25/05/2019, 16:01
Oh, el cuerpo. Gran detalle. ¿No pensaban dejarlo moribundo a mitad de un callejón cualquiera, no? ¿no agravaría eso su situación? ¿no existiría mayor probabilidad de que el rumor de la muerte de un conocido mafioso de la capital llegase a los oídos de las Náyades?
Por suerte, Ayame lo recalcó justo a tiempo, antes de que Daruu convenciera a todos de marchar.
Pero: ¿a dónde llevarlo? ¿A la Bruma Negra? ¿a algún recóndito escondrijo de Shinogi-To? ¿dónde podrían ocultar un cadáver?
En Amegakure, desde luego que no.
¿Cierto?...
¿No es así, Dar...?
¡Ploc!
El estruendo de un cuerpo desplomándose sobre la tierra se mezcló con los chapoteos de lluvia. El cráneo de Ooyu acabó partiéndose aún más, y el agujero que había dejado la bala ahora era una cavidad enorme que le deformaba el rostro. Por suerte, cayó boca abajo, y digo por suerte porque los ciudadanos que iban caminando por la calle a esa hora en particular no tuvieron que horrorizarse —al menos no tanto—. con el jodido muerto que le había tirado alguien encima.
—¡Ey! ¿¡Alguna ayudita por aquí, por favor!?
Unos salieron corriendo. Otros, quedaron estupefactos ante la escena. A unos dos metros había un anciano preguntándose si en sus ochenta y ocho años de vida, había visto alguna vez algo así suceder en su hogar.
El grito de una de las mujeres alarmó a los vecinos y, poco después, un chunin llegó con su kodachi en mano, tratanto de averiguar lo que estaba generando el altercado.
—¡¿Pero qué cojones, muchacho?!
Ayame sintió el suave pelaje de los dos gatitos, reconfortándola. Acicalándose junto a sus piernas, gachas.
—¿Se encuentra bien, señorita Ayame?
—Tenemos que movernos.
Por suerte, Ayame lo recalcó justo a tiempo, antes de que Daruu convenciera a todos de marchar.
Pero: ¿a dónde llevarlo? ¿A la Bruma Negra? ¿a algún recóndito escondrijo de Shinogi-To? ¿dónde podrían ocultar un cadáver?
En Amegakure, desde luego que no.
¿Cierto?...
¿No es así, Dar...?
. . .
A cientos de kilómetros, en una urbe de metal y rascacielos...
¡Ploc!
El estruendo de un cuerpo desplomándose sobre la tierra se mezcló con los chapoteos de lluvia. El cráneo de Ooyu acabó partiéndose aún más, y el agujero que había dejado la bala ahora era una cavidad enorme que le deformaba el rostro. Por suerte, cayó boca abajo, y digo por suerte porque los ciudadanos que iban caminando por la calle a esa hora en particular no tuvieron que horrorizarse —al menos no tanto—. con el jodido muerto que le había tirado alguien encima.
—¡Ey! ¿¡Alguna ayudita por aquí, por favor!?
Unos salieron corriendo. Otros, quedaron estupefactos ante la escena. A unos dos metros había un anciano preguntándose si en sus ochenta y ocho años de vida, había visto alguna vez algo así suceder en su hogar.
El grito de una de las mujeres alarmó a los vecinos y, poco después, un chunin llegó con su kodachi en mano, tratanto de averiguar lo que estaba generando el altercado.
—¡¿Pero qué cojones, muchacho?!
. . .
Ayame sintió el suave pelaje de los dos gatitos, reconfortándola. Acicalándose junto a sus piernas, gachas.
—¿Se encuentra bien, señorita Ayame?
—Tenemos que movernos.