22/05/2019, 11:40
—¿¡No habéis oído a la señorita o qué!? —exclamó Eien junto a ella, reforzando aún más sus exigencias de mujer ricachona—. ¡Los jefes, ya! Vamos, vamos, he escuchado mucho sobre su profesionalidad y no creo que le guste que dos clientes tan influyentes como nosotros vayan contando por ahí que les han hecho perder el tiempo llamando a la puertita.
Los chicos tardaron algunos segundos en responder, y Ayame, en su fuero interno, comenzó a temer no haber sido lo suficientemente contundente como para hacerse notar. Al final, uno de los mozos le pasó sus cajas al otro y les hizo una señal inequívoca para que le siguieran.
«Menos mal... Fase uno, completada.» O eso quería creer. Sin embargo, no se permitió el lujo de relajarse. Mantuvo en todo momento su posición altanera, con la barbilla bien levantada y los ojos entrecerrados, como si nada a su alrededor mereciera la pena ser mirado por sus ojos.
Usaron las escaleras para subir al piso superior, que daba a un pasillo que daba a una única puerta.
—¡Watanabe-sama! ¡Watanabe-sama! —exclamó el mozo, que se había adelantado para llamar a la puerta—. ¡Ddd-disculpe que moleste, tengo al señor y a la señorita...? —Se interrumpió, al no conocer sus nombres. Sin embargo, antes de que Ayame pudiera sacarle de su error, decidió continuar adelante—. No sé sus nombres, señor, pero dicen que quieren verlo a usted. Al dueño de éste cuchitril.
«¡¡Pero será idiota!!» Chilló Ayame para sus adentros, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no chocar la palma de su mano contra su frente. «Al menos ya sabemos qué significaba esa firma en las cajas de los muchachos... pero no nos dice mucho.»
El silencio se extendió durante varios largos y pegajosos segundos, hasta que al fin la puerta se abrió con un chirrido y una luz tenue proveniente del interior les iluminó. Kinaara rompió a toser cuando el humo amargo de un puro la envolvió, y con ojillos llorosos, la mujer sacó un reluciente abanico rosa de uno de sus bolsillos. Frente a ellos se alzaba un hombre robusto e imponente, de cabellos cortos y engominados, que vestía una larga túnica purpúrea tallada con botones dorados, anillos dorados y una cadena dorada. Si Ayame creía haber adoptado una forma opulenta, sin duda la de aquel hombre la superaba con creces.
—¿Y... vosotros sois...?
—Si todo va bien, dos amigos que te harán ganar dinero con un jugoso trato... —se adelantó Eien—. Claro que... preferimos mantener el anonimato mientras tengamos presencia de... oídos indiscretos. Watanabe-dono, queremos transportar algo muy... delicado. ¿Podríamos pasar y comentarlo con usted a solas? Nos presentaremos entonces.
Watanabe le miró de soslayo mientras le daba otra calada a su puro, y Ayame aguantaba la respiración, profundamente asqueada.
—¿Ah sí? —sonrió, y unos dientes amarillentos podridos por el tabaco aparecieron debajo de su mostacho. Watanabe se encorvó junto al mozo que les había acompañado, le susurró unas palabras que ni siquiera Ayame llegó a escuchar, y este salió corriendo poco después por las mismas escaleras que habían subido ellos.
«Aquí hay gato encerrado... Y puede que seamos nosotros...» Pensó Ayame, con terror.
Entonces Watanabe movió la mano hacia el interior del despacho, y esta atravesó el humo con una estela.
—Adelante, pues.
Junto a Kinaara, Eien dio un bote entusiasmado en el sitio y dio una palmada de alegría. Quizás, demasiado entusiasmado. Y entonces... Watanabe se quedó clavado en el sitio con la mirada perdida en el infinito.
—Puedes usar el Jigyaku no Jutsu para hipnotizarlo y que nos cuente todo lo que sepa. O puedes coger ponerle mis esposas y nos lo llevamos a la habitación, pero eso va a ser más complicado de explicar después, a no ser que dejemos una marca en su despacho para traerle de vuelta —le dijo Eien a Kinaara entre susurros.
Y ella alzó una ceja, retrasó la mano hasta introducirla en el portaobjetos que llevaba tras la espalda y sacó sus propias esposas.
—¿Te crees que eres el único que tiene unas? —bromeó, pero enseguida añadió, en el mismo tono de voz—. Mejor hagamos ambas cosas, le esposamos y le interrogamos aquí, no me gustaría meter en un aprieto a Ginjo . Aunque no estoy segura de si hacerlo en mitad del pasillo es una buena idea...
—En cualquier caso, no sé si me atrevería a entrar ahí dentro —rebatió Eien—. Quizás hay alguien más, o es una trampa. En cualquier caso, hagámoslo rápido, lo que sea. Podemos borrarle la memoria cuando todo acabe y disimular de cualquier forma. Si le introduces en otro Genjutsu puedo volver a meterle yo en otro cuando acabes.
—Bien. Intenta estar pendiente de las escaleras. Lo del mozo no me ha dado ninguna buena espina —le indicó Ayame, mientras esposaba las manos de Watanabe tras su espalda. Después entrelazó las manos en cinco sellos muy concretos—. Watanabe, ¿trabajáis para las Náyades? Cuéntame todo lo que sepas sobre ellas: dónde se esconden, qué planean, quiénes forman el grupo, todo.
Los chicos tardaron algunos segundos en responder, y Ayame, en su fuero interno, comenzó a temer no haber sido lo suficientemente contundente como para hacerse notar. Al final, uno de los mozos le pasó sus cajas al otro y les hizo una señal inequívoca para que le siguieran.
«Menos mal... Fase uno, completada.» O eso quería creer. Sin embargo, no se permitió el lujo de relajarse. Mantuvo en todo momento su posición altanera, con la barbilla bien levantada y los ojos entrecerrados, como si nada a su alrededor mereciera la pena ser mirado por sus ojos.
Usaron las escaleras para subir al piso superior, que daba a un pasillo que daba a una única puerta.
—¡Watanabe-sama! ¡Watanabe-sama! —exclamó el mozo, que se había adelantado para llamar a la puerta—. ¡Ddd-disculpe que moleste, tengo al señor y a la señorita...? —Se interrumpió, al no conocer sus nombres. Sin embargo, antes de que Ayame pudiera sacarle de su error, decidió continuar adelante—. No sé sus nombres, señor, pero dicen que quieren verlo a usted. Al dueño de éste cuchitril.
«¡¡Pero será idiota!!» Chilló Ayame para sus adentros, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para no chocar la palma de su mano contra su frente. «Al menos ya sabemos qué significaba esa firma en las cajas de los muchachos... pero no nos dice mucho.»
El silencio se extendió durante varios largos y pegajosos segundos, hasta que al fin la puerta se abrió con un chirrido y una luz tenue proveniente del interior les iluminó. Kinaara rompió a toser cuando el humo amargo de un puro la envolvió, y con ojillos llorosos, la mujer sacó un reluciente abanico rosa de uno de sus bolsillos. Frente a ellos se alzaba un hombre robusto e imponente, de cabellos cortos y engominados, que vestía una larga túnica purpúrea tallada con botones dorados, anillos dorados y una cadena dorada. Si Ayame creía haber adoptado una forma opulenta, sin duda la de aquel hombre la superaba con creces.
—¿Y... vosotros sois...?
—Si todo va bien, dos amigos que te harán ganar dinero con un jugoso trato... —se adelantó Eien—. Claro que... preferimos mantener el anonimato mientras tengamos presencia de... oídos indiscretos. Watanabe-dono, queremos transportar algo muy... delicado. ¿Podríamos pasar y comentarlo con usted a solas? Nos presentaremos entonces.
Watanabe le miró de soslayo mientras le daba otra calada a su puro, y Ayame aguantaba la respiración, profundamente asqueada.
—¿Ah sí? —sonrió, y unos dientes amarillentos podridos por el tabaco aparecieron debajo de su mostacho. Watanabe se encorvó junto al mozo que les había acompañado, le susurró unas palabras que ni siquiera Ayame llegó a escuchar, y este salió corriendo poco después por las mismas escaleras que habían subido ellos.
«Aquí hay gato encerrado... Y puede que seamos nosotros...» Pensó Ayame, con terror.
Entonces Watanabe movió la mano hacia el interior del despacho, y esta atravesó el humo con una estela.
—Adelante, pues.
Junto a Kinaara, Eien dio un bote entusiasmado en el sitio y dio una palmada de alegría. Quizás, demasiado entusiasmado. Y entonces... Watanabe se quedó clavado en el sitio con la mirada perdida en el infinito.
—Puedes usar el Jigyaku no Jutsu para hipnotizarlo y que nos cuente todo lo que sepa. O puedes coger ponerle mis esposas y nos lo llevamos a la habitación, pero eso va a ser más complicado de explicar después, a no ser que dejemos una marca en su despacho para traerle de vuelta —le dijo Eien a Kinaara entre susurros.
Y ella alzó una ceja, retrasó la mano hasta introducirla en el portaobjetos que llevaba tras la espalda y sacó sus propias esposas.
—¿Te crees que eres el único que tiene unas? —bromeó, pero enseguida añadió, en el mismo tono de voz—. Mejor hagamos ambas cosas, le esposamos y le interrogamos aquí, no me gustaría meter en un aprieto a Ginjo . Aunque no estoy segura de si hacerlo en mitad del pasillo es una buena idea...
—En cualquier caso, no sé si me atrevería a entrar ahí dentro —rebatió Eien—. Quizás hay alguien más, o es una trampa. En cualquier caso, hagámoslo rápido, lo que sea. Podemos borrarle la memoria cuando todo acabe y disimular de cualquier forma. Si le introduces en otro Genjutsu puedo volver a meterle yo en otro cuando acabes.
—Bien. Intenta estar pendiente de las escaleras. Lo del mozo no me ha dado ninguna buena espina —le indicó Ayame, mientras esposaba las manos de Watanabe tras su espalda. Después entrelazó las manos en cinco sellos muy concretos—. Watanabe, ¿trabajáis para las Náyades? Cuéntame todo lo que sepas sobre ellas: dónde se esconden, qué planean, quiénes forman el grupo, todo.