18/08/2019, 17:19
Tras un día entero de descanso, tras lo que fue la primera batalla de una guerra que se antojaba aún lejos de terminar; el equipo de caza de Amekoro Yui hizo contacto a la hora en la que habían quedado inicialmente con la Arashikage. Alrededor de las doce de la noche, con la oscuridad haciéndoles de compañía y esas luciérnagas iluminándolo todo allá afuera, una turbia figura apareció en forma de holograma frente a Daruu y Ayame. Era Shanise.
—Buenas noches —dijo la Hozuki, rompiendo el silencio—. buen trabajo capturando a la Montaña.
—¿Qué pasa? esto... ¿qué cojones?
—Cállate. Sube al puto carruaje, ah... — frrrsh frsrhsfh, el eco de la transmisión pareció romperse en el típico sonido que hace una radio al perder su señal de emisión. La mujer enjuta de lóbulos agujereados y cabello corto palpitaba el chascarro, tratando de hacerlo funcionar. No obstante, pronto se dio cuenta de que no era el suyo el que tenía problemas, sino el...
Jyudan Shannako abandonó pronto la habitación en la que se encontraba, y se tambaleó entre oscuros pasillos apenas iluminados con vetustos candelabros de épocas pasadas. La náyade se movía casi a ciegas, tomando cruces laberínticos que acabaron, finalmente, en una cámara de antesala con forma oval, compuesta de fachadas rústicas de concreto negro, con adornos de un estilo barroco tradicional. La habitación estaba lo suficientemente oscura como para que allí, a la distancia, sólo la silueta de una mujer esbelta, de piernas largas, pálidas y seductoras se asomaran sobre la fría piedra, acariciando la roca caliza con sus finos pies desnudos. Shannako cerró el enorme portón tras sí, rompiendo el gutural silencio de la fría habitación, y habló dirigiéndose a la nada.
—Ha ocurrido algo —soltó—. hemos perdido contacto con Nioka. El comunicador dejó de funcionar de repente, pero antes he oído que estaba teniendo algún inconveniente con el despacho. ¿Qué quieres que hagamos?
Una lacia cascada de mechones dorados caía sobre su sugerente busto escotado, tallado con una túnica blanquecina que se amoldaba perfectamente a su perfecta estructura ósea. Un siseo estridente se hizo de la habitación, y entre aquellos cabellos, reptó de pronto a la luz una seductora cobra real con su capucha desplegaba, danzando al ritmo del dedo de su dueña que acariciaba los últimos resquicios de su cola antes de que la serpiente se escabullera por el suelo.
—Trata de averiguar qué pasó, pero sin exponerte tú sola. Usa nuestros contactos. Y si no están aquí en dos horas, ya sabes qué hacer.
—Entendido, jefa. Volveré con novedades...
—Buenas noches —dijo la Hozuki, rompiendo el silencio—. buen trabajo capturando a la Montaña.
. . . .
16 horas antes, en algún lugar desconocido
—¿Qué pasa? esto... ¿qué cojones?
—Cállate. Sube al puto carruaje, ah... — frrrsh frsrhsfh, el eco de la transmisión pareció romperse en el típico sonido que hace una radio al perder su señal de emisión. La mujer enjuta de lóbulos agujereados y cabello corto palpitaba el chascarro, tratando de hacerlo funcionar. No obstante, pronto se dio cuenta de que no era el suyo el que tenía problemas, sino el...
Jyudan Shannako abandonó pronto la habitación en la que se encontraba, y se tambaleó entre oscuros pasillos apenas iluminados con vetustos candelabros de épocas pasadas. La náyade se movía casi a ciegas, tomando cruces laberínticos que acabaron, finalmente, en una cámara de antesala con forma oval, compuesta de fachadas rústicas de concreto negro, con adornos de un estilo barroco tradicional. La habitación estaba lo suficientemente oscura como para que allí, a la distancia, sólo la silueta de una mujer esbelta, de piernas largas, pálidas y seductoras se asomaran sobre la fría piedra, acariciando la roca caliza con sus finos pies desnudos. Shannako cerró el enorme portón tras sí, rompiendo el gutural silencio de la fría habitación, y habló dirigiéndose a la nada.
—Ha ocurrido algo —soltó—. hemos perdido contacto con Nioka. El comunicador dejó de funcionar de repente, pero antes he oído que estaba teniendo algún inconveniente con el despacho. ¿Qué quieres que hagamos?
Una lacia cascada de mechones dorados caía sobre su sugerente busto escotado, tallado con una túnica blanquecina que se amoldaba perfectamente a su perfecta estructura ósea. Un siseo estridente se hizo de la habitación, y entre aquellos cabellos, reptó de pronto a la luz una seductora cobra real con su capucha desplegaba, danzando al ritmo del dedo de su dueña que acariciaba los últimos resquicios de su cola antes de que la serpiente se escabullera por el suelo.
—Trata de averiguar qué pasó, pero sin exponerte tú sola. Usa nuestros contactos. Y si no están aquí en dos horas, ya sabes qué hacer.
—Entendido, jefa. Volveré con novedades...