28/05/2019, 22:42
Akame no dijo nada ante la advertencia de la Anciana. Para él, aquel mantra era algo que se había vuelto tan natural como respirar. Siempre alerta, siempre en guardia. Los pocos momentos de descanso que podría tener desde que había vuelto a la vida los atesoraba como verdaderas fortunas, retazos de una costumbre que a él ya se le hacía extraña, alienígena. Para alguien que había visto el verdadero color del mundo, que había tenido que sobrevivir por su propia cuenta y riesgo, no había otra forma de seguir adelante. Sólo esa. Así que, cuando la Anciana le previno sobre sucumbir al mismo destino que Shaneji, Akame no dijo nada, a pesar de que querría haber reído. «Eso sería tremendamente irónico», se dijo. Quién sabe si un día los dioses serían tan caprichosos como para hacerle probar su propia medicina.
A medida que la conversación —el interrogatorio, más bien— avanzaba, el Uchiha no mudaba su actitud serena. No pretendía mentir ni dar una imagen más que la vestía. Y así pensaba hacérselo saber a la Anciana.
—¿Motivos? Podría haber unos cuantos... Una trampa, tendida por un enemigo. Un gobernante celoso e ignorante, temeroso de que otros pudieran hacerle sombra. Un traidor que abandonó a su propio Hermano. Un atentado contra mi persona, con la intención de borrarme para siempre de la faz de Oonindo.
Conforme listaba los agravios que Uzushiogakure no Sato había cometido contra él —incluso aunque había obviado que todos ellos tenían una base sustentable—, Akame notaba una furia primigenia naciendo dentro de sí. Pero la reprimió, como se regaña a un perro al que hay que domesticar, como se mantiene a raya a una bestia furiosa. Por mucho que le gustara creerlo, ninguno de aquellos hechos había sido, en el fondo, el motivo de su exilio.
—Pero en realidad —replicó—, si hemos de buscar un culpable, lo tenemos aquí mismo. La verdadera razón fue que yo era estúpido, un shinobi más, un esclavo alienado al servicio de las Grandes Aldeas y los poderosos señores... Y cuando uno se quita esa venda, cuando es capaz de ver La Verdad, ¿qué otra cosa puede hacer sino arrastrarse incansablemente hacia ella?
Miró a la Anciana, y sus ojos estaban llenos de determinación.
A medida que la conversación —el interrogatorio, más bien— avanzaba, el Uchiha no mudaba su actitud serena. No pretendía mentir ni dar una imagen más que la vestía. Y así pensaba hacérselo saber a la Anciana.
—¿Motivos? Podría haber unos cuantos... Una trampa, tendida por un enemigo. Un gobernante celoso e ignorante, temeroso de que otros pudieran hacerle sombra. Un traidor que abandonó a su propio Hermano. Un atentado contra mi persona, con la intención de borrarme para siempre de la faz de Oonindo.
Conforme listaba los agravios que Uzushiogakure no Sato había cometido contra él —incluso aunque había obviado que todos ellos tenían una base sustentable—, Akame notaba una furia primigenia naciendo dentro de sí. Pero la reprimió, como se regaña a un perro al que hay que domesticar, como se mantiene a raya a una bestia furiosa. Por mucho que le gustara creerlo, ninguno de aquellos hechos había sido, en el fondo, el motivo de su exilio.
—Pero en realidad —replicó—, si hemos de buscar un culpable, lo tenemos aquí mismo. La verdadera razón fue que yo era estúpido, un shinobi más, un esclavo alienado al servicio de las Grandes Aldeas y los poderosos señores... Y cuando uno se quita esa venda, cuando es capaz de ver La Verdad, ¿qué otra cosa puede hacer sino arrastrarse incansablemente hacia ella?
Miró a la Anciana, y sus ojos estaban llenos de determinación.