22/08/2019, 11:47
(Última modificación: 22/08/2019, 11:49 por Inuzuka Nabi. Editado 1 vez en total.)
En mi camino tortuoso desde los matojos asquerosos a los que me había lanzado Datsue, con intención supongo, fui oyendo retazos de la conversación, o conversaciones inconexas, que se estaban sucediendo en la denominada "fiesta". Un "Voy a ser padre" por allí, una proposición de bebida por allá.
No contesté a nada mientras usaba mis super poderes ninjas de infiltración para acercarme y sentarme en el primero asiento que pillase. Lo cierto era que el lanzamiento precipitado con fuerza sobrehumana de Datsue había calado más hondo de lo que esperaba. "¡Si tú eres un toro!" estareis pensando, y lo soy, pero nadie se podía esperar que el andrajo fuinjutsero de repente echase músculo. Eso tenía que ser cosa del bicho satánico que llevaba dentro, claramente. ¿Entrenamiento? ¿Constancia? No era tan ingenuo como para siquiera imaginar a Datsue entrenando de forma constante.
—¿¡Habrá que empezar con el banquete, o no!?
Eso llamó mi atención, pero no al que profesó el grito, si no a la bandeja de comida que acercaba una hermosa pelirroja. Quería decirle algo a tan preciosa moza, pero para cuando me quise dar cuenta ya había cogido varios trozos de carne y los estaba devorando. Mi amor por Eri era ardiente pero nada ardía más que un estomago vacio.
Justo cuando Datsue anunció el comienzo del banquete con tan poca gracia, pasó algo terrible. Horrendo. Horripilante. Dos manos salieron del suelo y le agarraron los tobillos y pum, enterrado hasta el cuello. Tan útil como siniestra era esa técnica. Lo más terrorífico es que después no salió nadie de la tierra, como si fuese un castigo divino o la propia Tierra quisiese comérselo. Espeluznante.
Al parecer no solo estaba cansado de haber sido lanzado con fuerza sobrehumana, si no de un gasto de chakra por aquí y por allá. En cualquier caso, el plan inicial era reirme de él y demostrar mi superioridad dotonera, pero se me había olvidado. La comida había aparecido y ya no había Datsue ni Datsua que valga.
No contesté a nada mientras usaba mis super poderes ninjas de infiltración para acercarme y sentarme en el primero asiento que pillase. Lo cierto era que el lanzamiento precipitado con fuerza sobrehumana de Datsue había calado más hondo de lo que esperaba. "¡Si tú eres un toro!" estareis pensando, y lo soy, pero nadie se podía esperar que el andrajo fuinjutsero de repente echase músculo. Eso tenía que ser cosa del bicho satánico que llevaba dentro, claramente. ¿Entrenamiento? ¿Constancia? No era tan ingenuo como para siquiera imaginar a Datsue entrenando de forma constante.
—¿¡Habrá que empezar con el banquete, o no!?
Eso llamó mi atención, pero no al que profesó el grito, si no a la bandeja de comida que acercaba una hermosa pelirroja. Quería decirle algo a tan preciosa moza, pero para cuando me quise dar cuenta ya había cogido varios trozos de carne y los estaba devorando. Mi amor por Eri era ardiente pero nada ardía más que un estomago vacio.
Justo cuando Datsue anunció el comienzo del banquete con tan poca gracia, pasó algo terrible. Horrendo. Horripilante. Dos manos salieron del suelo y le agarraron los tobillos y pum, enterrado hasta el cuello. Tan útil como siniestra era esa técnica. Lo más terrorífico es que después no salió nadie de la tierra, como si fuese un castigo divino o la propia Tierra quisiese comérselo. Espeluznante.
Al parecer no solo estaba cansado de haber sido lanzado con fuerza sobrehumana, si no de un gasto de chakra por aquí y por allá. En cualquier caso, el plan inicial era reirme de él y demostrar mi superioridad dotonera, pero se me había olvidado. La comida había aparecido y ya no había Datsue ni Datsua que valga.
—Nabi—