25/05/2019, 11:08
(Última modificación: 25/05/2019, 11:09 por Aotsuki Ayame.)
El cuerpo del Watanabe se detuvo en seco y aún se mantuvo de pie unos instantes. Pero entonces, como a un títere al que le hubiesen cortado las cuerdas, se desplomó con todo su peso sobre los adoquines. Ayame, respirando entrecortadamente, fue consciente de cómo el suelo se iba tiñendo de rojo.
La voz de su padre resonó en su cabeza como un lejano recuerdo y Ayame se quedó paralizada en el sitio, temblando con violencia, incapaz de apartar los ojos de aquel cuerpo inmóvil.
Ayame lloró lágrimas llenas de amargura.
Sintió que alguien la tomaba del brazo y la invitaba a agacharse, y en aquella ocasión no protestó. Se miraba la mano derecha, que aún formulaba el sello de la muerte de los Hōzuki, y no pudo evitar rememorar que ella misma había sufrido aquella técnica mucho tiempo atrás y que si no hubiese sido por Kokuō y la atención médica de su padre, ella habría corrido la misma suerte que Watanabe.
—Buen trabajo —oyó la voz de Daruu junto a ella, pero apenas podía escucharla—. Ayame. Era necesario. No le des más vueltas. Cuanto menos vueltas le des, mejor.
Ella sacudió ligeramente la cabeza, con un doloroso nudo en la garganta que le impedía hablar. Se había hecho a la idea de que tendrían que eliminar a las Náyades, de hecho se había creído que estaba más que dispuesta a ello. Pero, aunque trabajara para ellas, aquel hombre no era parte de las Náyades. Ni siquiera sabían adónde se estaba dirigiendo. Ni siquiera sabían...
—No te regodees en su muerte. Es el mayor favor que puedes hacerle al mundo. Ya está lleno de suficientes sádicos. Es tu deber. No es bonito. Es una puta mierda. Pero te metiste a ninja por algo, ¿verdad?
Ella asintió en silencio.
—Vámonos —concluyó, pero Ayame le agarró súbitamente por la ropa.
—Es... espera... el cuerpo... no podemos dejarlo... las Náyades... lo verán... —balbuceó.
«No apartes la mirada.»
La voz de su padre resonó en su cabeza como un lejano recuerdo y Ayame se quedó paralizada en el sitio, temblando con violencia, incapaz de apartar los ojos de aquel cuerpo inmóvil.
«Algún día te verás obligada a quitarle la vida a alguien. Cuando lo hagas, no apartes la mirada. Debes hacerle frente, tomar la responsabilidad de tu acto. Es lo último que le debes.»
Ayame lloró lágrimas llenas de amargura.
Sintió que alguien la tomaba del brazo y la invitaba a agacharse, y en aquella ocasión no protestó. Se miraba la mano derecha, que aún formulaba el sello de la muerte de los Hōzuki, y no pudo evitar rememorar que ella misma había sufrido aquella técnica mucho tiempo atrás y que si no hubiese sido por Kokuō y la atención médica de su padre, ella habría corrido la misma suerte que Watanabe.
—Buen trabajo —oyó la voz de Daruu junto a ella, pero apenas podía escucharla—. Ayame. Era necesario. No le des más vueltas. Cuanto menos vueltas le des, mejor.
Ella sacudió ligeramente la cabeza, con un doloroso nudo en la garganta que le impedía hablar. Se había hecho a la idea de que tendrían que eliminar a las Náyades, de hecho se había creído que estaba más que dispuesta a ello. Pero, aunque trabajara para ellas, aquel hombre no era parte de las Náyades. Ni siquiera sabían adónde se estaba dirigiendo. Ni siquiera sabían...
—No te regodees en su muerte. Es el mayor favor que puedes hacerle al mundo. Ya está lleno de suficientes sádicos. Es tu deber. No es bonito. Es una puta mierda. Pero te metiste a ninja por algo, ¿verdad?
Ella asintió en silencio.
—Vámonos —concluyó, pero Ayame le agarró súbitamente por la ropa.
—Es... espera... el cuerpo... no podemos dejarlo... las Náyades... lo verán... —balbuceó.