25/05/2019, 23:45
La luna menguante se ciñó sobre el oscuro cielo de las Tierras de la Tormenta. Era una noche gélida, atípica para estar en verano. Seguro estaban padeciendo esas repentinas corrientes de aire que cada tanto abandonan Yukio por cortos periodos de tiempo. El silencio les abrazó a esas altas horas de la noche, donde había menos luciérnagas de lo habitual, quizás porque llovía más fuerte que de costumbre; y por tanto, aunque el Corredor de las Luciérnagas era una callejuela bastante transitada, esa vez, el clima los había ahuyentado a todos hasta sus refugios.
No era una noche en la que sería buena idea hacer cara a Amenokami.
Pero la ira de un Dios era un problema del montón comparada con hacer frente a Amekoro Yui. Aquellos que conocían su peor temple tenían un dicho entre ellos, que a veces tenían la impresión que era Yui la que le daba órdenes a Amenokami y no al revés. Hasta ese punto llegaba su leyenda.
Allá, en su despacho; la figura de Ayame y Daruu apareció como una sombra. Viceversa, sucedió lo mismo en la habitación de la Bruma Negra.
Resultó increíble que, aún para estar a cientos de kilómetros y de no ser más que una silueta con mala señal, la presencia de Amekoro Yui seguía siendo igual de agobiante. Y aunque era su mirada el rasgo más definitorio dentro de la recepción del Gentōshin, todo en ella daba la sensación de que... no estaba contenta. ¿Y cómo podría estarlo?
No dijo nada.
Nadie allá en la habitación más alta de la Torre de la Arashikage—la acompañaba Hida—. dijo nada.
No era una noche en la que sería buena idea hacer cara a Amenokami.
Pero la ira de un Dios era un problema del montón comparada con hacer frente a Amekoro Yui. Aquellos que conocían su peor temple tenían un dicho entre ellos, que a veces tenían la impresión que era Yui la que le daba órdenes a Amenokami y no al revés. Hasta ese punto llegaba su leyenda.
Allá, en su despacho; la figura de Ayame y Daruu apareció como una sombra. Viceversa, sucedió lo mismo en la habitación de la Bruma Negra.
Resultó increíble que, aún para estar a cientos de kilómetros y de no ser más que una silueta con mala señal, la presencia de Amekoro Yui seguía siendo igual de agobiante. Y aunque era su mirada el rasgo más definitorio dentro de la recepción del Gentōshin, todo en ella daba la sensación de que... no estaba contenta. ¿Y cómo podría estarlo?
No dijo nada.
Nadie allá en la habitación más alta de la Torre de la Arashikage—la acompañaba Hida—. dijo nada.