21/07/2019, 09:10
Gran advertencia, esa, la de Ayame. Al pobre anciano moribundo que era a toda regla un simple conductor ganándose el pan como buenamente podía. Pero allí estaba, más embarrado que cualquiera. Más indefenso que cualquiera. Más inocente que cualquiera. Pero en un mundo donde habitan toda clase de personas, la inocencia no se cree hasta que se demuestra. Una vez acabara todo aquello, ya podrían decidir qué hacer con el viejo.
El viento se cortó en un silbido ininteligible. El aire y las pocas estelas de neblina —una que inicialmente había perdido su poder de concentración tras la desactivación del Kirigakure por parte de Ayame—. se arremolinaron tras la cola de una flecha que avanzó cuál saeta hasta el antebrazo de Ryaku. El proyectil se atizó en sus carnes y le atravesó los tendones de la muñeca entre cántaros de sangre que salpicaron a distintas direcciones, perdiéndose entre tanto barro y mugre. La sorpresa y el dolor tumbó al endeble mafioso sobre un charco pantanoso y se vio forzado a chillar tal cual lo hace un puerco que ha recibido el primer corte a mano del cuchillo de un carnicero. Los ojos estaban a punto de abandonar sus cuencas a causa del shock. ¿Cómo se había ido todo a la mierda tan rápido? ¿y quién osaba a jugársela a las jodidas Náyades? ¿o a ellos, si acaso? ¡¿quién podía estar tan loco por encontrar el camino hasta las tierras del Yomi, con esa rubia buenorra llamada Naia con la llave maestra de la puerta entre esos dos mundos?!
La voz que le atizó con una bofetada de realidad respondió parcialmente a su pregunta. Una muchacha menuda, se asomó diminuta entre los últimos brotes de humo. De pronto se sintió como si súbitamente fuese de noche, y entre tanta penumbra, las nubes negras de los cielos de la Tormenta daban paso a una cándida y poderosa medialuna.
—¡Zorra inmunda! ¡vas a morir, vas a moriirrrrrrrr!
No tenía más opción, el aire se le había acabado. Su agarre subterráneo sorpresa no había funcionado —no porque no le hubiera cogido, sino porque alguna extraña fuerza en forma de ráfaga le había apartado la mano—. y ya llevaba demasiado tiempo buceando bajo tierra. La enorme mujer abandonó el suelo mojado con evidente frustración, aunque sintiéndose aliviada de que no hubiera más neblina interrumpiendo su visión. Ahora podía verlo. Claramente. A esos pelos pinchos, a esas pecas. A esa mirada austera bañada en determinación.
Un niño muy bonito. Lástima que fuera a morir, allí, entre la nada.
Ah. ¿Y esos ojos?
Esos ojos de un color tan extraño. Quizás no fueran especiales, pero vaya que le iban a venir bien para su colección.
¡fssssum! la mano de Daruu se movió y la de Nioka también. La náyade era gigante, pero el movimiento de la mole de carne por la que estaba compuesta al extensión de su brazo se agitó poderosísima, cuando hacía apenas un segundo su hacha aún yacía en el cinto de su ajustado y sucio pantalón. No obstante, antes de que Daruu siquiera pudiera coger la píldora de su portaobjetos, el arma ya había salido volando hacia el torso de Amedama Daruu, recortando los escasos metros de distancia que había logrado obtener con su pequeño esquive anterior en un incansable giro que rompió el aire de igual forma que lo había hecho la flecha de Ayame. Eso decía mucho de la fuerza de aquella mujer, y de lo peligroso que resultaba recibir un tajo de su Nage Ono.
Mientras el arma volaba, Nioka corría hacia él en una fúrica embestida que emulaba el golpe de los cascos de una docena de bisontes sedientos.
* * *
El viento se cortó en un silbido ininteligible. El aire y las pocas estelas de neblina —una que inicialmente había perdido su poder de concentración tras la desactivación del Kirigakure por parte de Ayame—. se arremolinaron tras la cola de una flecha que avanzó cuál saeta hasta el antebrazo de Ryaku. El proyectil se atizó en sus carnes y le atravesó los tendones de la muñeca entre cántaros de sangre que salpicaron a distintas direcciones, perdiéndose entre tanto barro y mugre. La sorpresa y el dolor tumbó al endeble mafioso sobre un charco pantanoso y se vio forzado a chillar tal cual lo hace un puerco que ha recibido el primer corte a mano del cuchillo de un carnicero. Los ojos estaban a punto de abandonar sus cuencas a causa del shock. ¿Cómo se había ido todo a la mierda tan rápido? ¿y quién osaba a jugársela a las jodidas Náyades? ¿o a ellos, si acaso? ¡¿quién podía estar tan loco por encontrar el camino hasta las tierras del Yomi, con esa rubia buenorra llamada Naia con la llave maestra de la puerta entre esos dos mundos?!
La voz que le atizó con una bofetada de realidad respondió parcialmente a su pregunta. Una muchacha menuda, se asomó diminuta entre los últimos brotes de humo. De pronto se sintió como si súbitamente fuese de noche, y entre tanta penumbra, las nubes negras de los cielos de la Tormenta daban paso a una cándida y poderosa medialuna.
—¡Zorra inmunda! ¡vas a morir, vas a moriirrrrrrrr!
* * *
No tenía más opción, el aire se le había acabado. Su agarre subterráneo sorpresa no había funcionado —no porque no le hubiera cogido, sino porque alguna extraña fuerza en forma de ráfaga le había apartado la mano—. y ya llevaba demasiado tiempo buceando bajo tierra. La enorme mujer abandonó el suelo mojado con evidente frustración, aunque sintiéndose aliviada de que no hubiera más neblina interrumpiendo su visión. Ahora podía verlo. Claramente. A esos pelos pinchos, a esas pecas. A esa mirada austera bañada en determinación.
Un niño muy bonito. Lástima que fuera a morir, allí, entre la nada.
Ah. ¿Y esos ojos?
Esos ojos de un color tan extraño. Quizás no fueran especiales, pero vaya que le iban a venir bien para su colección.
¡fssssum! la mano de Daruu se movió y la de Nioka también. La náyade era gigante, pero el movimiento de la mole de carne por la que estaba compuesta al extensión de su brazo se agitó poderosísima, cuando hacía apenas un segundo su hacha aún yacía en el cinto de su ajustado y sucio pantalón. No obstante, antes de que Daruu siquiera pudiera coger la píldora de su portaobjetos, el arma ya había salido volando hacia el torso de Amedama Daruu, recortando los escasos metros de distancia que había logrado obtener con su pequeño esquive anterior en un incansable giro que rompió el aire de igual forma que lo había hecho la flecha de Ayame. Eso decía mucho de la fuerza de aquella mujer, y de lo peligroso que resultaba recibir un tajo de su Nage Ono.
Mientras el arma volaba, Nioka corría hacia él en una fúrica embestida que emulaba el golpe de los cascos de una docena de bisontes sedientos.