4/09/2019, 10:33
Y navegó, y navegó...
Como un velero perdido en mitad del océano, sin rumbo, ni velas, ni brújula. La tormenta parecía haber pasado pero aquel barquito no encontraba el camino de vuelta a casa; ¿tenía, siquiera, casa a la que volver? Mientras el casco de aquel bote se deslizaba silenciosamente por la superficie cristalina del onírico mar, Akame miraba al horizonte con ojos tristes, apoyado en el timón. No le quedaba rabia ni rencor en su corazón, tan sólo tristeza. No, no tenía hogar al que volver y lo que era peor; hasta dos veces lo había tenido. ¿Era culpa suya el haberlo jodido todo? Ya ni siquiera lo sabía. ¿Cuándo había empezado a torcerse su vida? ¿Fue entonces, de niño? ¿O ahora, siendo un shinobi? Él, que tanto se había jactado de vestir una coraza impenetrable para protegerse de los sentimientos, que hacían débiles a los ninjas, se encontraba a la deriva en aquel inmenso océano con un gran pesar, porque sabía que ahora no quedaba una sola persona en Oonindo que le amara. ¿Cómo tenía que sentirse alguien presa de semejante soledad?
De repente el barquito encalló, con un súbito porrazo, forzándole a caer de bruces sobre la arena. Se levantó, confundido y mirando a su alrededor, para advertir que se encontraba en una inmensa playa de arena blanca. Una que le resultaba tremendamente familiar. El rumor de las olas y el olor a sal se colaron en sus sentidos, produciéndole una nostalgia cálida que le dio fuerzas para ponerse en pie. Y luego para caminar, caminar, caminar...
Oyó una voz muy familiar. «¿Hermano?» Y en efecto, ¡allí estaba! Su compañero de aventuras, de misiones, su amigo y confidente, su compadre. Plantado junto a la orilla, y a su lado...
«Y... Yume-chan...»
Akame corrió hacia ellos por puro impulso. Ni siquiera se detuvo a preguntarse qué era lo que debía hacer. Ambos le recibieron con una sonrisa y los brazos abiertos, se fundieron los tres en un abrazo fraternal y rebosante de alegría. ¿Qué más daba todo lo demás? Entre aquellas dos personas, Akame era feliz.
Como un velero perdido en mitad del océano, sin rumbo, ni velas, ni brújula. La tormenta parecía haber pasado pero aquel barquito no encontraba el camino de vuelta a casa; ¿tenía, siquiera, casa a la que volver? Mientras el casco de aquel bote se deslizaba silenciosamente por la superficie cristalina del onírico mar, Akame miraba al horizonte con ojos tristes, apoyado en el timón. No le quedaba rabia ni rencor en su corazón, tan sólo tristeza. No, no tenía hogar al que volver y lo que era peor; hasta dos veces lo había tenido. ¿Era culpa suya el haberlo jodido todo? Ya ni siquiera lo sabía. ¿Cuándo había empezado a torcerse su vida? ¿Fue entonces, de niño? ¿O ahora, siendo un shinobi? Él, que tanto se había jactado de vestir una coraza impenetrable para protegerse de los sentimientos, que hacían débiles a los ninjas, se encontraba a la deriva en aquel inmenso océano con un gran pesar, porque sabía que ahora no quedaba una sola persona en Oonindo que le amara. ¿Cómo tenía que sentirse alguien presa de semejante soledad?
De repente el barquito encalló, con un súbito porrazo, forzándole a caer de bruces sobre la arena. Se levantó, confundido y mirando a su alrededor, para advertir que se encontraba en una inmensa playa de arena blanca. Una que le resultaba tremendamente familiar. El rumor de las olas y el olor a sal se colaron en sus sentidos, produciéndole una nostalgia cálida que le dio fuerzas para ponerse en pie. Y luego para caminar, caminar, caminar...
Oyó una voz muy familiar. «¿Hermano?» Y en efecto, ¡allí estaba! Su compañero de aventuras, de misiones, su amigo y confidente, su compadre. Plantado junto a la orilla, y a su lado...
«Y... Yume-chan...»
Akame corrió hacia ellos por puro impulso. Ni siquiera se detuvo a preguntarse qué era lo que debía hacer. Ambos le recibieron con una sonrisa y los brazos abiertos, se fundieron los tres en un abrazo fraternal y rebosante de alegría. ¿Qué más daba todo lo demás? Entre aquellas dos personas, Akame era feliz.