25/05/2019, 01:43
Datsue se rascó la nuca, algo avergonzado, al descubrir que había sido el causante de la toma de algunas de aquellas pastillas. Sí, no podía negarlo: le había dado cierta dosis de disgustos. Cosa de la que había estado trabajando desde hacía tiempo para remediar. Para compensárselo.
Y Datsue estaba de acuerdo: desde que había pasado a caminar bajo la batuta de Hanabi, las cosas le habían ido a mucho mejor. Antaño, había sido un solitario. No había confiado en sus compañeros, ni en sus amigos, ni en nadie. Quiso resolver las cosas por sí mismo y en su lugar se enfrascó en una espiral de rencor y odio que no causó más que problemas. Para la Villa. Para él mismo.
Pero desde que se había abierto a Hanabi, desde que había confiado en él para contarle sus problemas, todo había cambiado. Aiko volvía a respirar. Por mucho que no estuviese con él, la veía feliz, adaptada a su nueva Villa y sus gentes. Y eso era lo único que importaba. También había recuperado a alguien que había considerado un amigo, como Daruu, ¡e incluso ahora se llevaba bien con Ayame!
Era increíble el vuelco que le había dado la vida. Y no, no se olvidaba de cierto Uchiha traidor que había logrado empañar todo aquello.
Iba a responder, cuando de pronto sintió algo. La válvula de la olla a presión que era el cuerpo de Hanabi se abrió un poco, y el vapor caliente y opresivo que era el chakra del Uzukage se extendió por toda la sala. Datsue conocía muy bien la sensación que provocaba. De puro sobrecogimiento. De sentirte como una pulga en el tablero de los dioses.
Pero, en aquella ocasión, sucedió algo más que eso. Como si el chakra abrasador de Hanabi hubiese prendido una mecha que tuviese en su interior. Una que dio vida a una llamita en comparación, pero que al fin y al cabo, estaba hecha de lo mismo.
De puro fuego.
—Ve usted muy bien, Hanabi-sama —le reconoció, mientras sus ojos reflejaban las llamas en las que se había convertido el bote de pastillas.
No era vanidad, no era soberbia. Todo lo contrario, era humildad. Era reconocer que, en efecto, había entrenado como nunca. Había llevado a su físico a límites que jamás creía alcanzar. Había dominado un nuevo elemento. Y se había partido el lomo, todos y cada uno de los días, para seguir creciendo.
Fue entonces cuando algo le pilló por sorpresa. Un comentario como de pasada, como quien no quería la cosa. Sin saber todavía por qué, se le erizaron los vellos. ¿Era un simple comentario sin más? ¿Sin propósito alguno? ¿O había algo… más?
El Uchiha lo desechó en seguida, por lo imposible que le parecía. Sí, seguramente se estaba confundiendo. Tenía que estar pillando mal la indirecta. O sobre pensándolo todo, como solía sucederle. Lo que sí tenía que reconocerle, es que Eri se había descuidado un poco desde hacía unos meses. Concretamente, desde que ella y Nabi salían juntos.
«Deben pasarse los días follando, los muy cabrones». Ah, la buena vida. En realidad, no les culpaba. Al contrario, se alegraba por ellos.
—¡Eh! ¿No teníamos un combatillo pendiente?
—¿Sabe, Hanabi-sama?
Que llevaba tres semanas —desde que Reiji le había dicho que aquel día quería que le acompañase a verle—, entrenando a conciencia para precisamente enfrentarse a él. Para recordarle lo que habían acordado allá por Bienvenida. No es como si antes no estuviese entrenando, claro. Los Generales primero, Akame después… Datsue tuvo a lo largo de los meses varios objetivos en mente que le ayudaron como nada nunca en la vida a mantenerse motivado y constante.
Pero, ¿las últimas tres semanas? Las últimas tres semanas hasta había dejado de realizar misiones para dedicarse en cuerpo y alma a aquello. Desde que se levantaba por las mañanas, hasta que se acostaba por las noches, su única meta era hacerse más fuerte. Y no veía otra cosa, nada lograba distraerle. Como un perro de presa al ver la liebre. Como un tiburón al oler sangre.
Bam. Bam. Bam. Así sonaban sus nudillos ensangrentados contra la corteza de un árbol. Todavía resonaban como un eco en sus oídos.
—Que creo que tiene usted razón, habíamos acordado eso hace tiempo. —La adrenalina que recorrió su sangre hizo que también liberase un poco de esa presencia. Sus músculos se tensaron, y las mangas de su chaqueta lloraron ante la súbita presión. Hacía un mes que se había comprado una talla más grande, pero tenía pinta que iba a tener que pasarse otra vez por la tienda—. Y creo... que ya ha llegado el momento.
Y Datsue estaba de acuerdo: desde que había pasado a caminar bajo la batuta de Hanabi, las cosas le habían ido a mucho mejor. Antaño, había sido un solitario. No había confiado en sus compañeros, ni en sus amigos, ni en nadie. Quiso resolver las cosas por sí mismo y en su lugar se enfrascó en una espiral de rencor y odio que no causó más que problemas. Para la Villa. Para él mismo.
Pero desde que se había abierto a Hanabi, desde que había confiado en él para contarle sus problemas, todo había cambiado. Aiko volvía a respirar. Por mucho que no estuviese con él, la veía feliz, adaptada a su nueva Villa y sus gentes. Y eso era lo único que importaba. También había recuperado a alguien que había considerado un amigo, como Daruu, ¡e incluso ahora se llevaba bien con Ayame!
Era increíble el vuelco que le había dado la vida. Y no, no se olvidaba de cierto Uchiha traidor que había logrado empañar todo aquello.
Iba a responder, cuando de pronto sintió algo. La válvula de la olla a presión que era el cuerpo de Hanabi se abrió un poco, y el vapor caliente y opresivo que era el chakra del Uzukage se extendió por toda la sala. Datsue conocía muy bien la sensación que provocaba. De puro sobrecogimiento. De sentirte como una pulga en el tablero de los dioses.
Pero, en aquella ocasión, sucedió algo más que eso. Como si el chakra abrasador de Hanabi hubiese prendido una mecha que tuviese en su interior. Una que dio vida a una llamita en comparación, pero que al fin y al cabo, estaba hecha de lo mismo.
De puro fuego.
—Ve usted muy bien, Hanabi-sama —le reconoció, mientras sus ojos reflejaban las llamas en las que se había convertido el bote de pastillas.
No era vanidad, no era soberbia. Todo lo contrario, era humildad. Era reconocer que, en efecto, había entrenado como nunca. Había llevado a su físico a límites que jamás creía alcanzar. Había dominado un nuevo elemento. Y se había partido el lomo, todos y cada uno de los días, para seguir creciendo.
Fue entonces cuando algo le pilló por sorpresa. Un comentario como de pasada, como quien no quería la cosa. Sin saber todavía por qué, se le erizaron los vellos. ¿Era un simple comentario sin más? ¿Sin propósito alguno? ¿O había algo… más?
El Uchiha lo desechó en seguida, por lo imposible que le parecía. Sí, seguramente se estaba confundiendo. Tenía que estar pillando mal la indirecta. O sobre pensándolo todo, como solía sucederle. Lo que sí tenía que reconocerle, es que Eri se había descuidado un poco desde hacía unos meses. Concretamente, desde que ella y Nabi salían juntos.
«Deben pasarse los días follando, los muy cabrones». Ah, la buena vida. En realidad, no les culpaba. Al contrario, se alegraba por ellos.
—¡Eh! ¿No teníamos un combatillo pendiente?
—¿Sabe, Hanabi-sama?
Que llevaba tres semanas —desde que Reiji le había dicho que aquel día quería que le acompañase a verle—, entrenando a conciencia para precisamente enfrentarse a él. Para recordarle lo que habían acordado allá por Bienvenida. No es como si antes no estuviese entrenando, claro. Los Generales primero, Akame después… Datsue tuvo a lo largo de los meses varios objetivos en mente que le ayudaron como nada nunca en la vida a mantenerse motivado y constante.
Pero, ¿las últimas tres semanas? Las últimas tres semanas hasta había dejado de realizar misiones para dedicarse en cuerpo y alma a aquello. Desde que se levantaba por las mañanas, hasta que se acostaba por las noches, su única meta era hacerse más fuerte. Y no veía otra cosa, nada lograba distraerle. Como un perro de presa al ver la liebre. Como un tiburón al oler sangre.
Bam. Bam. Bam. Así sonaban sus nudillos ensangrentados contra la corteza de un árbol. Todavía resonaban como un eco en sus oídos.
—Que creo que tiene usted razón, habíamos acordado eso hace tiempo. —La adrenalina que recorrió su sangre hizo que también liberase un poco de esa presencia. Sus músculos se tensaron, y las mangas de su chaqueta lloraron ante la súbita presión. Hacía un mes que se había comprado una talla más grande, pero tenía pinta que iba a tener que pasarse otra vez por la tienda—. Y creo... que ya ha llegado el momento.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado