20/05/2019, 00:31
¡Vamos! —acto seguido, echó a andar.
La pareja de acaudalados, que seguían a un gato cualquiera de color canela que se movía cauteloso y en clandestinidad a través de las amplias calles de Shinogi-To, transitó gran parte del plano de la ciudad hasta alcanzar los límites del Este. Dejando atrás un buen puñado de casonas que servían seguramente a otros ciudadanos de alta cuna —las zonas residenciales así lo advertían, al ser edificaciones menos rústicas y más joviales que el resto. Calles pulcras, y mayor presencia de polizones que en otros sectores de la ciudad—. Zina se escabulló hasta las cercanías de la entrada Este, que no era sino un enorme arco de piedra también custodiada por los guardias del feudo, área que prefirió evitar para no levantar sospechas, cogiendo una ruta alternativa. Dos cuadras más tarde, se detuvo en seco y puso el ojo en el destino final.
A la distancia, hizo una seña con la cola y Kiri fue el encargado de transmitirla.
El gato de color perla señalaba a una enorme casona de concreto, con murales vinotinto y un techado blanco de doble abertura que caía hacia ambos costados de la edificación que acababa tras una corta planicie serpentina que separaba los límites de su propiedad de las calles principales del municipio. A lo lejos pudieron vislumbrar el establo —los gatos lo habían definido así por la presencia de caballos, pero realmente lucía más como una casona medieval—. propiedad que, a simple vista, lucía bastante costosa tanto por la estructura como por la posición estratégica con respecto al acceso de los transportes a través de la puerta Este. De frente se podía ver el portón de entrada, un enorme ventanal en el segundo piso y, hacia los costados, el depósito de carruajes y los establos. Dos jóvenes cargaban un par de cajas de especias selladas, con el kanji 渡辺 y una cruz blanca plasmado en tinta. Parecían estar acomodando la carreta para un nuevo transporte, a algún cliente que, probablemente, no fueran las Náyades.
* * *
La pareja de acaudalados, que seguían a un gato cualquiera de color canela que se movía cauteloso y en clandestinidad a través de las amplias calles de Shinogi-To, transitó gran parte del plano de la ciudad hasta alcanzar los límites del Este. Dejando atrás un buen puñado de casonas que servían seguramente a otros ciudadanos de alta cuna —las zonas residenciales así lo advertían, al ser edificaciones menos rústicas y más joviales que el resto. Calles pulcras, y mayor presencia de polizones que en otros sectores de la ciudad—. Zina se escabulló hasta las cercanías de la entrada Este, que no era sino un enorme arco de piedra también custodiada por los guardias del feudo, área que prefirió evitar para no levantar sospechas, cogiendo una ruta alternativa. Dos cuadras más tarde, se detuvo en seco y puso el ojo en el destino final.
A la distancia, hizo una seña con la cola y Kiri fue el encargado de transmitirla.
El gato de color perla señalaba a una enorme casona de concreto, con murales vinotinto y un techado blanco de doble abertura que caía hacia ambos costados de la edificación que acababa tras una corta planicie serpentina que separaba los límites de su propiedad de las calles principales del municipio. A lo lejos pudieron vislumbrar el establo —los gatos lo habían definido así por la presencia de caballos, pero realmente lucía más como una casona medieval—. propiedad que, a simple vista, lucía bastante costosa tanto por la estructura como por la posición estratégica con respecto al acceso de los transportes a través de la puerta Este. De frente se podía ver el portón de entrada, un enorme ventanal en el segundo piso y, hacia los costados, el depósito de carruajes y los establos. Dos jóvenes cargaban un par de cajas de especias selladas, con el kanji 渡辺 y una cruz blanca plasmado en tinta. Parecían estar acomodando la carreta para un nuevo transporte, a algún cliente que, probablemente, no fueran las Náyades.