6/09/2019, 15:35
Si Akame sintió algo al ver a su antiguo Hermano esposado y arrodillado, rendido como una bestia herida, su rostro no lo atestiguó. Se quedó allí durante unos largos instantes, serio como una efigie de piedra, con sus ojos negros escudriñando el rostro de Datsue. No miró siquiera a Kaido; no le hacía falta. Avanzó un paso rápido y firme, con la autoridad de un Emperador, y desenvainó su espada de negra empuñadura. El acero silbó con un característico siseo al rozar la vaina, y brilló cuando su portador lo colocó junto al cuello de Datsue. Akame empuñó al Obsidiana con ambas manos y le obligó a cumplir su voluntad; la de segar la cabeza del joven jōnin de Uzushiogakure de un tajo seco, limpio, perfecto. La espada obedeció, atravesando sin dificultad piel, carne, hueso y músculo. La sangre empapó el cuerpo del joven renegado mientras este se mantenía tan impasible como cabía esperar de un Profesional.
Akame ya se había dado cuenta de que todo aquello no era más que una treta. Una ilusión que alguien estaba utilizando para jugar con su cabeza —ignoraba, o más bien, era incapaz de recordar, quién o cómo—, pero estaba seguro de aquello. El propósito de todo parecía querer llevarle a cortar los pocos lazos que pudieran quedarle con su antigua vida, a convertirle en un nuevo hombre desarraigado de Uzu no Kuni y sus gentes. Y él se dejaba llevar; porque sabía que, en el fondo, seguía en control de la situación. Y aun así, Akame sintió rabia al empuñar su espada. Sintió rencor e ira al decapitar a su antiguo Hermano; y luego le invadió la tristeza y la melancolía. Pero todo eso se lo guardó para él, a espaldas de quien estuviera controlando sus sueños.
Finalmente alzó la mirada para ver a Kaido.
—Que lo tiren en alguna zanja. Este miserable no merece un entierro digno —escupió, pateando el cuerpo arrodillado, sin cabeza, de Datsue para que terminara quedando tirado sobre la tierra como un saco de papas.
Akame ya se había dado cuenta de que todo aquello no era más que una treta. Una ilusión que alguien estaba utilizando para jugar con su cabeza —ignoraba, o más bien, era incapaz de recordar, quién o cómo—, pero estaba seguro de aquello. El propósito de todo parecía querer llevarle a cortar los pocos lazos que pudieran quedarle con su antigua vida, a convertirle en un nuevo hombre desarraigado de Uzu no Kuni y sus gentes. Y él se dejaba llevar; porque sabía que, en el fondo, seguía en control de la situación. Y aun así, Akame sintió rabia al empuñar su espada. Sintió rencor e ira al decapitar a su antiguo Hermano; y luego le invadió la tristeza y la melancolía. Pero todo eso se lo guardó para él, a espaldas de quien estuviera controlando sus sueños.
Finalmente alzó la mirada para ver a Kaido.
—Que lo tiren en alguna zanja. Este miserable no merece un entierro digno —escupió, pateando el cuerpo arrodillado, sin cabeza, de Datsue para que terminara quedando tirado sobre la tierra como un saco de papas.