24/11/2015, 10:35
El chico pelirrojo fue el primero en intervenir.
—Bien, terminemos rápido con este absurdo juego en el que nos hemos visto envueltos, señorita, me haría el favor de dejarme un poco de espacio, sera tan solo un momento.
Ayame ladeó ligeramente la cabeza, sin saber muy bien qué debía esperar de su compañero. Sin embargo, se apartó, con un extraño nudo en el pecho. El chico entrelazó las manos en una larga secuencia de sellos bajo la atenta mirada de todos los presentes. Ni siquiera el búho le quitaba los ojos de encima, con un extraño brillo de curiosidad destelleando en ellos.
—¡Espera! ¿Qué vas a...? —exclamó Ayame, pero ya era demasiado tarde para interrumpirle.
El pelirrojo había estirado un brazo y flexionado el otro por detrás de su oreja. En cuestión de segundos, la lluvia o el aire, Ayame no habría sabido explicarlo muy bien, se condensaron y materializaron una figura arqueada que parecía estar constituida por rayos de luz de luna.
«¿Un arco de cristal?» Se había quedado momentáneamente maravillada por el color, el brillo y la textura de aquel arma que tanta familiaridad le antojaba.
Sin embargo, aquella fascinación se rompió en mil añicos cuando comprendió lo que estaba a punto de pasar.
—¡No! ¡ESPERA! —gritó, y se lanzó hacia delante para detenerlo.
La flecha pasó silbando por encima de su cabeza, y Ayame reprimió una exclamación acongojada. Aunque el búho ni siquiera pareció invertir demasiado esfuerzo en esquivar el proyectil. En el último momento, y con un grácil movimiento, el ave se alzó en vuelo y la saeta jamás llegó a rozar siquiera una de sus plumas.
Ayame suspiró, profundamente aliviada por el animal, pero se le volvería a caer el alma a los pies cuando vio cómo su objetivo se alejaba de la línea de árboles y se dirigía hacia aguas abiertas antes de que pudieran hacer nada por evitarlo. Sólo al cabo de algunos segundos de vuelo silencioso, los tres chicos verían que dejaba caer algo que terminó estallando una pequeña salpicadura en las tranquilas aguas.
—Oh, no... —balbuceó Ayame.
Y, sin pensárselo dos veces, se adelantó con dos zancadas y se zambulló en las aguas del Gran Lago de Amegakure.