29/06/2019, 20:04
Hanabi asintió con un suspiro melancólico, y adelantó un pie a la puerta. Con diligencia, llamó tres veces, y los enormes portones cedieron, abriéndose, sin signo alguno de que nadie hubiera accionado algún mecanismo. Ni un brillo que indicase el funcionamiento de un Fuuinjutsu, nada. Sólo un bonito jardín con una fuente con kois de piedra y, al otro lado, arbustos con rosas. El dúo caminó, al menos Hanabi decididamente, y se abrió paso atravesando otro par de puertas, las del edificio principal. Les recibió un pasillo con iluminación lúgubre y un exquisito parqué y paredes de madera. Los muros estaban repletos de cuadros de caras que a Datsue le juraría haber visto alguna vez, pero que estaba seguro también de que tan sólo era por parentesco con otros Uzumaki.
Finalmente, Hanabi volvió a llamar a una pequeña puerta al fondo del pasillo, una verde y desaliñada.
—Permiso.
Accionó el picaporte, y esta vez se adentraron en una amplia habitación. Muy amplia. Una tarima gigantesca y semicircular les rodeaba a varios metros de distancia, como la de un tribunal. Y entonces Datsue los vio. Iluminados desde abajo, desde luego los sabios del Consejo eran imponentes cuanto menos.
A la primera que reconoció fue a Uzumaki Sanona. Especialmente porque era como ver una viva imagen de su anterior kage, eso sí, sin los característicos labios pintados de morado, y sin esa cicatriz de la frente. A la derecha tenían a Uzumaki Mishiko, una mujer de pelo corto y mirada afilada que les escrutinaba con cara de pocos amigos. Finalmente, y a su izquierda, se encontraba Ryoukajiin, el más viejo de los tres, que ya había perdido el rojo fuego del pelo. Detrás de su larga barba y bigote, les observaba duramente. Era imposible adivinar lo que estaba pensando. Sus ojos azules se mantuvieron en Datsue durante lo que pareció una eternidad. El Uchiha se dio cuenta de que por alguna razón, no pudo dejar de mirarle un buen rato.
—¿Qué significa esto, Hanabi? —gruñó Mishiko desde su estrado—. Sabes perfectamente las condiciones para convocar un Consejo. —Estudió a Datsue con la mirada—. ¿Tan graves han sido las andanzas del Imprudente otra vez?
Hanabi tragó saliva.
Él mismo le había dicho a su pupilo que con Mishiko era con quien lo tendrían más fácil, y sin embargo, la mujer se había rebelado a la mínima de cambio cuestionando la presencia del Uchiha. Y además, se notaba a tres leguas que el uso de la palabra Imprudente había sido una parodia despectiva del sobrenombre que Datsue se daba a sí mismo desde hacía bastante, el Intrépido.
—Verá, Mishiko-dono, es cierto que Datsue-kun ha cometido muchos errores durante su corta vida como shinobi, no obstante, últimamente no me está demostrando más que méritos, y...
—¿Y entonces qué hace aquí? —cortó Mishiko, impaciente.
—...y el otro día incluso convenció a un muchacho que había perdido toda voluntad de volver a la vida shinobi. Queriéndolo o sin querer, está en el centro de todo e inspira a sus compa...
—Hanabi. El motivo. —Sanona interrumpió con voz grave, autoritaria. Mucho más grave que la de su hermana, que recordase Datsue. O tal vez, la personalidad influyese en el tono.
—Eh... sí, sí —balbuceó Hanabi, rascándose la coronilla. El evidente nerviosismo y la aparente sumisión del Uzukage, que le hacía parecer una hormiga ante tres colosos, sugería con bastante precisión el poder real que aquél trío de sabios ejercía sobre la vida pública de la Villa—. Verán... Como he dicho —y déjenme terminar—, siempre se encuentra en el centro de todo. Es influyente. Y últimamente, me ha estado aconsejando muy bien. Aunque le falta mucho recorrido, quiero recomendar que vigilen su trayectoria, pienso que es un buen candidato para...
—Hanabi... ¿lo estás diciendo en serio? ¿De verdad piensas proponerlo para Uzuka...?
—¡¡NO!! ¿¡QUÉ DICES, ESTÁS LOCO, MUCHACHO!? —vociferó Mishiko. Que llamase muchacho a Hanabi era hasta gracioso, porque parecía mucho más joven que él. Eso sí, había que tener en cuenta que Mishiko era una Uzumaki. Perfectamente podía sacarle más de veinte años.
El Uzukage dio un paso atrás inconscientemente y tragó saliva. Creía que con Mishiko lo tendría más fácil, Datsue vengó a sus familiares, ella...
—Mishiko-dono, por fav...
—¡¡Hanabi, es un liante, siempre ha sido un liante, y ahora el que se decía llamar su Hermano —pronunció con sorna— anda por el País del Rayo, o a saber dónde, acompañado por un puto exiliado de Amegakure!! ¡¡Mató a un kage!! ¡Vale, era quien era, pero quién te dice que no pueda matarte a ti mañana mismo! ¡No me fío de él! ¡Mira el espectáculo lamentable que montó en el examen de chuunin! ¡Ni siquiera debió ascender! ¡Ni siquiera...!
—¡Basta! ¡Respeto muchísimo a este Consejo, Mishiko-dono, pero no dejaré que hables así de él! ¡Datsue no es Akame! ¡Datsue está deseando atrapar a Akame! ¡Datsue es [b]MI SHINOBI! ¡Nuestro shinobi!
Todos sintieron entonces el choque. La habitual sensación que emanaba de Hanabi cuando perdía, por un momento, el control de la válvula que apresaba al falso bijuu de su interior. Datsue había aprendido a resistirla, pero aún así sintió el vuelco en el estómago. Si los miembros del Consejo sintieron algo, apenas mostraron reaccion alguna.
—¡Hanabi! ¡Respeta la opinión del Consejo de Sabios!
Hanabi apretó los dientes y miró a Sanona.
—Nunca te he gustado, Sanona...
—¡Esto no tiene nada que ver con...!
—¡¡BASTA!!
El tercer integrante del Consejo de Sabios había estado callado hasta ese instante. Uzumaki Ryoukajiin les miraba, severo, autoritario, bajo la larga barba de hechicero de leyenda. Los escudriñó uno a uno, y todos se vieron silenciados por su mera presencia. No era algo parecido a lo de Hanabi. No. Él, simplemente, se hacía respetar. Sabía hacerse escuchar.
—Vamos a ver, en primer lugar, Hanabi, Mishiko, dejad este espectáculo lamentable para el bar, esto es el Consejo de Sabios —dijo—. Hanabi, tienes que controlarte. Eres el Uzukage. Sabes que nunca creí en ti antes de que el Señor Feudal te pusiera el sombrero, pero acabaste en el puesto por casualidad y demostraste que estás a la altura de tus antecesores. Me sorprendiste para bien. No me sorprendas ahora para mal.
Hanabi agachó la cabeza.
—¡Mishiko! Puedes estar en contra de que este muchacho recoja el testigo de Uzukage, pues razones haylas. Pero por favor, expresa tus opiniones con la altura que se merece tu responsabilidad. ¿Estamos?
Mishiko resopló y se cruzó de brazos, pero no dijo nada.
Ryoukajiin fijó los ojos en Datsue.
—Ahora, el muchacho. Bien, está claro que el tema de los Hermanos del Desierto nos preocupa a todos. Pero todos los aquí presentes hemos sufrido la traición de alguien cercano a nosotros en algún momento de nuestra vida, ¿no? Para empezar, por parte de Zoku. Una vez, yo también lo consideré un Hermano.
»Que haya caído tantas veces en travesuras es un asunto menor. ¡Por Dios! Es joven. Ve la vida con la perspectiva de un joven. No es que vayamos a ponerle el sombrero ahora mismo, ¿no? Tendrá tiempo de sobra, y más vale que lo tenga porque llevamos una racha mala de cambio de gobierno, de probarse a sí mismo, ante sus compañeros y ante nosotros. Además. ¿Saben lo que hizo también este muchacho, aparte de provocar a la jinchuuriki durante el examen?
»¡¡Salvarme la vida!! —Ryoukajiin se levantó y golpeó la tarima con las manos—. ¡Uchiha Datsue me salvó la vida con el Susano'o, aquél día en el estadio! ¡Yo estaba sentado justo en la trayectoria de esa bola de energía! Y no me la salvó sólo a mi, sino a toda mi grada. Y por eso yo siempre le estaré eternamente agradecido.
—¡Pero él también provocó que la jinchuuriki se descontrolase, tú mismo lo has dicho!
—¿¡Por qué, porque se burló de ella!? —espetó Ryoukajiin—. Por favor. Piensa en una situación real. Si te burlas de un adversario y la pones en ridículo para sacarla de quicio, y por culpa de ello pierde los papeles y también la pelea... ¡Has hecho bien tu trabajo! ¡Un ninja adulto y entrenado, además, no se dejaría llevar por las provocaciones! ¿Y quién demonios iba a esperarse que Aotsuki Ayame fuera la jinchuuriki? ¡Nadie lo sabía!
—Mishiko... Ryoukajiin tiene razón.
Mishiko hizo girar la silla, dándoles la espalda. Los otros dos miembros del Consejo suspiraron.
—Muy bien, Hanabi. Pero debes abandonar la sala. Ya conoces las reglas. Tenemos que conocer al candidato personalmente.
Hanabi asintió, tras una breve mirada a Datsue. Le dio una palmada en la espalda, y se dio la vuelta.
—Buena suerte... —susurró, y caminó hasta el fondo de la sala. La puerta hizo un eco endemoniadamente terrorífico cuando Hanabi la soltó para cerrarla.
—Bien, Datsue-kun. Cuéntanos algo sobre ti. ¿Algo que decir sobre todo lo que se ha dicho hasta ahora? Es tu turno de intervenir. ¡Y te lo advierto! —dijo Ryoukajiin, levantando el dedo índice—. Conocemos la parte mala de ti, y entre las cosas malas se dice que eres un adulador y un engatusador. Muchacho, hemos vivido mucho y nuestro trabajo es el de aconsejar, guiar, negociar y convencer. No intentes engañarnos.
»Relájate y sé sincero. Si eres digno de que te eche un ojo encima y decida, en su momento, ponerte el sombrero encima de esa cabezota tuya, lo voy a notar me hagas la pelota o no.
Ryoukajiin se sentó. Sanona se inclinó hacia Datsue con curiosidad. Mishiko seguía sin dirigirles siquiera la mirada, con el sillón con ruedas dado la vuelta y mirando a la pared, los brazos cruzados.
Finalmente, Hanabi volvió a llamar a una pequeña puerta al fondo del pasillo, una verde y desaliñada.
—Permiso.
Accionó el picaporte, y esta vez se adentraron en una amplia habitación. Muy amplia. Una tarima gigantesca y semicircular les rodeaba a varios metros de distancia, como la de un tribunal. Y entonces Datsue los vio. Iluminados desde abajo, desde luego los sabios del Consejo eran imponentes cuanto menos.
A la primera que reconoció fue a Uzumaki Sanona. Especialmente porque era como ver una viva imagen de su anterior kage, eso sí, sin los característicos labios pintados de morado, y sin esa cicatriz de la frente. A la derecha tenían a Uzumaki Mishiko, una mujer de pelo corto y mirada afilada que les escrutinaba con cara de pocos amigos. Finalmente, y a su izquierda, se encontraba Ryoukajiin, el más viejo de los tres, que ya había perdido el rojo fuego del pelo. Detrás de su larga barba y bigote, les observaba duramente. Era imposible adivinar lo que estaba pensando. Sus ojos azules se mantuvieron en Datsue durante lo que pareció una eternidad. El Uchiha se dio cuenta de que por alguna razón, no pudo dejar de mirarle un buen rato.
—¿Qué significa esto, Hanabi? —gruñó Mishiko desde su estrado—. Sabes perfectamente las condiciones para convocar un Consejo. —Estudió a Datsue con la mirada—. ¿Tan graves han sido las andanzas del Imprudente otra vez?
Hanabi tragó saliva.
Él mismo le había dicho a su pupilo que con Mishiko era con quien lo tendrían más fácil, y sin embargo, la mujer se había rebelado a la mínima de cambio cuestionando la presencia del Uchiha. Y además, se notaba a tres leguas que el uso de la palabra Imprudente había sido una parodia despectiva del sobrenombre que Datsue se daba a sí mismo desde hacía bastante, el Intrépido.
—Verá, Mishiko-dono, es cierto que Datsue-kun ha cometido muchos errores durante su corta vida como shinobi, no obstante, últimamente no me está demostrando más que méritos, y...
—¿Y entonces qué hace aquí? —cortó Mishiko, impaciente.
—...y el otro día incluso convenció a un muchacho que había perdido toda voluntad de volver a la vida shinobi. Queriéndolo o sin querer, está en el centro de todo e inspira a sus compa...
—Hanabi. El motivo. —Sanona interrumpió con voz grave, autoritaria. Mucho más grave que la de su hermana, que recordase Datsue. O tal vez, la personalidad influyese en el tono.
—Eh... sí, sí —balbuceó Hanabi, rascándose la coronilla. El evidente nerviosismo y la aparente sumisión del Uzukage, que le hacía parecer una hormiga ante tres colosos, sugería con bastante precisión el poder real que aquél trío de sabios ejercía sobre la vida pública de la Villa—. Verán... Como he dicho —y déjenme terminar—, siempre se encuentra en el centro de todo. Es influyente. Y últimamente, me ha estado aconsejando muy bien. Aunque le falta mucho recorrido, quiero recomendar que vigilen su trayectoria, pienso que es un buen candidato para...
—Hanabi... ¿lo estás diciendo en serio? ¿De verdad piensas proponerlo para Uzuka...?
—¡¡NO!! ¿¡QUÉ DICES, ESTÁS LOCO, MUCHACHO!? —vociferó Mishiko. Que llamase muchacho a Hanabi era hasta gracioso, porque parecía mucho más joven que él. Eso sí, había que tener en cuenta que Mishiko era una Uzumaki. Perfectamente podía sacarle más de veinte años.
El Uzukage dio un paso atrás inconscientemente y tragó saliva. Creía que con Mishiko lo tendría más fácil, Datsue vengó a sus familiares, ella...
—Mishiko-dono, por fav...
—¡¡Hanabi, es un liante, siempre ha sido un liante, y ahora el que se decía llamar su Hermano —pronunció con sorna— anda por el País del Rayo, o a saber dónde, acompañado por un puto exiliado de Amegakure!! ¡¡Mató a un kage!! ¡Vale, era quien era, pero quién te dice que no pueda matarte a ti mañana mismo! ¡No me fío de él! ¡Mira el espectáculo lamentable que montó en el examen de chuunin! ¡Ni siquiera debió ascender! ¡Ni siquiera...!
—¡Basta! ¡Respeto muchísimo a este Consejo, Mishiko-dono, pero no dejaré que hables así de él! ¡Datsue no es Akame! ¡Datsue está deseando atrapar a Akame! ¡Datsue es [b]MI SHINOBI! ¡Nuestro shinobi!
Todos sintieron entonces el choque. La habitual sensación que emanaba de Hanabi cuando perdía, por un momento, el control de la válvula que apresaba al falso bijuu de su interior. Datsue había aprendido a resistirla, pero aún así sintió el vuelco en el estómago. Si los miembros del Consejo sintieron algo, apenas mostraron reaccion alguna.
—¡Hanabi! ¡Respeta la opinión del Consejo de Sabios!
Hanabi apretó los dientes y miró a Sanona.
—Nunca te he gustado, Sanona...
—¡Esto no tiene nada que ver con...!
—¡¡BASTA!!
El tercer integrante del Consejo de Sabios había estado callado hasta ese instante. Uzumaki Ryoukajiin les miraba, severo, autoritario, bajo la larga barba de hechicero de leyenda. Los escudriñó uno a uno, y todos se vieron silenciados por su mera presencia. No era algo parecido a lo de Hanabi. No. Él, simplemente, se hacía respetar. Sabía hacerse escuchar.
—Vamos a ver, en primer lugar, Hanabi, Mishiko, dejad este espectáculo lamentable para el bar, esto es el Consejo de Sabios —dijo—. Hanabi, tienes que controlarte. Eres el Uzukage. Sabes que nunca creí en ti antes de que el Señor Feudal te pusiera el sombrero, pero acabaste en el puesto por casualidad y demostraste que estás a la altura de tus antecesores. Me sorprendiste para bien. No me sorprendas ahora para mal.
Hanabi agachó la cabeza.
—¡Mishiko! Puedes estar en contra de que este muchacho recoja el testigo de Uzukage, pues razones haylas. Pero por favor, expresa tus opiniones con la altura que se merece tu responsabilidad. ¿Estamos?
Mishiko resopló y se cruzó de brazos, pero no dijo nada.
Ryoukajiin fijó los ojos en Datsue.
—Ahora, el muchacho. Bien, está claro que el tema de los Hermanos del Desierto nos preocupa a todos. Pero todos los aquí presentes hemos sufrido la traición de alguien cercano a nosotros en algún momento de nuestra vida, ¿no? Para empezar, por parte de Zoku. Una vez, yo también lo consideré un Hermano.
»Que haya caído tantas veces en travesuras es un asunto menor. ¡Por Dios! Es joven. Ve la vida con la perspectiva de un joven. No es que vayamos a ponerle el sombrero ahora mismo, ¿no? Tendrá tiempo de sobra, y más vale que lo tenga porque llevamos una racha mala de cambio de gobierno, de probarse a sí mismo, ante sus compañeros y ante nosotros. Además. ¿Saben lo que hizo también este muchacho, aparte de provocar a la jinchuuriki durante el examen?
»¡¡Salvarme la vida!! —Ryoukajiin se levantó y golpeó la tarima con las manos—. ¡Uchiha Datsue me salvó la vida con el Susano'o, aquél día en el estadio! ¡Yo estaba sentado justo en la trayectoria de esa bola de energía! Y no me la salvó sólo a mi, sino a toda mi grada. Y por eso yo siempre le estaré eternamente agradecido.
—¡Pero él también provocó que la jinchuuriki se descontrolase, tú mismo lo has dicho!
—¿¡Por qué, porque se burló de ella!? —espetó Ryoukajiin—. Por favor. Piensa en una situación real. Si te burlas de un adversario y la pones en ridículo para sacarla de quicio, y por culpa de ello pierde los papeles y también la pelea... ¡Has hecho bien tu trabajo! ¡Un ninja adulto y entrenado, además, no se dejaría llevar por las provocaciones! ¿Y quién demonios iba a esperarse que Aotsuki Ayame fuera la jinchuuriki? ¡Nadie lo sabía!
—Mishiko... Ryoukajiin tiene razón.
Mishiko hizo girar la silla, dándoles la espalda. Los otros dos miembros del Consejo suspiraron.
—Muy bien, Hanabi. Pero debes abandonar la sala. Ya conoces las reglas. Tenemos que conocer al candidato personalmente.
Hanabi asintió, tras una breve mirada a Datsue. Le dio una palmada en la espalda, y se dio la vuelta.
—Buena suerte... —susurró, y caminó hasta el fondo de la sala. La puerta hizo un eco endemoniadamente terrorífico cuando Hanabi la soltó para cerrarla.
—Bien, Datsue-kun. Cuéntanos algo sobre ti. ¿Algo que decir sobre todo lo que se ha dicho hasta ahora? Es tu turno de intervenir. ¡Y te lo advierto! —dijo Ryoukajiin, levantando el dedo índice—. Conocemos la parte mala de ti, y entre las cosas malas se dice que eres un adulador y un engatusador. Muchacho, hemos vivido mucho y nuestro trabajo es el de aconsejar, guiar, negociar y convencer. No intentes engañarnos.
»Relájate y sé sincero. Si eres digno de que te eche un ojo encima y decida, en su momento, ponerte el sombrero encima de esa cabezota tuya, lo voy a notar me hagas la pelota o no.
Ryoukajiin se sentó. Sanona se inclinó hacia Datsue con curiosidad. Mishiko seguía sin dirigirles siquiera la mirada, con el sillón con ruedas dado la vuelta y mirando a la pared, los brazos cruzados.
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