26/06/2019, 02:57
Dos días. Habían sido dos días en los que Ayame y Daruu estuvieron dando tumbos, de aquí y allá. Asentando las bases de sus próximos movimientos y planificando, algo en lo que no habían estado invirtiendo demasiada cabeza durante las etapas más tempranas de aquella misión. Se había sentido como una eternidad, pero al final, allí estaba: el Tsuchiyobi. Acechándoles con las primeras luminarias de la mañana, tenues rayos de un sol marchito que apenas asomaba la cabeza tras las enormes montañas heladas de Yukio, y que aún no había traído consigo el amanecer. Las gotas vespertinas acompañaron a los ninjas al son de una madrugada absurdamente insulsa para Shinogi-To. Oscura, fría, con un viento apaciguado que lejos de soplar fuerte apenas susurraba. Como augurando un terrible desenlace. Uno que, con cada paso que daban hacia el Este de la ciudad, estaba más cerca de acontecer finalmente.
Abandonar los muros de la Capital, a través de una de las entradas de aquél punto cardinal; también les resultaría ligeramente agobiante. Cruzaron el puente, ante el escrutinio de dos guardias somnolientos, y continuaron rumbo hacia los lejanos campos de trigo cuyas amplias hectáreas de plantaciones empezaban a tomar vida a no menos de un kilómetros, aproximadamente, de los pedruscos murales que envolvían como una fortaleza de ébano a la morada del Señor Feudal de la Tormenta.
La nimia claridad que había a las cuatro y media de la mañana apenas les permitía a los jóvenes tener un panorama demasiado preciso, pero era suficiente. A simple vista, las plantaciones de trigo candeal se extendían a través de al menos cinco grandes hectáreas, aunque sólo dos de ellas tenían arados sendos caminos de tierra infértil que se cruzaban unos a los otros de manera transversal para permitir el paso de los locales a la hora de recoger los cultivos. De cerca, las grandes varas de nutridas espigas se alzaban férreas ante el inclemente clima, y no parecían claudicar ni al viento, ni a la lluvia. Más bien, se nutrían de estos elementos como ninguna otra semilla.
Si algo quedaba claro con la inspección inicial del susodicho punto de encuentro, es que se trataba de un lugar bastante idóneo para llevar a cabo una reunión peligrosa y clandestina. El mismo trigo cubría en altura las lejanas puertas de la ciudad, la lluvia era de por sí un estruendo lo suficientemente fuerte como para que cualquier altercado pasase totalmente desapercibido, y la hora, desde luego, fortalecía más aún esos dos detalles.
Abandonar los muros de la Capital, a través de una de las entradas de aquél punto cardinal; también les resultaría ligeramente agobiante. Cruzaron el puente, ante el escrutinio de dos guardias somnolientos, y continuaron rumbo hacia los lejanos campos de trigo cuyas amplias hectáreas de plantaciones empezaban a tomar vida a no menos de un kilómetros, aproximadamente, de los pedruscos murales que envolvían como una fortaleza de ébano a la morada del Señor Feudal de la Tormenta.
La nimia claridad que había a las cuatro y media de la mañana apenas les permitía a los jóvenes tener un panorama demasiado preciso, pero era suficiente. A simple vista, las plantaciones de trigo candeal se extendían a través de al menos cinco grandes hectáreas, aunque sólo dos de ellas tenían arados sendos caminos de tierra infértil que se cruzaban unos a los otros de manera transversal para permitir el paso de los locales a la hora de recoger los cultivos. De cerca, las grandes varas de nutridas espigas se alzaban férreas ante el inclemente clima, y no parecían claudicar ni al viento, ni a la lluvia. Más bien, se nutrían de estos elementos como ninguna otra semilla.
Si algo quedaba claro con la inspección inicial del susodicho punto de encuentro, es que se trataba de un lugar bastante idóneo para llevar a cabo una reunión peligrosa y clandestina. El mismo trigo cubría en altura las lejanas puertas de la ciudad, la lluvia era de por sí un estruendo lo suficientemente fuerte como para que cualquier altercado pasase totalmente desapercibido, y la hora, desde luego, fortalecía más aún esos dos detalles.