30/05/2019, 20:51
Sí, eso. Hanabi iba a durar muchos más años en el puesto. Ya era hora de romper esa maldición que caía sobre cada Uzukage tras la muerte de Shiona. ¡No había nada de qué preocuparse! Al menos, por mucho, mucho tiempo.
Y, no obstante, aún cuando todavía quedaba mucho, aún cuando era consciente de que el propio aval de Hanabi no sería suficiente para que le pusiesen el sombrero, se sintió… Sintió muchas cosas, en realidad. Por un lado, orgullo. Mucha satisfacción personal. Hanabi lo estaba poniendo en un pedestal, le estaba haciendo el mayor elogio que un Kage podía hacer a un ninja: confiarle la Villa. Después de todo por lo que habían pasado, eso le llegó al corazón. Pero, a raíz de eso, al mismo tiempo ya sentía un nuevo peso sobre sus hombros. Porque Hanabi le estaba poniendo el listón muy alto, y sabía que, a partir de aquel momento, él iba a tener que luchar cada día contra sí mismo para no bajarlo. Para no volver a cagarla.
Y eso, era mucha presión.
Inconscientemente, su mente viajó atrás. A aquella época en la que vivía en la Ribera del Norte, en la que se quedaba hasta las tantas jugando con muñecos de ninjas. Imaginándose, en su cabeza, que él era uno de ellos. Siempre se ponía como un gran héroe. Un Kage, a veces. Salvando al mundo de unos enemigos terribles y sacrificándose por el bien mayor.
¿Cuánto hacía de eso? No tantos años, aunque ahora pareciese una eternidad. Por el camino había perdido aquella ilusión. Las desgracias que vivió se la habían arrancado, y lo material, el dinero, habían llenado el vacío. Pero entonces llegó a Uzu. Conoció a muchos. Se hizo amigo de unos pocos. Sin darse cuenta, una parte de él que había creído muerta volvió. Muy poco a poco, desde las sombras. Siempre sin molestar mucho. Sin inmiscuirse demasiado en sus decisiones. Y ahora, esa parte de él…
… lloraba. Datsue se dio cuenta que demasiado literalmente. Fingió que observaba a unos chiquillos entrenando en un claro para secarse los ojos con el dorso de una mano. «Por Izanami, ¡vuelve a la cueva en la que estabas, joder!», gritó a su parte sensiblera. Llorar frente a un Uzukage, ¡qué vergüenza!
—Eso sí, mi aval no basta. Y —sin ofender, en serio—, con tu historial, va a ser complicado convencerlos. Haré todo lo posible, pero también tienen que tenerte enfrente para valorarte por lo que eres y no por lo que han oído.
»Es hora de que conozcas al Consejo de Sabios Uzumaki.
Datsue volvió a quedarse mudo de la impresión. ¡Así que ese era el grupo de gente que quería presentarle Hanabi! Él y Akame habían hecho cientos de bromas sobre ellos. Oh, sí. Todavía se acordaba cuando Akame había dicho que los Sabios eran como los… «Ese puto traidor», tuvo que recordarse. Sí, mejor no estropear el momento pensando en aquel judas, por muy buen chiste que hubiese sido aquel.
—¿Algún… consejo? Para limpiar esa imagen que tienen de mí, digo —preguntó, algo nervioso. No tenía ni idea de cómo eran los Sabios. Ni cuántos. De hecho, se dio cuenta de lo alarmantemente poco que sabía de ellos, más allá de que eran importantes, y que mejor tenerlos contentos.
Y, no obstante, aún cuando todavía quedaba mucho, aún cuando era consciente de que el propio aval de Hanabi no sería suficiente para que le pusiesen el sombrero, se sintió… Sintió muchas cosas, en realidad. Por un lado, orgullo. Mucha satisfacción personal. Hanabi lo estaba poniendo en un pedestal, le estaba haciendo el mayor elogio que un Kage podía hacer a un ninja: confiarle la Villa. Después de todo por lo que habían pasado, eso le llegó al corazón. Pero, a raíz de eso, al mismo tiempo ya sentía un nuevo peso sobre sus hombros. Porque Hanabi le estaba poniendo el listón muy alto, y sabía que, a partir de aquel momento, él iba a tener que luchar cada día contra sí mismo para no bajarlo. Para no volver a cagarla.
Y eso, era mucha presión.
Inconscientemente, su mente viajó atrás. A aquella época en la que vivía en la Ribera del Norte, en la que se quedaba hasta las tantas jugando con muñecos de ninjas. Imaginándose, en su cabeza, que él era uno de ellos. Siempre se ponía como un gran héroe. Un Kage, a veces. Salvando al mundo de unos enemigos terribles y sacrificándose por el bien mayor.
¿Cuánto hacía de eso? No tantos años, aunque ahora pareciese una eternidad. Por el camino había perdido aquella ilusión. Las desgracias que vivió se la habían arrancado, y lo material, el dinero, habían llenado el vacío. Pero entonces llegó a Uzu. Conoció a muchos. Se hizo amigo de unos pocos. Sin darse cuenta, una parte de él que había creído muerta volvió. Muy poco a poco, desde las sombras. Siempre sin molestar mucho. Sin inmiscuirse demasiado en sus decisiones. Y ahora, esa parte de él…
… lloraba. Datsue se dio cuenta que demasiado literalmente. Fingió que observaba a unos chiquillos entrenando en un claro para secarse los ojos con el dorso de una mano. «Por Izanami, ¡vuelve a la cueva en la que estabas, joder!», gritó a su parte sensiblera. Llorar frente a un Uzukage, ¡qué vergüenza!
—Eso sí, mi aval no basta. Y —sin ofender, en serio—, con tu historial, va a ser complicado convencerlos. Haré todo lo posible, pero también tienen que tenerte enfrente para valorarte por lo que eres y no por lo que han oído.
»Es hora de que conozcas al Consejo de Sabios Uzumaki.
Datsue volvió a quedarse mudo de la impresión. ¡Así que ese era el grupo de gente que quería presentarle Hanabi! Él y Akame habían hecho cientos de bromas sobre ellos. Oh, sí. Todavía se acordaba cuando Akame había dicho que los Sabios eran como los… «Ese puto traidor», tuvo que recordarse. Sí, mejor no estropear el momento pensando en aquel judas, por muy buen chiste que hubiese sido aquel.
—¿Algún… consejo? Para limpiar esa imagen que tienen de mí, digo —preguntó, algo nervioso. No tenía ni idea de cómo eran los Sabios. Ni cuántos. De hecho, se dio cuenta de lo alarmantemente poco que sabía de ellos, más allá de que eran importantes, y que mejor tenerlos contentos.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado