido cortada con un cuchillo.
«¿Es... Nioka...?»
A Ariba no le pasó desapercibido el cambio de ambiente en el local: La tabernera se había refugiado en un rincón de la barra y se había puesto a secar varios vasos con un trapo tan sucio como el mismo vidrio, y el borracho de la mesa de atrás se había enderezado como un palo endeble. Aquella mujer era peligrosa.
Y, a sabiendas de ello, su corazón comenzó a galopar de forma frenética cuando la mujer decidió sentarse justo junto a él. Aún en aquella posición, la mujer-montaña le sacaba medio palmo de altura. Ariba trató por todos los medios ignorar aquellos ojos de color oliva que se habían posado sobre él como los de un depredador juzgando a una potencial presa; y, como tal, Ariba había tensado de forma inconsciente todos los músculos de su cuerpo, a la espera de un peligro inminente.
—¿Qué cojones estás esperando? —habló al fin—. Venga, invítame un puto trago.
Ariba se humedeció los labios, sumamente nervioso, y paseó la mirada por el cuerpo de la descomunal mujer. Si no recordaba mal, Nioka era la mujer del hacha y era eso precisamente lo que estaba buscando. Tenía que [i]prepararse[i] para cualquier cosa que pudiera suceder, aunque un conflicto abierto sin duda daría al traste con su disfraz.
—¡Pues claro, que no se diga más! Tabernera, sirva a esta mujer. Esta ronda la paga un servidor —comandó, con cierto tinte tembloroso en su voz—. Claro que a cambio me encantaría al menos conocer el nombre de mi acompañante, si no es mucho pedir...