17/05/2019, 17:13
Pero Yamatsuki tardó unos instantes en recobrarse del susto que acababan de pasar.
—Ariba, deja de meterte en fregaos, joder. Siempre tengo que sacartr las castañas del fuego —le dijo.
Y Ariba enrojeció hasta las orejas al percibir el significado de la intensa mirada que le dirigió. Tuvo el impulso de disculparse, pero decidió no hacerlo en voz alta. No sabían qué oídos podían estar acechándoles desde las sombras. Y así, los dos retornaron sobre sus pasos y volvieron al norte, a la seguridad del Corredor de las Luciérnagas y a la comodidad de su habitación. Por el camino, ambos cambiaron de apariencia por lo menos tres veces. Cualquier precaución era poca en la situación en la que se encontraban.
—Es allí, da igual que vieras más o menos —respondió Daruu, ya recuperada su apariencia habitual—. Ya tenemos el sitio, y la hija de puta salió de la bodega.
Ayame parpadeó, perpleja.
—¿Qué? ¡No! Entró por la misma puerta principal. Pero en algo tienes razón: yo a quien vi fue a la otra mujer, la del Raiton. Y ninguno de los dos la vimos dentro de la taberna. O bien se transformó en ese borracho o en la tabernera o bien accedió a alguna parte que no llegamos a ver. ¿Quizás un pasadizo secreto en la bodega? —supuso, encogiéndose de hombros.
—Comienza la siguiente fase del plan. Ya nos hemos metido demasiado en la boca del lobo hoy. Por ahora, debemos dejar pasar unos días. Que las sospechas que hemos levantado se disipen. Que parezca lo que hemos pretendido que parezca: que dos extraños han escapado aterrorizados porque no tenían dinero para invitar a Naoka. Y ya está.
Ayame asintió, conforme al plan.
—Luego, vigilaremos los alrededores y seguiremos a la tipa esta, cuando salga, tratando de pillarla en un sitio solitario. La reduciremos y la interrogaremos. Y luego... —Daruu se dio la vuelta y se acercó a la ventana. La luz de los neones y de las luciérnagas creó unas sombras fantasmagóricas en su semblante que a Ayame le puso los pelos de punta—. Luego que le rece a Amenokami, porque su vida habrá acabado. Ahora a esperar a mis gatos. A ver si han averiguado más cosas.
—Sólo espero que a ese borrachuzo no le pasara nada por nuestra culpa...
Pero los felinos no llegaron a la llegada de la medianoche. Ayame y Daruu siguieron esperándolos con creciente impaciencia, y Ayame llegó a preocuparse de que les hubieran pillado y les hubiera ocurrido algo. Al final decidió darse una ducha, cenar algo e intentar dormir. Pero apenas había empezado a conciliar el sueño cuando un maullido la despertó.
—Meaowww. Tenemos noticias, señor.
El que había hablado era el gato azabache, los otros dos parecían demasiado ocupados ocupándose de un par de luciérnagas que habían pasado a convertirse en su almuerzo. Ayame se volvió hacia Daruu rápidamente.
—¡Daruu, tus gatitos! ¡Han vuelto!
—Ariba, deja de meterte en fregaos, joder. Siempre tengo que sacartr las castañas del fuego —le dijo.
Y Ariba enrojeció hasta las orejas al percibir el significado de la intensa mirada que le dirigió. Tuvo el impulso de disculparse, pero decidió no hacerlo en voz alta. No sabían qué oídos podían estar acechándoles desde las sombras. Y así, los dos retornaron sobre sus pasos y volvieron al norte, a la seguridad del Corredor de las Luciérnagas y a la comodidad de su habitación. Por el camino, ambos cambiaron de apariencia por lo menos tres veces. Cualquier precaución era poca en la situación en la que se encontraban.
—Es allí, da igual que vieras más o menos —respondió Daruu, ya recuperada su apariencia habitual—. Ya tenemos el sitio, y la hija de puta salió de la bodega.
Ayame parpadeó, perpleja.
—¿Qué? ¡No! Entró por la misma puerta principal. Pero en algo tienes razón: yo a quien vi fue a la otra mujer, la del Raiton. Y ninguno de los dos la vimos dentro de la taberna. O bien se transformó en ese borracho o en la tabernera o bien accedió a alguna parte que no llegamos a ver. ¿Quizás un pasadizo secreto en la bodega? —supuso, encogiéndose de hombros.
—Comienza la siguiente fase del plan. Ya nos hemos metido demasiado en la boca del lobo hoy. Por ahora, debemos dejar pasar unos días. Que las sospechas que hemos levantado se disipen. Que parezca lo que hemos pretendido que parezca: que dos extraños han escapado aterrorizados porque no tenían dinero para invitar a Naoka. Y ya está.
Ayame asintió, conforme al plan.
—Luego, vigilaremos los alrededores y seguiremos a la tipa esta, cuando salga, tratando de pillarla en un sitio solitario. La reduciremos y la interrogaremos. Y luego... —Daruu se dio la vuelta y se acercó a la ventana. La luz de los neones y de las luciérnagas creó unas sombras fantasmagóricas en su semblante que a Ayame le puso los pelos de punta—. Luego que le rece a Amenokami, porque su vida habrá acabado. Ahora a esperar a mis gatos. A ver si han averiguado más cosas.
—Sólo espero que a ese borrachuzo no le pasara nada por nuestra culpa...
Pero los felinos no llegaron a la llegada de la medianoche. Ayame y Daruu siguieron esperándolos con creciente impaciencia, y Ayame llegó a preocuparse de que les hubieran pillado y les hubiera ocurrido algo. Al final decidió darse una ducha, cenar algo e intentar dormir. Pero apenas había empezado a conciliar el sueño cuando un maullido la despertó.
—Meaowww. Tenemos noticias, señor.
El que había hablado era el gato azabache, los otros dos parecían demasiado ocupados ocupándose de un par de luciérnagas que habían pasado a convertirse en su almuerzo. Ayame se volvió hacia Daruu rápidamente.
—¡Daruu, tus gatitos! ¡Han vuelto!