30/06/2019, 18:26
(Última modificación: 30/06/2019, 18:29 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Amenokami estaría orgulloso, de ver cómo sus hijos de fungían con sus eternas lágrimas, que bendecían las semillas y hacía crecer los cultivos. De cómo abrazaban el agua como suyas, convirtiéndose en unos con ella, y camuflándose como sólo un buen shinobi sabe hacer. Inteligente, eso de aprovechar el aspecto natural más común en la Tormenta, y que por ello, a veces es ignorado como simplemente un asunto cotidiano.
Media hora. Ni un minuto más ni un minuto menos. Media hora tuvieron que esperar para divisar, allá en dos posiciones distintas, la endeble figura de algo aproximándose. Daruu, astutamente camuflado en el extremo de un trozo de campo donde aún tenía cierta visibilidad de la lejana muralla medieval, fue el primero en entender quién se aproximaba. Era una mujer, de un aspecto familiar. Era Nioka quien no avanzaba sola, como habría cabido esperar. A su lado, dos caballeros —Daruu supo inmediatamente que eran lo mismos "pescadores" que fumaban un pitillo allá en las cercanías de la taberna de las Náyades—. la custodiaban muy de cerca. Aunque daba la sensación de que ella podía protegerse a sí misma, y que aquellos tipos no eran más que perros, o mulas de carga. Había un cuarto integrante, no obstante, y a ese el Amedama no lo conocía. Tenía un aspecto arisco y desaliñado, que intentaba ocultar con ropajes caros, y joyas. Una vestimenta muy similar a la del mafioso que Ayame se había cargado días atrás. Éste tenía el cabello corto, como una pelusa puntiaguda que le cubría todo el cráneo como si fuese un tatuaje, y cuyas patillas se extendían perfiladas hacia una barba estilizada en jirones de pelo arremolinado.
Cubiertos por capas oscuras de lluvia, caminaron con paso decidido y totalmente seguros de su entorno hacia una posición cercana a la guardiana. El cuarto hombre abrió un ostentoso paraguas y se detuvo en la mitad del primer cruce de tierra.
Ayame, por otro lado, mucho más cerca de los caminos que se perdían en los rocosos caminos que llevaban hacia las llanuras de la Tempestad Eterna; percibió algo totalmente diferente. Un carruaje tirado a caballo atravesando la bruma. Lo conducía un viejo apabullado de harapos y un enorme sombrero que le cubría de la lluvia.
—No deberíamos haber venido. No sin Ooyu.
—Cállate, imbécil. ¿Acaso no os pagamos lo suficiente? qué cojones me importa en dónde se ha metido ese puerco.
—Es que no lo entiendes, ¡joder! ¡yo soy el irresponsable en esta sociedad! Ooyu nunca habría faltado, él es quien maneja el negocio. Y si desaparece, siempre avisa. Sus empleados están locos buscándolo. Yo mismo me rompí la cabeza dos días tratando de encontrarlo, pero no hay rastro. ¿No lo entiendes? ¡NADA! —se frotó la cara. No sabía cómo, pero estaba sudando como un puerco, y no hacía sino un frío de mierda—. creo que le ha pasado algo malo.
El carruaje, mientras tanto, se acercaba. Más y más.
Media hora. Ni un minuto más ni un minuto menos. Media hora tuvieron que esperar para divisar, allá en dos posiciones distintas, la endeble figura de algo aproximándose. Daruu, astutamente camuflado en el extremo de un trozo de campo donde aún tenía cierta visibilidad de la lejana muralla medieval, fue el primero en entender quién se aproximaba. Era una mujer, de un aspecto familiar. Era Nioka quien no avanzaba sola, como habría cabido esperar. A su lado, dos caballeros —Daruu supo inmediatamente que eran lo mismos "pescadores" que fumaban un pitillo allá en las cercanías de la taberna de las Náyades—. la custodiaban muy de cerca. Aunque daba la sensación de que ella podía protegerse a sí misma, y que aquellos tipos no eran más que perros, o mulas de carga. Había un cuarto integrante, no obstante, y a ese el Amedama no lo conocía. Tenía un aspecto arisco y desaliñado, que intentaba ocultar con ropajes caros, y joyas. Una vestimenta muy similar a la del mafioso que Ayame se había cargado días atrás. Éste tenía el cabello corto, como una pelusa puntiaguda que le cubría todo el cráneo como si fuese un tatuaje, y cuyas patillas se extendían perfiladas hacia una barba estilizada en jirones de pelo arremolinado.
Cubiertos por capas oscuras de lluvia, caminaron con paso decidido y totalmente seguros de su entorno hacia una posición cercana a la guardiana. El cuarto hombre abrió un ostentoso paraguas y se detuvo en la mitad del primer cruce de tierra.
Ayame, por otro lado, mucho más cerca de los caminos que se perdían en los rocosos caminos que llevaban hacia las llanuras de la Tempestad Eterna; percibió algo totalmente diferente. Un carruaje tirado a caballo atravesando la bruma. Lo conducía un viejo apabullado de harapos y un enorme sombrero que le cubría de la lluvia.
—No deberíamos haber venido. No sin Ooyu.
—Cállate, imbécil. ¿Acaso no os pagamos lo suficiente? qué cojones me importa en dónde se ha metido ese puerco.
—Es que no lo entiendes, ¡joder! ¡yo soy el irresponsable en esta sociedad! Ooyu nunca habría faltado, él es quien maneja el negocio. Y si desaparece, siempre avisa. Sus empleados están locos buscándolo. Yo mismo me rompí la cabeza dos días tratando de encontrarlo, pero no hay rastro. ¿No lo entiendes? ¡NADA! —se frotó la cara. No sabía cómo, pero estaba sudando como un puerco, y no hacía sino un frío de mierda—. creo que le ha pasado algo malo.
El carruaje, mientras tanto, se acercaba. Más y más.