2/07/2019, 19:25
El carromato se reunió con Nioka y su séquito de guardaespaldas. La mujer, al contrario que su opulento acompañante, no parecía nada preocupada por la ausencia de Ooyu; más bien al contrario. Confiaba en el éxito de su negocio, y así lo delataba su afilada sonrisa. La Náyade se acercó al carro cuando este se detuvo junto a ellos y tras acercarse a la parte posterior, arrancó la lona que cubría su contenido.
—La jefa estará contenta. Oh, sí, muy contenta.
Una breve ondulación en el agua. Aquel fue el único reflejo que Ayame se permitió expresar en el exterior. Y es que cuando vio aquella colección de frascos, de diferentes tamaños y formas pero todos ellos con el mismo contenido, sintió que la sangre hervía en su interior. Ojos. Una ingente cantidad de ellos. Y Las Náyades ya habían demostrado no tener ningún escrúpulo a la hora de obtenerlos de cualquier persona, ya fueran adultos o infantes o ancianos. Entre ellos el propio Daruu. La muchacha tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no saltar de su escondite para estrangular a Nioka con sus propias manos. Quería hacerle sentir una ínfima parte del sufrimiento que habían causado a toda aquella gente, a todos aquellos niños indefensos... A Daruu. Pero no podía hacerlo. No podían permitirse cometer más errores. Y lanzarse de aquella manera sería uno muy estúpido. La superficie del agua dejó de vibrar.
«Vamos, Daruu... Dame la señal y acabemos con esa harpía...» Rogó para sus adentros. Eso fue todo lo que hizo. Porque tenía que seguir esperando, por mucho que estuviese deseando pasar a la acción.
—Llegaron los botines, partimos en cinco —dijo entonces Nioka, después de volver a tapar el cargamento con la lona. Estaba hablando con alguien a través de un comunicador que acababa de colocarse en el oído—. Bien, Ryaku, es hora de que hagas tu parte. Como viene siendo habitual, el otro cincuenta porciento del pago cuando la mercancía esté a salvo en Mal de Ojo. Asumo que podrás encargarte de la requisa de los guardias como bien lo hacía tu socio, ¿no es así?
«Por supuesto, Mal de Ojo...» Tal y como habían supuesto, la mercancía acababa en aquella taberna de mala muerte. Otra pieza más para el rompecabezas.
Pero ahora tenían otra tarea entre manos. Porque la niebla se había levantado, y eso sólo podía significar una cosa. Ayame recuperó rápidamente su forma corpórea, pero se mantuvo acuclillada, oculta entre el trigo y las manos entrelazadas en Carnero. Tal y como habían planeado en conjunto antes de acudir a aquella reunión, los dos shinobi de Amegakure se convirtieron momentáneamente en retazos de un eco lejano de dos shinobi de la extinta Kirigakure y desplegaron un manto de niebla densa que envolvió todo lo que encontró bajo su mano sin excepción en una trampa de eterna blancura. Ciegos, no serían capaces de mover el carromato. Ciegos, no serían capaces de escapar de su ataque conjunto. Pero eran demasiadas personas, y Ayame lo tenía muy en cuenta. No podían dejar que nadie escapara. Y así, los sirvientes de la niebla se elevaron, rodeándolos desde todas partes. Fantasmas con los ojos vendados y de movimientos lentos y pesados que avanzaban hacia ellos con kunais en la mano, amenazadores como depredadores al acecho.
—La jefa estará contenta. Oh, sí, muy contenta.
Una breve ondulación en el agua. Aquel fue el único reflejo que Ayame se permitió expresar en el exterior. Y es que cuando vio aquella colección de frascos, de diferentes tamaños y formas pero todos ellos con el mismo contenido, sintió que la sangre hervía en su interior. Ojos. Una ingente cantidad de ellos. Y Las Náyades ya habían demostrado no tener ningún escrúpulo a la hora de obtenerlos de cualquier persona, ya fueran adultos o infantes o ancianos. Entre ellos el propio Daruu. La muchacha tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no saltar de su escondite para estrangular a Nioka con sus propias manos. Quería hacerle sentir una ínfima parte del sufrimiento que habían causado a toda aquella gente, a todos aquellos niños indefensos... A Daruu. Pero no podía hacerlo. No podían permitirse cometer más errores. Y lanzarse de aquella manera sería uno muy estúpido. La superficie del agua dejó de vibrar.
«Vamos, Daruu... Dame la señal y acabemos con esa harpía...» Rogó para sus adentros. Eso fue todo lo que hizo. Porque tenía que seguir esperando, por mucho que estuviese deseando pasar a la acción.
—Llegaron los botines, partimos en cinco —dijo entonces Nioka, después de volver a tapar el cargamento con la lona. Estaba hablando con alguien a través de un comunicador que acababa de colocarse en el oído—. Bien, Ryaku, es hora de que hagas tu parte. Como viene siendo habitual, el otro cincuenta porciento del pago cuando la mercancía esté a salvo en Mal de Ojo. Asumo que podrás encargarte de la requisa de los guardias como bien lo hacía tu socio, ¿no es así?
«Por supuesto, Mal de Ojo...» Tal y como habían supuesto, la mercancía acababa en aquella taberna de mala muerte. Otra pieza más para el rompecabezas.
Pero ahora tenían otra tarea entre manos. Porque la niebla se había levantado, y eso sólo podía significar una cosa. Ayame recuperó rápidamente su forma corpórea, pero se mantuvo acuclillada, oculta entre el trigo y las manos entrelazadas en Carnero. Tal y como habían planeado en conjunto antes de acudir a aquella reunión, los dos shinobi de Amegakure se convirtieron momentáneamente en retazos de un eco lejano de dos shinobi de la extinta Kirigakure y desplegaron un manto de niebla densa que envolvió todo lo que encontró bajo su mano sin excepción en una trampa de eterna blancura. Ciegos, no serían capaces de mover el carromato. Ciegos, no serían capaces de escapar de su ataque conjunto. Pero eran demasiadas personas, y Ayame lo tenía muy en cuenta. No podían dejar que nadie escapara. Y así, los sirvientes de la niebla se elevaron, rodeándolos desde todas partes. Fantasmas con los ojos vendados y de movimientos lentos y pesados que avanzaban hacia ellos con kunais en la mano, amenazadores como depredadores al acecho.