15/08/2019, 18:46
Pero Ayame necesitaría de algo más de tiempo para poder regresar.
Ella podía ser muy rápida, podía tener los cinco sentidos a flor de piel, pero desde luego no tenía un aguante como el de Daruu. Si hubiese que poner una comparación con algún animal, Ayame sería sin duda alguna como un guepardo: explosivo en velocidad pero de escasa resistencia. Y aquel día había realizado demasiados movimientos instantáneos. No estaba acostumbrada a algo tan intensivo. Para colmo, sus reservas de energía estaban en mínimos, por lo que iba a necesitar de, por lo menos, una buena y larga hora. Por lo que se mantuvo allí, con las piernas cruzadas sobre el fango, la débil lluvia cayendo sobre su rostro y su cabello y respirando lenta y profundamente, dejando que su cuerpo se nutriera del oxígeno.
Ni siquiera había recuperado todas sus reservas de chakra para cuando se vio en condiciones de regresar, pero no podía postergarlo durante más tiempo. Además, seguramente Daruu ya habría regresado. No podía hacerle esperar más tiempo o terminaría preocupándose. Ya tendría tiempo de descansar a salvo en La Bruma Negra.
—Vamos allá... —susurró para sí, mientras comenzaba a entrelazar las manos con cierta lentitud.
Allí iba el quinto salto del día.
Una última palmada resonó en los campos de trigo antes de que la figura de la kunoichi desapareciera en un último destello rojo.
—Ay, ay, ay, ay, ay, ay...
La kunoichi había aparecido en La Bruma Negra, sí. Pero había aparecido tirada en el suelo, con los brazos extendidos como una estrella de mar fuera del agua y las piernas dobladas sobre la cama. Toda la habitación le daba vueltas. Se sentía incapaz de mover siquiera un músculo. Y todo a su alrededor se volvió oscuro cuando terminó de perder la conciencia.
Ella podía ser muy rápida, podía tener los cinco sentidos a flor de piel, pero desde luego no tenía un aguante como el de Daruu. Si hubiese que poner una comparación con algún animal, Ayame sería sin duda alguna como un guepardo: explosivo en velocidad pero de escasa resistencia. Y aquel día había realizado demasiados movimientos instantáneos. No estaba acostumbrada a algo tan intensivo. Para colmo, sus reservas de energía estaban en mínimos, por lo que iba a necesitar de, por lo menos, una buena y larga hora. Por lo que se mantuvo allí, con las piernas cruzadas sobre el fango, la débil lluvia cayendo sobre su rostro y su cabello y respirando lenta y profundamente, dejando que su cuerpo se nutriera del oxígeno.
Ni siquiera había recuperado todas sus reservas de chakra para cuando se vio en condiciones de regresar, pero no podía postergarlo durante más tiempo. Además, seguramente Daruu ya habría regresado. No podía hacerle esperar más tiempo o terminaría preocupándose. Ya tendría tiempo de descansar a salvo en La Bruma Negra.
—Vamos allá... —susurró para sí, mientras comenzaba a entrelazar las manos con cierta lentitud.
Allí iba el quinto salto del día.
Una última palmada resonó en los campos de trigo antes de que la figura de la kunoichi desapareciera en un último destello rojo.
. . .
¡KATAPLOM PLAF PLOM!
—Ay, ay, ay, ay, ay, ay...
La kunoichi había aparecido en La Bruma Negra, sí. Pero había aparecido tirada en el suelo, con los brazos extendidos como una estrella de mar fuera del agua y las piernas dobladas sobre la cama. Toda la habitación le daba vueltas. Se sentía incapaz de mover siquiera un músculo. Y todo a su alrededor se volvió oscuro cuando terminó de perder la conciencia.