18/06/2019, 22:45
—He estado un poco ocupado —respondió Mogura.
Y Ayame alzó una ceja, con cierto escepticismo. ¿Ocupado? ¿Qué podía haberle tenido tan ocupado como para desaparecer, casi de manera literal, del mapa durante casi un año? Sin embargo, y aunque la curiosidad le quemaba en la lengua, la kunoichi no preguntó al respecto. Aunque la razón de ello fue que Eri intervino justo en ese momento.
—Oh, sí, Manase-san y yo rescatamos a un ejemplar en peligro de ardilla de unos bandidos que querían venderla.
—¡No me digas! ¡Pobrecita! —exclamó Ayame, horrorizada.
—¿Qué tal has estado, Manase-san? Hacía mucho que no sabía nada de ti —añadió la pelirroja, volviéndose hacia el médico.
A lo que este respondió señalando la placa dorada de ella.
—Probablemente no tan bien como vos, Uzumaki-san. Felicitaciones.
—¡Ayame, tenemos que ponernos al día, han pasado muchas cosas! Aunque... Bueno, yo estoy de misión aquí, no sé si es el momento indicado...
—Me encuentro en la misma situación, de hecho, cuando el tren este listo para partir debo retirarme.
Ayame parpadeó, perpleja.
—De hecho, yo también estoy de...
—¡Oh! ¿Ustedes son los shinobi asignados a la seguridad del ferrocarril? —la persona que los había interrumpido era un chico de mediana edad, alto y espigado, de cabellos tan rojos como los de Eri y pecas que adornaban sus mejillas. Vestía un traje que combinaba el azul con blanco, a juego con el gracioso gorrito que llevaba sobre la cabeza—. ¿Puedo ver vuestros... eh...?
—¿Eh? ¡Oh! ¿Se refiere a esto? —preguntó Ayame, sacando un pergamino perfectamente enrollado y con un reluciente sello de cera en el que se podía leer el símbolo de Amegakure y la letra C en azul sobre él.
—¡Sí, eso es!
Y Ayame alzó una ceja, con cierto escepticismo. ¿Ocupado? ¿Qué podía haberle tenido tan ocupado como para desaparecer, casi de manera literal, del mapa durante casi un año? Sin embargo, y aunque la curiosidad le quemaba en la lengua, la kunoichi no preguntó al respecto. Aunque la razón de ello fue que Eri intervino justo en ese momento.
—Oh, sí, Manase-san y yo rescatamos a un ejemplar en peligro de ardilla de unos bandidos que querían venderla.
—¡No me digas! ¡Pobrecita! —exclamó Ayame, horrorizada.
—¿Qué tal has estado, Manase-san? Hacía mucho que no sabía nada de ti —añadió la pelirroja, volviéndose hacia el médico.
A lo que este respondió señalando la placa dorada de ella.
—Probablemente no tan bien como vos, Uzumaki-san. Felicitaciones.
—¡Ayame, tenemos que ponernos al día, han pasado muchas cosas! Aunque... Bueno, yo estoy de misión aquí, no sé si es el momento indicado...
—Me encuentro en la misma situación, de hecho, cuando el tren este listo para partir debo retirarme.
Ayame parpadeó, perpleja.
—De hecho, yo también estoy de...
—¡Oh! ¿Ustedes son los shinobi asignados a la seguridad del ferrocarril? —la persona que los había interrumpido era un chico de mediana edad, alto y espigado, de cabellos tan rojos como los de Eri y pecas que adornaban sus mejillas. Vestía un traje que combinaba el azul con blanco, a juego con el gracioso gorrito que llevaba sobre la cabeza—. ¿Puedo ver vuestros... eh...?
—¿Eh? ¡Oh! ¿Se refiere a esto? —preguntó Ayame, sacando un pergamino perfectamente enrollado y con un reluciente sello de cera en el que se podía leer el símbolo de Amegakure y la letra C en azul sobre él.
—¡Sí, eso es!