30/06/2019, 19:42
La espera se hizo eterna. Auspiciada entre las lanzas de trigo y bien resguardada en su elemento natural, Ayame ni siquiera supo cuánto tiempo había pasado desde que comenzaron la guardia, pero se mantuvo inmóvil como un cervatillo entre la floresta, a la espera de una señal de su compañero y líder en aquella misión. Y cuando pasaron lo que a ella le parecieron horas, cuando comenzaba a preguntarse si de verdad Las Náyades acudirían o no... sucedió.
Escuchó voces que se alzaban sobre el trigo, cerca de donde Daruu se había escondido: una voz de hombre a la que le respondía otra femenina que ella ya había escuchado con anterioridad. Y los pelos se le pusieron de punta. Nioka había llegado. ¿Pero quién era ese hombre de aspecto opulento que la acompañaba y que ya estaba al tanto de la desaparición de Watanabe?
«Se supone que iban a llevar a cabo un intercambio de mercancía... ¿Entonces...?»
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuchó algo más, pero proveniente de la dirección contraria. Algo se acercaba a su posición. Un carro tirado por un caballo atravesaba el camino. Lo conducía un hombre de ropajes más bien harapientos que se cubría la cabeza con un enorme sombrero. Y aquello la desconcertó aún más. ¿Quién era? ¿Era posible que Watanabe hubiese dejado orden, antes de desaparecer, de enviar la mercancía? ¿O se trataba de otra persona? Algo le decía que no debía de ser ajena a aquella reunión; después de todo, Nioka se había cuidado de escoger un lugar discreto para llevar a cabo sus macabros negocios.
«¿Qué debemos hacer?» Se preguntó.
Pero Daruu seguía sin dar la señal. Por lo que siguió aguardando, completamente inmóvil. Con el oído agudizado para no perderse ni un ápice de la conversación que se estaba llevando a cabo y los ojos fijos en el carromato para no perderlo de vista.
Escuchó voces que se alzaban sobre el trigo, cerca de donde Daruu se había escondido: una voz de hombre a la que le respondía otra femenina que ella ya había escuchado con anterioridad. Y los pelos se le pusieron de punta. Nioka había llegado. ¿Pero quién era ese hombre de aspecto opulento que la acompañaba y que ya estaba al tanto de la desaparición de Watanabe?
«Se supone que iban a llevar a cabo un intercambio de mercancía... ¿Entonces...?»
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando escuchó algo más, pero proveniente de la dirección contraria. Algo se acercaba a su posición. Un carro tirado por un caballo atravesaba el camino. Lo conducía un hombre de ropajes más bien harapientos que se cubría la cabeza con un enorme sombrero. Y aquello la desconcertó aún más. ¿Quién era? ¿Era posible que Watanabe hubiese dejado orden, antes de desaparecer, de enviar la mercancía? ¿O se trataba de otra persona? Algo le decía que no debía de ser ajena a aquella reunión; después de todo, Nioka se había cuidado de escoger un lugar discreto para llevar a cabo sus macabros negocios.
«¿Qué debemos hacer?» Se preguntó.
Pero Daruu seguía sin dar la señal. Por lo que siguió aguardando, completamente inmóvil. Con el oído agudizado para no perderse ni un ápice de la conversación que se estaba llevando a cabo y los ojos fijos en el carromato para no perderlo de vista.