15/09/2019, 21:22
(Última modificación: 15/09/2019, 21:24 por Umikiba Kaido. Editado 2 veces en total.)
—Esta es mi casa —sentenció, como si no tuviese absolutamente nada que perder.
La anciana se acorraló en una esquina y se sumió en un silencio digno de un monasterio, mientras la intrusa tomaba rumbo hacia las escaleras por las que, en aquella ocasión, había visto subir a Shannako. La puerta se abrió sin ningún impedimento, y tan sólo cinco escalones separaban la superficie del bar con la bodega que había visto Ayame con su ecolocación. Era un cuarto de ladrillos de arcilla, vetustos y mohosos. Un aroma a licor concentrado le azotó la nariz, mientras comprobaba la infinidad de cajas y botellas que servían de inventario para la tapadera del bar. El llamado de Kiroe rebotó en un eco sin receptor que acabó volviendo a su mismo emisor, aunque no sin haber obtenido su clamada recompensa.
El Amedama oyó un crujido, detrás de unas cajas. Los ladrillos fueron particionándose uno a uno en un sistema de polea que acabó por aperturar un pequeño agujero por el que podía pasar una persona. Tras el agujero sólo un borrón de oscuridad e incertidumbre le aguardaba con deseo.
¿Daruu quería colarse en la boca del lobo? no era necesario. El lobo le estaba invitando a sus fauces con toda la displicencia del mundo.
La plaza de los Delfines, sumida en la barbarie de los sectores menos populares y más turbulentos y peligrosos de Shinogi-To, fue elegida para entablar el primer encuentro con Naia. La locación estaba bien, ubicada en el corazón más decadente de la capital, y lo suficientemente lejos del Castillo del Lord Feudal, tal y como lo había pedido Shanise. También sin contingentes de la guardia real que pudieran perturbar el combate, de ser necesario. Ayame, no obstante, no estaba totalmente satisfecha con el agua proveída por Amenokami con sus llanto eterno, así que inundó el lugar con una técnica que, para el gusto de muchos, puede haber sido demasiado para lo que se quería, que no era otra cosa sino guardar las apariencias hasta que llegase Naia, al menos. Ahora, aún con la incertidumbre de si la Náyade mordería el anzuelo o no, Ayame había tentado a la suerte con el estruendo que causó la enorme ola de agua que trajo una gran devastación por su poderío. En un espacio tan cerrado y con tantas edificaciones a su alrededor, era evidente que el poder contenido de la colisión acuática no haría sino destruir todo a su paso, a tal punto de crear el cráter que permitía contener el agua en profundidad.
Demasiado alboroto, quizás, y demasiado temprano, tal vez.
La anciana se acorraló en una esquina y se sumió en un silencio digno de un monasterio, mientras la intrusa tomaba rumbo hacia las escaleras por las que, en aquella ocasión, había visto subir a Shannako. La puerta se abrió sin ningún impedimento, y tan sólo cinco escalones separaban la superficie del bar con la bodega que había visto Ayame con su ecolocación. Era un cuarto de ladrillos de arcilla, vetustos y mohosos. Un aroma a licor concentrado le azotó la nariz, mientras comprobaba la infinidad de cajas y botellas que servían de inventario para la tapadera del bar. El llamado de Kiroe rebotó en un eco sin receptor que acabó volviendo a su mismo emisor, aunque no sin haber obtenido su clamada recompensa.
El Amedama oyó un crujido, detrás de unas cajas. Los ladrillos fueron particionándose uno a uno en un sistema de polea que acabó por aperturar un pequeño agujero por el que podía pasar una persona. Tras el agujero sólo un borrón de oscuridad e incertidumbre le aguardaba con deseo.
¿Daruu quería colarse en la boca del lobo? no era necesario. El lobo le estaba invitando a sus fauces con toda la displicencia del mundo.
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La plaza de los Delfines, sumida en la barbarie de los sectores menos populares y más turbulentos y peligrosos de Shinogi-To, fue elegida para entablar el primer encuentro con Naia. La locación estaba bien, ubicada en el corazón más decadente de la capital, y lo suficientemente lejos del Castillo del Lord Feudal, tal y como lo había pedido Shanise. También sin contingentes de la guardia real que pudieran perturbar el combate, de ser necesario. Ayame, no obstante, no estaba totalmente satisfecha con el agua proveída por Amenokami con sus llanto eterno, así que inundó el lugar con una técnica que, para el gusto de muchos, puede haber sido demasiado para lo que se quería, que no era otra cosa sino guardar las apariencias hasta que llegase Naia, al menos. Ahora, aún con la incertidumbre de si la Náyade mordería el anzuelo o no, Ayame había tentado a la suerte con el estruendo que causó la enorme ola de agua que trajo una gran devastación por su poderío. En un espacio tan cerrado y con tantas edificaciones a su alrededor, era evidente que el poder contenido de la colisión acuática no haría sino destruir todo a su paso, a tal punto de crear el cráter que permitía contener el agua en profundidad.
Demasiado alboroto, quizás, y demasiado temprano, tal vez.