19/05/2019, 23:27
Fue el chirrido de un despertador hallado la noche anterior en el cajón de una de las mesitas de noche el que los despertó a la mañana siguiente y ambos shinobi se despertaron prestos, a sabiendas de la importancia que tenía aquel día. Tomaron un desayuno ligero, y después de asearse y vestirse, Daruu volvió a invocar a dos de sus gatos, que volvieron a saludar de aquella manera suya: uno de color canela con rayas oscuras y ojos dorados y otro de color perlado con ojos azules.
—Buenos días, chicos —sonrió Daruu—. Antes de que nos guiéis hacia allá, contadnos todo lo que sepáis de esos tipos. Y decidnos dónde se ocultan y cómo es el sitio —les pidió, mientras se acercaba a la ventana y abría una pequeña rendija—. Luego, bajáis a la calle y nos esperáis. Cuando salgamos del hotel, os seguiremos.
—La verdad es que no sabemos demasiado, Daruu-sama —dijo el canela—. Eran dos hombres comunes y corrientes, ciudadanos vulgares. Podemos estar seguros de que no son ninjas, eso sí. Vestían bastante decente, sabe, ¡como los humanos con dinero!
—Comerciantes, Zina, comerciantes —le corrigió el perlado.
—Eso, eso. Bueno, se encuentran algo lejos de aquí. A unas cuantas cuadras. Poseen un enorme establo donde parquean al menos unos siete carruajes con mercancía, y dan descanso a sus caballos.
—Siete carruajes... —murmuró Ayame, con los ojos abiertos como platos. Esos eran muchos carruajes. Desde luego, aquellos comerciantes debían de tener mucho dinero... y algo le decía que se debía en gran parte a su acuerdo con las Náyades.
—¿Quizás así transportan los intereses de las Náyades, no? —inquirió el gato perlado.
—Oh, qué gato tan perspicaz. ¡Meaow! —replicó Zina.
Y el otro arrugó el hocico, visiblemente molesto.
—Eh... sí, como decía. El establo está custodiado por unos cuántos dependientes. También pudimos notar que hay una escasa presencia de guardias del Feudo vigilando esas áreas, incluyendo la puerta Este.
—Bien —asintió Daruu—. Bajad a la calle y esperadnos. Buscad un callejón solitario, iremos transformados al lugar —les indicó, antes de volverse hacia Ayame—. Nos transformaremos en una pareja de mercaderes opulentos que quieren llevar una mercancía especial a un sitio discretamente. Como toda persona rica que se precie, trataremos a los dependientes con desprecio y con arrogancia y exigiremos hablar con los dueños para un trato especial y discreto. Les pediremos ir a un sitio en el que no puedan molestarnos para hablar en profundidad y negociar. No se negociará nada, pero oh, créeme. Hablaremos. O más bien, hablarán.
Ayame asintió.
—Entendido —respondió, mientras se reincorporaba y se dirigía hacia la puerta de la habitación. Desde luego, no había dudas en el desarrollo de su misión: ambos tenían sus maneras para hacer hablar a la gente. Unas más inocuas que otras—. No estarás pensando en acabar con ellos, ¿verdad? Preferiría no hacerlo... Ellos no son ellas —le preguntó en apenas un susurro, mientras se dirigían hacia el lugar acordado con los felinos para comenzar la búsqueda.
—Buenos días, chicos —sonrió Daruu—. Antes de que nos guiéis hacia allá, contadnos todo lo que sepáis de esos tipos. Y decidnos dónde se ocultan y cómo es el sitio —les pidió, mientras se acercaba a la ventana y abría una pequeña rendija—. Luego, bajáis a la calle y nos esperáis. Cuando salgamos del hotel, os seguiremos.
—La verdad es que no sabemos demasiado, Daruu-sama —dijo el canela—. Eran dos hombres comunes y corrientes, ciudadanos vulgares. Podemos estar seguros de que no son ninjas, eso sí. Vestían bastante decente, sabe, ¡como los humanos con dinero!
—Comerciantes, Zina, comerciantes —le corrigió el perlado.
—Eso, eso. Bueno, se encuentran algo lejos de aquí. A unas cuantas cuadras. Poseen un enorme establo donde parquean al menos unos siete carruajes con mercancía, y dan descanso a sus caballos.
—Siete carruajes... —murmuró Ayame, con los ojos abiertos como platos. Esos eran muchos carruajes. Desde luego, aquellos comerciantes debían de tener mucho dinero... y algo le decía que se debía en gran parte a su acuerdo con las Náyades.
—¿Quizás así transportan los intereses de las Náyades, no? —inquirió el gato perlado.
—Oh, qué gato tan perspicaz. ¡Meaow! —replicó Zina.
Y el otro arrugó el hocico, visiblemente molesto.
—Eh... sí, como decía. El establo está custodiado por unos cuántos dependientes. También pudimos notar que hay una escasa presencia de guardias del Feudo vigilando esas áreas, incluyendo la puerta Este.
—Bien —asintió Daruu—. Bajad a la calle y esperadnos. Buscad un callejón solitario, iremos transformados al lugar —les indicó, antes de volverse hacia Ayame—. Nos transformaremos en una pareja de mercaderes opulentos que quieren llevar una mercancía especial a un sitio discretamente. Como toda persona rica que se precie, trataremos a los dependientes con desprecio y con arrogancia y exigiremos hablar con los dueños para un trato especial y discreto. Les pediremos ir a un sitio en el que no puedan molestarnos para hablar en profundidad y negociar. No se negociará nada, pero oh, créeme. Hablaremos. O más bien, hablarán.
Ayame asintió.
—Entendido —respondió, mientras se reincorporaba y se dirigía hacia la puerta de la habitación. Desde luego, no había dudas en el desarrollo de su misión: ambos tenían sus maneras para hacer hablar a la gente. Unas más inocuas que otras—. No estarás pensando en acabar con ellos, ¿verdad? Preferiría no hacerlo... Ellos no son ellas —le preguntó en apenas un susurro, mientras se dirigían hacia el lugar acordado con los felinos para comenzar la búsqueda.