10/08/2019, 19:03
Jadeaba como loca. Estaba herida. Humillada. Hacía tiempo que nadie le hacía frente. Que se atrevía a padecer las represalias de su jefa. ¿Quiénes eran? ¿porqué unos críos tendrían los santos cojones de atentar contra una Náyade?
Sólo había una respuesta, y era la única en el mundo que podía hacer que Nioka sintiera un miedo fortuito y real. Era su pasado, uno increíblemente turbio, persiguiéndole sin compasión. Que no iba a detenerse hasta verla pagar, a ella y a sus cómplices, por sus acciones. Así, queridos lectores, era la vida de un traidor. Asumida o no, no había destinos muy satisfactorios cuando la sombra de Amekoro Yui se extendía por todo el continente como si fuera ella la que controlaba las nubes de lluvia.
«Tengo que avisarle a Naia» —decidida, siguió su camino hasta la entrada a Shinogi-To, custodiada por un par de guardias reales. Pero estaba claro que ni ella, ni él, iban a llegar a las puertas de la Capital. Giros, tierra, y una súbita sensación de desmayo la abrazó. Y ya luego no supo qué había sido de ella.
Por un momento, Ayame contempló, con la frustración asumiendo el mando de sus acciones; al pájaro de Daruu. Al segundo siguiente, ya no estaba. Éste se había perdido en las oscuras nubes del cielo matutino. No obstante, podía discernir que la dirección de Daruu —y por tanto, de Nioka—. era la Capital, así que entre perjuras y maldiciones, tomó rumbo hacia allá. El problema era que, tan extenuada como estaba, Ayame se sentía sólo con la energía suficiente como para trotar lentamente y a ese paso no iba a alcanzarles tan pronto como hubiese querido.
Daruu aguardó, y aguardó... y aguardó. La última mirada atrás, el último intento desesperado de coger distancia de Nioka y... ¡plam!! un placaje sorpresa, motivado por la potenciación del sunshin. Luego un par de agarrones, una lucha intensa. Manotazos, moretones. Una fuerza abismal contras la voluntad del shinobi de la Tormenta.
Luego, un golpe en seco. Un parpadeo interdimensional.
Una celda fría, lúgubre y mohosa. En Amegakure.
—Ugh... tú ¡tú! —veía a una mancha borrosa. Quería vomitar. Pero también quería matarlo. Alzó las manos. Lo iba a ahorcar. Lo iba a ahorcar.
—Bienvenida a casa —una sonrisa aserrada. La última que, sabía Nioka, iba a ver en esta vida. Y quizás en la siguiente también.
Una vestusta capa de polvo y humedad condensada se alzó allá, a unos quince metros de Ayame. Cuando las particulas de viento dejaron de dar vueltas sobre su propio eje, la guardiana comprobó que... no tenía nadie a quién alcanzar. Ni Daruu. Ni Nioka. Estaba sola, otra vez.
Sólo había una respuesta, y era la única en el mundo que podía hacer que Nioka sintiera un miedo fortuito y real. Era su pasado, uno increíblemente turbio, persiguiéndole sin compasión. Que no iba a detenerse hasta verla pagar, a ella y a sus cómplices, por sus acciones. Así, queridos lectores, era la vida de un traidor. Asumida o no, no había destinos muy satisfactorios cuando la sombra de Amekoro Yui se extendía por todo el continente como si fuera ella la que controlaba las nubes de lluvia.
«Tengo que avisarle a Naia» —decidida, siguió su camino hasta la entrada a Shinogi-To, custodiada por un par de guardias reales. Pero estaba claro que ni ella, ni él, iban a llegar a las puertas de la Capital. Giros, tierra, y una súbita sensación de desmayo la abrazó. Y ya luego no supo qué había sido de ella.
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Por un momento, Ayame contempló, con la frustración asumiendo el mando de sus acciones; al pájaro de Daruu. Al segundo siguiente, ya no estaba. Éste se había perdido en las oscuras nubes del cielo matutino. No obstante, podía discernir que la dirección de Daruu —y por tanto, de Nioka—. era la Capital, así que entre perjuras y maldiciones, tomó rumbo hacia allá. El problema era que, tan extenuada como estaba, Ayame se sentía sólo con la energía suficiente como para trotar lentamente y a ese paso no iba a alcanzarles tan pronto como hubiese querido.
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Daruu aguardó, y aguardó... y aguardó. La última mirada atrás, el último intento desesperado de coger distancia de Nioka y... ¡plam!! un placaje sorpresa, motivado por la potenciación del sunshin. Luego un par de agarrones, una lucha intensa. Manotazos, moretones. Una fuerza abismal contras la voluntad del shinobi de la Tormenta.
Luego, un golpe en seco. Un parpadeo interdimensional.
Una celda fría, lúgubre y mohosa. En Amegakure.
—Ugh... tú ¡tú! —veía a una mancha borrosa. Quería vomitar. Pero también quería matarlo. Alzó las manos. Lo iba a ahorcar. Lo iba a ahorcar.
—Bienvenida a casa —una sonrisa aserrada. La última que, sabía Nioka, iba a ver en esta vida. Y quizás en la siguiente también.
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Una vestusta capa de polvo y humedad condensada se alzó allá, a unos quince metros de Ayame. Cuando las particulas de viento dejaron de dar vueltas sobre su propio eje, la guardiana comprobó que... no tenía nadie a quién alcanzar. Ni Daruu. Ni Nioka. Estaba sola, otra vez.