27/05/2019, 16:01
Conforme el curioso trío recorría las calles de Hibakari, Akame no perdía detalle del paisaje que le ofrecía aquella villa de pescadores venida a más. Todo le transmitía una sensación agridulce, como la de una nostalgia tóxica o el sueño de volver a un lugar que nunca, realmente, se llamó hogar. Allí todo rezumaba nuevo dinero, cash, del que no suele pasar por los flujos de caja del Daimyo —o sí, camuflado— para acabar llenando las arcas de los locales y hacer florecer un pueblito que probablemente antes de la llegada de Sekiryuu estaba en la más absoluta miseria. No era difícil de comprender para Akame, quien conocía cómo se movían las cosas en lugares así, que en Hibakari todos tuviesen miedo o respeto, o ambas, a Dragón Rojo. Eran su condena y su salvación, sus benefactores y sus captores al mismo tiempo. Sin el dinero de los dragones, todos ellos seguirían en el anonimato y la pobreza. Pero, ¿a cambio de qué habían conseguido todo lo demás?
«¿Acaso tendrían otra opción?»
No era la primera vez que Akame veía algo así. Pueblos alejados de las grandes capitales que sufrían al ser ignorados por los grandes señores feudales, quienes sólo se interesaban en ellos para cobrarles impuestos y aprovecharse del fruto de su trabajo. Semejante panorama era un caldo de cultivo ideal para dragones rojos, trillizas de las tormentas y otros grupos de igual calaña que se aprovechaban de la desgracia de los más vulnerables. El Uchiha apretó los dientes. ¿Acaso no era así como funcionaba el mundo?
Cuando llegaron al local, Akame entró y luego se volteó para asegurarse de que Shikari le seguía. Llegados a tal punto, no iba a permitir por nada del mundo que la prostituta se le escapara, o que algo malo le ocurriese. Akame hacía rato que había acabado el cigarrillo y ahora observaba el lugar con interés y cautela. A la pregunta del tipo de la barra, el Uchiha simplemente negó con la cabeza y luego se quedó mirando a la anciana. "¿Y bien?", parecían querer decir sus ojos negros.
«¿Acaso tendrían otra opción?»
No era la primera vez que Akame veía algo así. Pueblos alejados de las grandes capitales que sufrían al ser ignorados por los grandes señores feudales, quienes sólo se interesaban en ellos para cobrarles impuestos y aprovecharse del fruto de su trabajo. Semejante panorama era un caldo de cultivo ideal para dragones rojos, trillizas de las tormentas y otros grupos de igual calaña que se aprovechaban de la desgracia de los más vulnerables. El Uchiha apretó los dientes. ¿Acaso no era así como funcionaba el mundo?
Cuando llegaron al local, Akame entró y luego se volteó para asegurarse de que Shikari le seguía. Llegados a tal punto, no iba a permitir por nada del mundo que la prostituta se le escapara, o que algo malo le ocurriese. Akame hacía rato que había acabado el cigarrillo y ahora observaba el lugar con interés y cautela. A la pregunta del tipo de la barra, el Uchiha simplemente negó con la cabeza y luego se quedó mirando a la anciana. "¿Y bien?", parecían querer decir sus ojos negros.