4/07/2019, 02:52
y... fuera así o no, Ooyu ya no estaba. Tendría que arreglárselas para dar a esas mujeres lo que querían, o le iban a joder el negocio. Ryaku no respondió, tan sólo asintió con la cabeza. La montaña que era Nioka sonrió satisfecha, e hizo el ademán de subirse a la parte trasera del carruaje. Pero algo la detuvo.
Aquella sonrisa abandonó su rostro tan moderadamente como esa extraña espesura que se alzó repentinamente desde los encharcados pastos de trigo. A aquellas horas, con un chubasco tan imberbe como el de ese día y estando en pleno verano, no era desde luego un fenómeno que ocurriese con naturalidad en los alrededores de Shinogi-To. Y si así fuera, una niebla —allí, en campo abierto—. nunca iba a concentrarse de esa forma. Si un sólo Kirigakure no jutsu evocaba una neblina lo suficientemente espesa, qué decir de dos ejecutados al perfecto unísono.
Chasqueó la lengua y miró con ojos de víbora a Ryaku. Éste le devolvió la extrañeza con sus ojos de ovejo asustado.
—¿Qué pasa? esto... ¿qué cojones?
—Cállate. Sube al puto carruaje, ahora —Ryaku dio dos grandes zancadas y alcanzó el carromato antes de que la neblina, finalmente, acabara tragándolos en su totalidad. Dejándolos a ciegas, como solían hacer ellas con todas sus víctimas. Una estrategia un tanto poética, si me lo preguntan a mí, desde luego—. arranca, viejo, arran... ¡Argh, joder! —¡Frush! el sonido atípico de un cacharro perdiendo su vida útil. El aguijón eléctrico atravesó la carcasa del audífono y la corriente en pequeños y nimios voltajes fue suficiente para cortar cualquier comunicación. Si Nioka había tenido la intención de dar la alerta, ya no le iba a ser posible. El aparatito chamuscado cayó de su oreja echando una pequeñísima estela de humo, que se perdió con la neblina.
—¡Nos atacan, nos atacan! —gritó el pseudo-mafioso. Él los veía. El carruajero también. Nioka ya había detectado al ejército de enmascarados que resultaban ser demasiado visibles.
En ese momento, en la cabeza de Nioka imperó la razón. Si ya le costaba horrores ver al mismísimo Ryaku, un tipo que tenía a menos de un palmo, ¿cuán posible sería que aquellos mercenarios —como les llamaría si creyese que supusiesen ser una amenaza real—. se pudieran ver de forma tan nítida entre tanto humillo húmedo?
Había dos opciones. Mientras discernía cuál era la más probable, la Náyade cogió su hacha y susurró al carruajero mientras le envolvía el cuello en un abrazo fraternal.
—¡hayáááá! —un azote, luego otro. Las yeguas relincharon a ciegas y empezaron a galopar. ¿Hacia dónde? daba absolutamente igual. Mientras se llevase por delante a alguno de esos bastardos con kunai, era suficiente.
Aquella sonrisa abandonó su rostro tan moderadamente como esa extraña espesura que se alzó repentinamente desde los encharcados pastos de trigo. A aquellas horas, con un chubasco tan imberbe como el de ese día y estando en pleno verano, no era desde luego un fenómeno que ocurriese con naturalidad en los alrededores de Shinogi-To. Y si así fuera, una niebla —allí, en campo abierto—. nunca iba a concentrarse de esa forma. Si un sólo Kirigakure no jutsu evocaba una neblina lo suficientemente espesa, qué decir de dos ejecutados al perfecto unísono.
Chasqueó la lengua y miró con ojos de víbora a Ryaku. Éste le devolvió la extrañeza con sus ojos de ovejo asustado.
—¿Qué pasa? esto... ¿qué cojones?
—Cállate. Sube al puto carruaje, ahora —Ryaku dio dos grandes zancadas y alcanzó el carromato antes de que la neblina, finalmente, acabara tragándolos en su totalidad. Dejándolos a ciegas, como solían hacer ellas con todas sus víctimas. Una estrategia un tanto poética, si me lo preguntan a mí, desde luego—. arranca, viejo, arran... ¡Argh, joder! —¡Frush! el sonido atípico de un cacharro perdiendo su vida útil. El aguijón eléctrico atravesó la carcasa del audífono y la corriente en pequeños y nimios voltajes fue suficiente para cortar cualquier comunicación. Si Nioka había tenido la intención de dar la alerta, ya no le iba a ser posible. El aparatito chamuscado cayó de su oreja echando una pequeñísima estela de humo, que se perdió con la neblina.
—¡Nos atacan, nos atacan! —gritó el pseudo-mafioso. Él los veía. El carruajero también. Nioka ya había detectado al ejército de enmascarados que resultaban ser demasiado visibles.
En ese momento, en la cabeza de Nioka imperó la razón. Si ya le costaba horrores ver al mismísimo Ryaku, un tipo que tenía a menos de un palmo, ¿cuán posible sería que aquellos mercenarios —como les llamaría si creyese que supusiesen ser una amenaza real—. se pudieran ver de forma tan nítida entre tanto humillo húmedo?
Había dos opciones. Mientras discernía cuál era la más probable, la Náyade cogió su hacha y susurró al carruajero mientras le envolvía el cuello en un abrazo fraternal.
—¡hayáááá! —un azote, luego otro. Las yeguas relincharon a ciegas y empezaron a galopar. ¿Hacia dónde? daba absolutamente igual. Mientras se llevase por delante a alguno de esos bastardos con kunai, era suficiente.