11/09/2019, 17:56
—Mmh... después de todo lo que tuvimos que hacer para traerla de vuelta del lago, eh... —respondió Hanabi. No estaba enfadado, ni siquiera decepcionado. Más bien parecía una respuesta triste—. Ya te avisé, Datsue, las cosas no siempre son fáciles ni salen como queremos. A veces es mejor pasar página, y ya está. —Frenó la marcha y se puso a su mismo nivel. Le puso una mano al hombro—. De todas formas, siempre es mejor apoyarse en la gente que en cosas materiales. Estoy seguro de que Eri y Nabi encontrarán algo de tiempo para ti, y entre tanto, me tienes a mi, ¿eh? Soy tu superior y eso no lo cambia nadie, pero eres uno de mis jounin más cercanos. ¡Después de todo por lo que hemos pasado, honestamente, te considero un buen amigo!
»Un amigo algo cabezota, es cierto —rio—, pero un amigo al fin y al cabo.
Datsue y Hanabi caminaron en silencio durante al menos media hora más, cuando encontraron un complejo montañoso inusitadamente escarpado, incluso para aquellos acantilados. Hanabi guió al Uchiha por una pequeña rampa y a través de la estrecha abertura de una cueva. Allá adentro estaba muy oscuro, pero de todas formas el Uzukage avanzaba con total seguridad, zigzagueando, descendiendo, dando media vuelta, luego girando a la izquierda... Datsue perdió la cuenta del tiempo que pasaron allí. Finalmente, llegaron a una estancia iluminada por antorchas de un extraño fuego rojo. La luz proyectaba sus largas sombras sobre un suelo de roca claramente construída por el hombre. Ladrillos rectangulares que se apilaban en las paredes, y que sustentaban sus pisadas. Al fondo, una marca cuadrada en la pared señalaba una entrada, pero no había picaporte ni cerradura.
—¿Te gusta? —dijo Hanabi con una radiante sonrisa—. Este sitio me trae muchos recuerdos. Lo hizo Shiona. Para nuestro grupo. Una especie de refugio secreto. Recuerdo la fascinación con la que entré aquí por primera vez. No pude ni dormir. Shiona dominaba el Fuuinjutsu a niveles que no alcanzarías a comprender. —Señaló una de las antorchas—. ¿Ves esto? No me preguntes cómo porque no tengo ni idea, pero selló el fuego. ¡El fuego! ¿Y esto? —Señaló a la puerta, y se acercó a ella con dos rápidas zancadas—. Espera y verás.
El Uzukage puso con delicadeza la palma de la mano en la pared. El segmento que hacía de puerta se iluminó de un color carmesí.
—Larga vida a Uzushiogakure no Sato.
Hubo un crujido, y luego, la losa de piedra se hundió un momento y se deslizó hacia abajo levantando una pequeña polvareda. Con otro clack se encajó bajo tierra, y reveló una modesta habitación iluminada con el mismo fuego rojo en una chimenea de ladrillos. El suelo y las paredes eran de madera, y habían cuatro camas dispuestas a sendos lados. En la pared contraria una escalera descendía aún más hacia abajo. Hanabi entró y se quedó mirando un cuadro encima de la chimenea con ojos nostálgicos.
—Ah... qué recuerdos —se lamentó, cruzándose de brazos.
Allí habían tres niños sonrientes posando con una Uzumaki Shiona idéntica a como Datsue la recordaba. Sarutobi Hanabi, Akimichi Yakisoba y Yotsuki Raimyogan, los tres pupilos de la Tercera Uzukage.
»Un amigo algo cabezota, es cierto —rio—, pero un amigo al fin y al cabo.
Datsue y Hanabi caminaron en silencio durante al menos media hora más, cuando encontraron un complejo montañoso inusitadamente escarpado, incluso para aquellos acantilados. Hanabi guió al Uchiha por una pequeña rampa y a través de la estrecha abertura de una cueva. Allá adentro estaba muy oscuro, pero de todas formas el Uzukage avanzaba con total seguridad, zigzagueando, descendiendo, dando media vuelta, luego girando a la izquierda... Datsue perdió la cuenta del tiempo que pasaron allí. Finalmente, llegaron a una estancia iluminada por antorchas de un extraño fuego rojo. La luz proyectaba sus largas sombras sobre un suelo de roca claramente construída por el hombre. Ladrillos rectangulares que se apilaban en las paredes, y que sustentaban sus pisadas. Al fondo, una marca cuadrada en la pared señalaba una entrada, pero no había picaporte ni cerradura.
—¿Te gusta? —dijo Hanabi con una radiante sonrisa—. Este sitio me trae muchos recuerdos. Lo hizo Shiona. Para nuestro grupo. Una especie de refugio secreto. Recuerdo la fascinación con la que entré aquí por primera vez. No pude ni dormir. Shiona dominaba el Fuuinjutsu a niveles que no alcanzarías a comprender. —Señaló una de las antorchas—. ¿Ves esto? No me preguntes cómo porque no tengo ni idea, pero selló el fuego. ¡El fuego! ¿Y esto? —Señaló a la puerta, y se acercó a ella con dos rápidas zancadas—. Espera y verás.
El Uzukage puso con delicadeza la palma de la mano en la pared. El segmento que hacía de puerta se iluminó de un color carmesí.
—Larga vida a Uzushiogakure no Sato.
Hubo un crujido, y luego, la losa de piedra se hundió un momento y se deslizó hacia abajo levantando una pequeña polvareda. Con otro clack se encajó bajo tierra, y reveló una modesta habitación iluminada con el mismo fuego rojo en una chimenea de ladrillos. El suelo y las paredes eran de madera, y habían cuatro camas dispuestas a sendos lados. En la pared contraria una escalera descendía aún más hacia abajo. Hanabi entró y se quedó mirando un cuadro encima de la chimenea con ojos nostálgicos.
—Ah... qué recuerdos —se lamentó, cruzándose de brazos.
Allí habían tres niños sonrientes posando con una Uzumaki Shiona idéntica a como Datsue la recordaba. Sarutobi Hanabi, Akimichi Yakisoba y Yotsuki Raimyogan, los tres pupilos de la Tercera Uzukage.