3/08/2019, 18:10
¿Quién no sabía que la guardiana se llamaba Ayame?
Le llamaba así por una cuestión de respeto, pero la carcelera supuso que quizás era que no le gustaba el mote así que prefirió guardar silencio y asintió como buenamente pudo, ayudándola a encontrar sereno en algún taburete cercano y observó nerviosa el intercambio de palabras entre ella, y el desesperado cautivo. También pudo notar que las palabras de ambos calaron en lo más profundo del otro, y la mujer pudo ver que el hombre se había quedado pasmado al oír el nombre de Yui. Ayame, por su lado, aparentaba sentir una creciente dubitativa acerca de la posibilidad de que Daruu muriera por su culpa. Por haberle abandonado. Porque seamos sinceros: ¿realmente era necesario llevarse a un anciano decrépito y a un civil asustado y bocafloja hasta Amegakure por encima de acabar a Nioka?
Ayame tendría que vivir con esa interrogante toda su vida, salvo que Daruu lograra salir airoso de su precaria situación.
—Ok. Quédese aquí. Descanse. Yo veré a quién encuentro disponible.
Plop, plop, plop, plop las suelas de los enormes pies de Nioka emitían sendos sonidos cada que se hundían en los caminos pantanosos hacia Shinogi-To. Plop, plop, plop la mano le dolía a cántaros, pero era una mujer resistente al dolor; y ni siquiera se la sostenía para evitar que la mano diera tumbos con el ritmo de su trote. La ropa, más pesada de lo normal por haber estado luchando en el exterior sin preocuparse de la exposición a la lluvia, se le pegaba a la piel como un tatuaje incómodo y molesto. Plop, plop... plop. El aleteo le obligó a voltear, y ver, allá a siete metros de distancia, un enorme pájaro purpúreo elevarse por los aires con el crío sobre su lomo.
Daruu vio muchas cosas. Eso era lo que tenía tener el privilegio de surcar los cielos como pocos lo hacían. Vio un amplio panorama pantanoso, encharcado, y lúgubre. Vio a una enorme figura correr como dios manda a una distancia prudente, que torcía el cuello cada tanto para ver si alguien le perseguía. Su destino era más que evidente si estabas tan acorralado como ella, y no era otro destino sino Shinogi-To. Sin embargo, el no ver lo que realmente necesitaba fue lo peor de todo. Ayame, su compañera, su confidente, su amor jurado no estaba por ningún lado. Se la había tragado la tierra. A ella y a los otros dos.
Le llamaba así por una cuestión de respeto, pero la carcelera supuso que quizás era que no le gustaba el mote así que prefirió guardar silencio y asintió como buenamente pudo, ayudándola a encontrar sereno en algún taburete cercano y observó nerviosa el intercambio de palabras entre ella, y el desesperado cautivo. También pudo notar que las palabras de ambos calaron en lo más profundo del otro, y la mujer pudo ver que el hombre se había quedado pasmado al oír el nombre de Yui. Ayame, por su lado, aparentaba sentir una creciente dubitativa acerca de la posibilidad de que Daruu muriera por su culpa. Por haberle abandonado. Porque seamos sinceros: ¿realmente era necesario llevarse a un anciano decrépito y a un civil asustado y bocafloja hasta Amegakure por encima de acabar a Nioka?
Ayame tendría que vivir con esa interrogante toda su vida, salvo que Daruu lograra salir airoso de su precaria situación.
—Ok. Quédese aquí. Descanse. Yo veré a quién encuentro disponible.
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Plop, plop, plop, plop las suelas de los enormes pies de Nioka emitían sendos sonidos cada que se hundían en los caminos pantanosos hacia Shinogi-To. Plop, plop, plop la mano le dolía a cántaros, pero era una mujer resistente al dolor; y ni siquiera se la sostenía para evitar que la mano diera tumbos con el ritmo de su trote. La ropa, más pesada de lo normal por haber estado luchando en el exterior sin preocuparse de la exposición a la lluvia, se le pegaba a la piel como un tatuaje incómodo y molesto. Plop, plop... plop. El aleteo le obligó a voltear, y ver, allá a siete metros de distancia, un enorme pájaro purpúreo elevarse por los aires con el crío sobre su lomo.
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Daruu vio muchas cosas. Eso era lo que tenía tener el privilegio de surcar los cielos como pocos lo hacían. Vio un amplio panorama pantanoso, encharcado, y lúgubre. Vio a una enorme figura correr como dios manda a una distancia prudente, que torcía el cuello cada tanto para ver si alguien le perseguía. Su destino era más que evidente si estabas tan acorralado como ella, y no era otro destino sino Shinogi-To. Sin embargo, el no ver lo que realmente necesitaba fue lo peor de todo. Ayame, su compañera, su confidente, su amor jurado no estaba por ningún lado. Se la había tragado la tierra. A ella y a los otros dos.