3/08/2019, 04:53
(Última modificación: 3/08/2019, 14:48 por Amekoro Yui. Editado 1 vez en total.)
¿Volver?
Ayame, la carcelera y hasta el mismísimo Amenokami sabían que volver a los campos de trigo de Shinogi-To ahora mismo, no iba a ser posible. Amedama Daruu estaba ahora por su propia cuenta, y la guardiana no tenía otra opción sino la de esperar lo mejor. Claro que, en su estado actual, lo mejor podía transformarse de pronto en una opción arriesgada. Cuando debes entregar las últimas gotas de tu propia energía vital y depender únicamente de una fuente más poderosa, pero que suele traer, como la experiencia así se lo había demostrado a Ayame, grandes consecuencias.
¿Estaría dispuesta a pagar ese precio?
Una mano de apoyo se enlazó alrededor de Ayame, que tambaleó hasta el exterior con extrema debilidad. Era la carcelera quien impidió que cayera al suelo.
—¡No, no puede volver así, guardiana! ¡mírese, mírese! ¡apenas se puede estar de pie!
Una risa ahogada se escuchó al fondo de una de las celdas. Ryaku tenía la quijada desencajada y los ojos pendencieros de un provocador.
—¡JaJAjaJAja ese crío está muerto! ¡Nioka le cortará la cabeza y te la traerá en un pico de regalo, hija de puta!
Todo pasó muy rápido. Se trató de una consecución de eventos que, en milésima de segundos, se suscitaron casi al unísono. El puño de la montaña se acercaba peligrosamente, y sin mucho ánimo de detenerse, hacia los linderos de Amedama Daruu. El ex-hyuuga, por su parte, hacía todo el amago de girar sobre su propio eje, y nadie más que él podría imaginarse para qué.
Sin embargo, algo se acercó por su espalda a una velocidad abrumadora, y sin que nada delatase aquél elemento sorpresa. Porque Nioka había aprovechado la inercia en la que se embauca el cuerpo para lanzar un puñetazo para que el brazo contrario, sin más remedio que retraerse por el mismo movimiento, para tirar de ese hilo de chakra invisible que había plantado previamente en el mango de su hacha.
¿Pero qué importaba?
No lo hacía en lo absoluto. No cuando te sabías protegido, en tiempo y forma, de una vorágine de chakra que desprendía un hyuuga de cada uno de sus poros, gracias a una de las técnicas más versátiles y a su vez infranqueables de todo Oonindo. Ni un puñetazo del mismísimo Kenzou —bueno, quizás estoy exagerando—. sería capaz de batirse a pulso contra la poderosa tormenta de un Hakkeshō Kaiten.
Una lástima que Daruu no pudiera ver la cara de Nioka. Habría sentido una satisfacción increíble al comprobar que había sido mucho más listo que ella. Que estaba previendo los pasos de su enemiga con una constancia y precisión envidiable. Digno de un prodigio. El puño y el hacha se encontraron directamente con el remolino semiesférico, que quizás no era tan poderoso como lo solía ser en su máxima expresión, pero cuya fuerza fue suficiente para hacer rebotar el filo de la Nage Ono, y así también, el brazo de Nioka que recibió todo el impacto del torbellino, quebrándole la muñeca.
Fue el propio dolor, y la indignante sorpresa lo que le permitió, al mismo tiempo, moverse lo bastante rápido hacia atrás como para que fuera algo más que el brazo lo que se encontrase con esa potente defensa. La Náyade aterrizó, sumida en una consternación fúrica, a unos dos metros; y tomó una decisión que heriría su orgullo durante años, si es que llegaba a salir viva de allí. Pero no había otra opción. Ni otro camino. Ni otra resolución. Tenía que avisarle a Nakura Naia. A su líder, del inminente peligro que les acechaba de cerca. La Tormenta venía a por ellas, y a una velocidad digna del mas grande tifón que hubiera presenciado Oonindo en sus cientos de años de existencia.
¡Puf! una pantalla de humo emergió de una pequeña esfera que arrojó muy cerca de Daruu, quien podía estar girando aún, o no. Nioka aprovecharía la distracción para salir corriendo a toda marcha hacia Shinogi-To. Ya luego vería qué hacía con los polizones de la entrada a los muros de la capital, pero ahora era más peligroso enfrentar al crío que acabar con un par de miembros de la guardia real.
Ayame, la carcelera y hasta el mismísimo Amenokami sabían que volver a los campos de trigo de Shinogi-To ahora mismo, no iba a ser posible. Amedama Daruu estaba ahora por su propia cuenta, y la guardiana no tenía otra opción sino la de esperar lo mejor. Claro que, en su estado actual, lo mejor podía transformarse de pronto en una opción arriesgada. Cuando debes entregar las últimas gotas de tu propia energía vital y depender únicamente de una fuente más poderosa, pero que suele traer, como la experiencia así se lo había demostrado a Ayame, grandes consecuencias.
¿Estaría dispuesta a pagar ese precio?
Una mano de apoyo se enlazó alrededor de Ayame, que tambaleó hasta el exterior con extrema debilidad. Era la carcelera quien impidió que cayera al suelo.
—¡No, no puede volver así, guardiana! ¡mírese, mírese! ¡apenas se puede estar de pie!
Una risa ahogada se escuchó al fondo de una de las celdas. Ryaku tenía la quijada desencajada y los ojos pendencieros de un provocador.
—¡JaJAjaJAja ese crío está muerto! ¡Nioka le cortará la cabeza y te la traerá en un pico de regalo, hija de puta!
. . .
Todo pasó muy rápido. Se trató de una consecución de eventos que, en milésima de segundos, se suscitaron casi al unísono. El puño de la montaña se acercaba peligrosamente, y sin mucho ánimo de detenerse, hacia los linderos de Amedama Daruu. El ex-hyuuga, por su parte, hacía todo el amago de girar sobre su propio eje, y nadie más que él podría imaginarse para qué.
Sin embargo, algo se acercó por su espalda a una velocidad abrumadora, y sin que nada delatase aquél elemento sorpresa. Porque Nioka había aprovechado la inercia en la que se embauca el cuerpo para lanzar un puñetazo para que el brazo contrario, sin más remedio que retraerse por el mismo movimiento, para tirar de ese hilo de chakra invisible que había plantado previamente en el mango de su hacha.
¿Pero qué importaba?
No lo hacía en lo absoluto. No cuando te sabías protegido, en tiempo y forma, de una vorágine de chakra que desprendía un hyuuga de cada uno de sus poros, gracias a una de las técnicas más versátiles y a su vez infranqueables de todo Oonindo. Ni un puñetazo del mismísimo Kenzou —bueno, quizás estoy exagerando—. sería capaz de batirse a pulso contra la poderosa tormenta de un Hakkeshō Kaiten.
Una lástima que Daruu no pudiera ver la cara de Nioka. Habría sentido una satisfacción increíble al comprobar que había sido mucho más listo que ella. Que estaba previendo los pasos de su enemiga con una constancia y precisión envidiable. Digno de un prodigio. El puño y el hacha se encontraron directamente con el remolino semiesférico, que quizás no era tan poderoso como lo solía ser en su máxima expresión, pero cuya fuerza fue suficiente para hacer rebotar el filo de la Nage Ono, y así también, el brazo de Nioka que recibió todo el impacto del torbellino, quebrándole la muñeca.
Fue el propio dolor, y la indignante sorpresa lo que le permitió, al mismo tiempo, moverse lo bastante rápido hacia atrás como para que fuera algo más que el brazo lo que se encontrase con esa potente defensa. La Náyade aterrizó, sumida en una consternación fúrica, a unos dos metros; y tomó una decisión que heriría su orgullo durante años, si es que llegaba a salir viva de allí. Pero no había otra opción. Ni otro camino. Ni otra resolución. Tenía que avisarle a Nakura Naia. A su líder, del inminente peligro que les acechaba de cerca. La Tormenta venía a por ellas, y a una velocidad digna del mas grande tifón que hubiera presenciado Oonindo en sus cientos de años de existencia.
¡Puf! una pantalla de humo emergió de una pequeña esfera que arrojó muy cerca de Daruu, quien podía estar girando aún, o no. Nioka aprovecharía la distracción para salir corriendo a toda marcha hacia Shinogi-To. Ya luego vería qué hacía con los polizones de la entrada a los muros de la capital, pero ahora era más peligroso enfrentar al crío que acabar con un par de miembros de la guardia real.