9/06/2019, 22:47
Akame se detuvo junto al acantilado, dejando que el viento le golpease en el rostro. El olor de la brisa del mar le recordó a Uzushiogakure, a sus playas de blanca arena y sus costas, al mar revuelto y embravecido. Pese a todo, aquel era distinto; no lucía fiero ni bravo como el que Akame estaba acostumbrado a ver, el que le había acompañado durante sus años en el Remolino. «No, este está simplemente enfadado», se dijo el Uchiha. Por eso, cuando la Anciana saltó para despeñarse por el acantilado sin mirar atrás ni mostrar atisbo de duda, el renegado avanzó un paso más.
Ni siquiera miró abajo. No le hacía falta. Su determinación era tan fuerte que la sentía como una maldita armadura, como una coraza impenetrable que le protegería de cualquier daño. No había burlado a la Muerte, vuelto a caminar y limpiado su mente de veneno para morir allí abajo, con el cuello roto por las rocas. No era su destino. Así que el Fénix simplemente avanzó un paso más. Y luego otro.
Y luego otro. Hasta que su pie derecho no encontró la solidez de la roca, sino la caricia del aire. Y se dejó caer.
Ni siquiera miró abajo. No le hacía falta. Su determinación era tan fuerte que la sentía como una maldita armadura, como una coraza impenetrable que le protegería de cualquier daño. No había burlado a la Muerte, vuelto a caminar y limpiado su mente de veneno para morir allí abajo, con el cuello roto por las rocas. No era su destino. Así que el Fénix simplemente avanzó un paso más. Y luego otro.
Y luego otro. Hasta que su pie derecho no encontró la solidez de la roca, sino la caricia del aire. Y se dejó caer.