24/05/2019, 18:01
—Tienes razón. Pero por el momento, será mejor que vayamos a casa —respondió Eien y, de nuevo, la agarró de un brazo y la arrastró hasta un callejón cercano.
—¡Tienes que dejar de hacer eso, sé andar s...! —siseó, irritada, pero no llegó a terminar la frase cuando su compañero se le echó encima y un súbito destello rojo la cegó momentáneamente y dejó de sentir el suelo bajo sus pies.
Un leve estallido de humo y los dos ricachones cayeron sobre algo mullido y blando. Eien cayó a un lado de la cama y a Kinaara poco le faltó para seguir su mismo destino. Pero ambos, fruto de la sorpresa o del dolor, vieron deshechas sus transformaciones. Volvían a ser Daruu y Ayame.
—Ay, ay, ay... esto se avisa... —gimoteó la kunoichi, aún con el susto en el cuerpo.
Pero ni siquiera tuvo demasiado tiempo para reponerse. Unos pocos minutos después, un súbito estruendo en la ventana le hizo dar otro brinco.
—¡Vais a matarme de un susto! —exclamó, airada.
Y con el corazón a punto del infarto, Ayame se volvió a tiempo de ver al pequeño gato castaño al otro lado del cristal.
—¡Daruu! —llamó a su compañero, al tiempo que se abalanzaba a abrir la ventana para dejarle paso al felino—. ¿Qué ocurre, Zina? ¿Ha pasado algo?
—¡Tienes que dejar de hacer eso, sé andar s...! —siseó, irritada, pero no llegó a terminar la frase cuando su compañero se le echó encima y un súbito destello rojo la cegó momentáneamente y dejó de sentir el suelo bajo sus pies.
Un leve estallido de humo y los dos ricachones cayeron sobre algo mullido y blando. Eien cayó a un lado de la cama y a Kinaara poco le faltó para seguir su mismo destino. Pero ambos, fruto de la sorpresa o del dolor, vieron deshechas sus transformaciones. Volvían a ser Daruu y Ayame.
—Ay, ay, ay... esto se avisa... —gimoteó la kunoichi, aún con el susto en el cuerpo.
Pero ni siquiera tuvo demasiado tiempo para reponerse. Unos pocos minutos después, un súbito estruendo en la ventana le hizo dar otro brinco.
—¡Vais a matarme de un susto! —exclamó, airada.
Y con el corazón a punto del infarto, Ayame se volvió a tiempo de ver al pequeño gato castaño al otro lado del cristal.
—¡Daruu! —llamó a su compañero, al tiempo que se abalanzaba a abrir la ventana para dejarle paso al felino—. ¿Qué ocurre, Zina? ¿Ha pasado algo?