7/08/2019, 19:14
El aire de la mañana desperezándose la recibió con los brazos abiertos. El sol ya había salido, por lo que había más luminosidad, aunque las nubes del cielo impedían que sus rayos llegaran con toda su fuerza a las interminables alfombras de trigo que se extendían por debajo de él.
Ayame jadeó, angustiada, cuando no vio ni rastro de Daruu o de Nioka. Más cansada de lo que había estado en su vida, intentó reincorporarse, pero la debilidad de sus piernas la devolvió al fango en cuanto intentó levantarse.
—Maldita sea... —blasfemó para sí.
Rindiéndose a la evidencia, la kunoichi se contentó con sentarse sobre sus rodillas y alzó la cabeza hacia el cielo con un profundo suspiro. Fue entonces cuando vio un cierto movimiento entre las nubes, y cuando entornó los ojos para afinar la vista se dio cuenta de que era un enorme pájaro grisáceo que volaba a decenas de metros de distancia a toda velocidad. Era una de las aves de caramelo que usaba su pareja. Y parecía estar persiguiendo algo, a juzgar por la dirección y la velocidad que llevaba.
Y ella no podía apenas moverse.
—¡Maldita sea...! —repitió para sus adentros, mientras volvía a guardar el kunai en el portaobjetos que llevaba en la parte baja de su espalda y apoyaba la mano en el fango para levantarse con sumo cuidado.
Si se encontrara en plenas facultades podría correr tras de ellos, y seguramente sería capaz incluso de alcanzarlos. Pero estaba exhausta. Y realizar otro movimiento instantáneo en sus condiciones actuales sólo empeoraría las cosas.
La kunoichi chasqueó la lengua, profundamente irritada e impotente.
No le quedaba más remedio que echar a andar, aunque fuera lentamente, tras la estela de Daruu.
Ayame jadeó, angustiada, cuando no vio ni rastro de Daruu o de Nioka. Más cansada de lo que había estado en su vida, intentó reincorporarse, pero la debilidad de sus piernas la devolvió al fango en cuanto intentó levantarse.
—Maldita sea... —blasfemó para sí.
Rindiéndose a la evidencia, la kunoichi se contentó con sentarse sobre sus rodillas y alzó la cabeza hacia el cielo con un profundo suspiro. Fue entonces cuando vio un cierto movimiento entre las nubes, y cuando entornó los ojos para afinar la vista se dio cuenta de que era un enorme pájaro grisáceo que volaba a decenas de metros de distancia a toda velocidad. Era una de las aves de caramelo que usaba su pareja. Y parecía estar persiguiendo algo, a juzgar por la dirección y la velocidad que llevaba.
Y ella no podía apenas moverse.
—¡Maldita sea...! —repitió para sus adentros, mientras volvía a guardar el kunai en el portaobjetos que llevaba en la parte baja de su espalda y apoyaba la mano en el fango para levantarse con sumo cuidado.
Si se encontrara en plenas facultades podría correr tras de ellos, y seguramente sería capaz incluso de alcanzarlos. Pero estaba exhausta. Y realizar otro movimiento instantáneo en sus condiciones actuales sólo empeoraría las cosas.
La kunoichi chasqueó la lengua, profundamente irritada e impotente.
No le quedaba más remedio que echar a andar, aunque fuera lentamente, tras la estela de Daruu.