11/09/2019, 01:17
Oh, no. No, no, no. Enfado, ira, mosqueo... A eso estaba habituado. Eso podía combatirlo. Pero, ¿decepción? Le hubiese sentado mejor una patada en la boca del estómago que eso. Como si no fuese suficiente aquello, Shukaku no desaprovechaba una, recordándole lo torpe que era. «Gracias, Shukaku. Yo también te quiero», respondió irónicamente.
Respecto al viaje, resultaba que había estado en lo cierto. Los cálculos habían sido precisos, y efectivamente, a la mañana siguiente, llegarían a su destino. ¿Por qué tan lejos? Debía de haber una buena razón. Un sitio idílico para el combate, alejado de toda vida, donde el fuego y la destrucción no representase amenaza alguna. «El desierto del País del Viento encaja al dedo». Solo que estaba en la otra punta del mapa, claro.
Pero Hanabi no lo dejó pasar. ¿Por qué le gustaba tanto el dinero a Datsue? ¿Por qué nunca se conformaba? Preguntas lanzadas al aire sin respuesta. El Uchiha siguió caminando, callado y con la mirada gacha. Shukaku, por otra parte, seguía hablándole telepáticamente. Por un momento, quiso replicarle que ya se había vengado de los que le habían apresado. A través de él, nada menos, cuando estamparon una tremenda bola de fuego en la boca de Zoku. Pero, entonces…
…entonces Shukaku fue Shukaku, y la réplica murió en sus labios. Pero hubo una cosa que sí que no pudo dejar pasar por alto. «¿¡Qué!? ¿Contratar a esas… sabandijas? No, no, no. Eso nunca, ¿¡me oyes!? ¡Eso nunca!» ¿Y contribuir a extender la peste? Solo de pensarlo le daban ganas de vomitar.
—No sé qué esperas, pero una vez tienes todas esas comodidades, lo demás son todo lujos que luego no hacen más que traerte problemas de vuelta. Hazme caso, anda.
Datsue suspiró con pesar. Una parte de él…
—Lo sé. —Sí, él mismo había llegado a aquella conclusión en un par de ocasiones. Pero la codicia no se curaba de la noche a la mañana. Un adicto al omoide lo era toda la vida, y un adicto al dinero… también. Podía limpiarse, desintoxicarse, aguantar un año o dos sin caer. Quizá el resto de la vida incluso. Pero la tentación siempre iba a estar ahí, esperando, paciente… al momento de debilidad—. Es solo que… Pff, no sé, Uzukage-sama. Tonterías, en verdad.
»No considero que tuviese una infancia difícil. Al menos no desde que conocí las historias de mis compañeros de promoción. Pero veía cosas en casa que… no me gustaban. Así que ahí me tiene, con seis añitos yendo a comprar un muñeco nuevo con el que jugar y entretenerme. Para ocupar la mente.
Aunque tenía que ser sincero. No solo con el Uzukage, sino consigo mismo.
—A ver, el gusto por el dinero siempre lo tuve desde que tengo memoria. —Ya de pequeñito le gustaba juntar los ahorros de sus padres y apilarlas en un montoncito, contando hasta el último ryo—. Pero sí que acostumbré a resolver mis problemas comprándome caprichos.
»Y… qué sé yo. Simplemente tengo una pequeña racha de bajón. No es nada, en serio, en peores he estado y sé que volveré a estar en la ola. Es solo que… Mire, no veo a Nabi y Eri desde hace meses. Desde que están juntos… Juntos, juntos, me refiero, es como intentar quedar con un kusareño el día de la cosecha. ¿Sabe a lo que me…? Uy, perdón por la expresión. —Se corrigió de golpe. Shukaku tenía razón: a veces ni intentándolo sería más torpe—. Y Aiko… ¿Versión corta? Se fue con un tío de dos metros, morenazo y con el brazo más ancho que yo. Que yo me alegro que sea feliz, pero… —tomó aire y lo dejó escapar lentamente. Su voz apenas fue un murmullo débil y abatido:—. Pero hubiese preferido que fuese conmigo, supongo.
Respecto al viaje, resultaba que había estado en lo cierto. Los cálculos habían sido precisos, y efectivamente, a la mañana siguiente, llegarían a su destino. ¿Por qué tan lejos? Debía de haber una buena razón. Un sitio idílico para el combate, alejado de toda vida, donde el fuego y la destrucción no representase amenaza alguna. «El desierto del País del Viento encaja al dedo». Solo que estaba en la otra punta del mapa, claro.
Pero Hanabi no lo dejó pasar. ¿Por qué le gustaba tanto el dinero a Datsue? ¿Por qué nunca se conformaba? Preguntas lanzadas al aire sin respuesta. El Uchiha siguió caminando, callado y con la mirada gacha. Shukaku, por otra parte, seguía hablándole telepáticamente. Por un momento, quiso replicarle que ya se había vengado de los que le habían apresado. A través de él, nada menos, cuando estamparon una tremenda bola de fuego en la boca de Zoku. Pero, entonces…
«Osea, toda la raza humana, básicamente. ¡JIA, JIA, JIA!»
…entonces Shukaku fue Shukaku, y la réplica murió en sus labios. Pero hubo una cosa que sí que no pudo dejar pasar por alto. «¿¡Qué!? ¿Contratar a esas… sabandijas? No, no, no. Eso nunca, ¿¡me oyes!? ¡Eso nunca!» ¿Y contribuir a extender la peste? Solo de pensarlo le daban ganas de vomitar.
—No sé qué esperas, pero una vez tienes todas esas comodidades, lo demás son todo lujos que luego no hacen más que traerte problemas de vuelta. Hazme caso, anda.
Datsue suspiró con pesar. Una parte de él…
—Lo sé. —Sí, él mismo había llegado a aquella conclusión en un par de ocasiones. Pero la codicia no se curaba de la noche a la mañana. Un adicto al omoide lo era toda la vida, y un adicto al dinero… también. Podía limpiarse, desintoxicarse, aguantar un año o dos sin caer. Quizá el resto de la vida incluso. Pero la tentación siempre iba a estar ahí, esperando, paciente… al momento de debilidad—. Es solo que… Pff, no sé, Uzukage-sama. Tonterías, en verdad.
»No considero que tuviese una infancia difícil. Al menos no desde que conocí las historias de mis compañeros de promoción. Pero veía cosas en casa que… no me gustaban. Así que ahí me tiene, con seis añitos yendo a comprar un muñeco nuevo con el que jugar y entretenerme. Para ocupar la mente.
Aunque tenía que ser sincero. No solo con el Uzukage, sino consigo mismo.
—A ver, el gusto por el dinero siempre lo tuve desde que tengo memoria. —Ya de pequeñito le gustaba juntar los ahorros de sus padres y apilarlas en un montoncito, contando hasta el último ryo—. Pero sí que acostumbré a resolver mis problemas comprándome caprichos.
»Y… qué sé yo. Simplemente tengo una pequeña racha de bajón. No es nada, en serio, en peores he estado y sé que volveré a estar en la ola. Es solo que… Mire, no veo a Nabi y Eri desde hace meses. Desde que están juntos… Juntos, juntos, me refiero, es como intentar quedar con un kusareño el día de la cosecha. ¿Sabe a lo que me…? Uy, perdón por la expresión. —Se corrigió de golpe. Shukaku tenía razón: a veces ni intentándolo sería más torpe—. Y Aiko… ¿Versión corta? Se fue con un tío de dos metros, morenazo y con el brazo más ancho que yo. Que yo me alegro que sea feliz, pero… —tomó aire y lo dejó escapar lentamente. Su voz apenas fue un murmullo débil y abatido:—. Pero hubiese preferido que fuese conmigo, supongo.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado