11/07/2019, 21:16
Los cascos de los dos caballos resbalaron en aquella masa de líquido resbaladizo y los animales relincharon, alarmados y aterrorizados. Sus cuerpos no tardaron en caer a tierra, y con ellos el carro. Las ruedas se hicieron añicos, el transportista salió despedido por los aires, y Nioka y Daruu (que había subido al carro para asestarle un golpe mortal a la Náyade) fueron detrás de él.
«Espero que estén bien...» Deseó, con profundo pesar de haber tenido que lastimar a dos animales inocentes que nada tenían que ver con aquel asunto de tráfico de órganos.
Y aunque sintió preocupación por Daruu, la kunoichi viró su atención a otro punto. Confiaba en que su compañero sabría cómo arreglárselas con Nioka, o al menos por el momento, por lo que decidió que sería después cuando le prestara su apoyo. Por eso se movió ágil entre los Sirvientes de la Niebla, y entre la misma niebla, y acumuló el chakra sobre la planta de los pies para no resbalar con su propia técnica. Aceleró el paso paulatinamente, hasta casi echar a correr, en dirección al carromato, mientras concentraba su propia esencia en su brazo y este se iba inflando de una forma casi monstruosa y antinatural. Para cuando llegó a aquel armatoste de madera su extremidad se había convertido en una auténtica maza.
—¡¡¡AAAAAAAHHHHH!!!
El alarido de esfuerzo acompañó al brutal golpe que asestó contra la parte posterior del vehículo, donde se acumulaba el valioso botín de las Náyades.
Unos ojos que habían sido arrebatados a la fuerza a sus legítimos dueños, no debían ser de nadie más.
«Espero que estén bien...» Deseó, con profundo pesar de haber tenido que lastimar a dos animales inocentes que nada tenían que ver con aquel asunto de tráfico de órganos.
Y aunque sintió preocupación por Daruu, la kunoichi viró su atención a otro punto. Confiaba en que su compañero sabría cómo arreglárselas con Nioka, o al menos por el momento, por lo que decidió que sería después cuando le prestara su apoyo. Por eso se movió ágil entre los Sirvientes de la Niebla, y entre la misma niebla, y acumuló el chakra sobre la planta de los pies para no resbalar con su propia técnica. Aceleró el paso paulatinamente, hasta casi echar a correr, en dirección al carromato, mientras concentraba su propia esencia en su brazo y este se iba inflando de una forma casi monstruosa y antinatural. Para cuando llegó a aquel armatoste de madera su extremidad se había convertido en una auténtica maza.
—¡¡¡AAAAAAAHHHHH!!!
El alarido de esfuerzo acompañó al brutal golpe que asestó contra la parte posterior del vehículo, donde se acumulaba el valioso botín de las Náyades.
Unos ojos que habían sido arrebatados a la fuerza a sus legítimos dueños, no debían ser de nadie más.