26/06/2019, 12:26
Atravesaron las puertas de salida sin mayores dificultades. Él, encapuchado para protegerse de la lluvia; ella, regodeándose en la bendición de Amenokami y suplicando su protección. Y al fin llegaron a los interminables campos de trigo, cuyas espigas se alzaban como lanzas afiladas hacia un cielo que aún no había despertado.
Daruu se colocó cerca del borde de uno de los campos, pero Ayame prefirió ir más allá, más cerca de los dos caminos que se cruzaban entre sí. No abandondonó la cobertura de las espigas, Sin embargo y, tras dirigirle una última mirada de soslayo a su compañero, hizo lo que mejor se le daba hacer: diluyó su cuerpo y se dejó reposar sobre el suelo. Un charco más en una tierra siempre bañada por Amenokami.
Ahora sólo quedaba esperar. Las cinco era la hora acordada de la reunión. ¿Acudirían las Náyades o ya se habrían enterado de la desafortunada desaparición de su valioso compinche?
Daruu se colocó cerca del borde de uno de los campos, pero Ayame prefirió ir más allá, más cerca de los dos caminos que se cruzaban entre sí. No abandondonó la cobertura de las espigas, Sin embargo y, tras dirigirle una última mirada de soslayo a su compañero, hizo lo que mejor se le daba hacer: diluyó su cuerpo y se dejó reposar sobre el suelo. Un charco más en una tierra siempre bañada por Amenokami.
Ahora sólo quedaba esperar. Las cinco era la hora acordada de la reunión. ¿Acudirían las Náyades o ya se habrían enterado de la desafortunada desaparición de su valioso compinche?