18/09/2019, 03:07
(Última modificación: 18/09/2019, 19:14 por Umikiba Kaido. Editado 3 veces en total.)
Y si no era un verdadero Hozuki, la realidad es que Daruu estuvo, por un momento, muy cerca de serlo. Porque aquella fue desde luego una estrategia envidiable que destrabó el primer obstáculo como si se tratase de untar mantequilla a una rodaja de pan. Su destreza con el suiton le permitió empapar el suelo lo suficiente como para poder esconderse en el agua y moverse a través de ella hacia el otro lado de la puerta. Sus ojos, llenos de luz purpúrea, se asomaron con sospecha y comprobaron que, efectivamente, no había nadie cerca. Ahora se encontraba en un pasillo cuyos muros disentían del típico concreto que rodeaba los túneles del alcantarillado y pasaba a tener una apariencia muy, pero muy similar a la del aquél pasillo que reventó con su bunshin. Ese pequeño pero importante detalle le certificaba que cada vez estaba más cerca de encontrar la entrada hacia la guarida de las Náyades.
El único destino que podía seguir ahora era continuar hacia adelante, donde unos metros en profundidad, se encontró con unos escalones en ascenso que para los ojos más críticos y cuidadosos, lucían sospechosos y, si me lo preguntáis a mí, un tanto endebles. La llama de dos antorchas —sostenidas por la estatua de dios efigies con cabeza de serpiente—. iluminaban la escalonada y daban, de alguna forma, una lúgubre y misteriosa bienvenida hacia una especie de piso superior que, hasta no subirlo del todo, iba a ser imposible discernir lo que había realmente tras el umbral.
Ayame, aún sumida en su disfraz, escuchó pasos. Pasos que chapoteaban en el agua desde algún intrincado callejón, de los tantos que rodeaban aquella plaza. El agua, aunque concentrada en el cráter que rodeaba los decadentes delfines de piedra, parecía ir escurriéndose a cuenta gota hacia otras callejuelas. Segundos más tarde, el agónico caminar de una verdadera depredadora finalmente le permitió saber de dónde provenía, y fue entonces cuando, finalmente, la vio.
Era ella. Era Naia.
¿Es que acaso Ayame la había visto alguna vez? puede que no. Pero si así fuera, realmente no haría mucha diferencia. Porque Nakura Naia era una mujer hermosa. De cuerpo, y de espíritu. Su andar. Su mirar. Era una atracción perenne. Un encanto avasallador. Para Ayame resultaba casi repugnante que su primera impresión —o la segunda, o la tercera—. fuera sentirse de esa manera respecto a la mujer que casi mata a su novio y que le arruinó la vida a una familia al seducir a su padre hasta la traición. Fue entonces cuando sintió el switch tirando hacia el otro lado en su interior, y todo lo que sentía en su corazónse convirtió en una vorágine de odio, rencor e ira. Meses y meses de resentimiento. ¿Qué era ese sabor de boca? ¿con que así se sentía querer realmente matar a alguien?
Su estómago revoloteaba. Su corazón palpitaba a mil por hora como un corcel indomable. Su henge... una araña pendiendo de un hilo fino. Muy fino.
—Mírate. De vuelta al servicio militar, ¿huh? como en los viejos tiempos—soltó con tono agraciado—. oí que lo habías dejado después de cortarle el gaznate a tu marido. Pobre hombre. Realmente no se lo merecía.
2 AO
El único destino que podía seguir ahora era continuar hacia adelante, donde unos metros en profundidad, se encontró con unos escalones en ascenso que para los ojos más críticos y cuidadosos, lucían sospechosos y, si me lo preguntáis a mí, un tanto endebles. La llama de dos antorchas —sostenidas por la estatua de dios efigies con cabeza de serpiente—. iluminaban la escalonada y daban, de alguna forma, una lúgubre y misteriosa bienvenida hacia una especie de piso superior que, hasta no subirlo del todo, iba a ser imposible discernir lo que había realmente tras el umbral.
. . .
En ocasiones, es mejor vivir siendo ignorante que morir por conocer aquello que no debías saber desde un principio.
En ocasiones, es mejor vivir siendo ignorante que morir por conocer aquello que no debías saber desde un principio.
Ayame, aún sumida en su disfraz, escuchó pasos. Pasos que chapoteaban en el agua desde algún intrincado callejón, de los tantos que rodeaban aquella plaza. El agua, aunque concentrada en el cráter que rodeaba los decadentes delfines de piedra, parecía ir escurriéndose a cuenta gota hacia otras callejuelas. Segundos más tarde, el agónico caminar de una verdadera depredadora finalmente le permitió saber de dónde provenía, y fue entonces cuando, finalmente, la vio.
Era ella. Era Naia.
¿Es que acaso Ayame la había visto alguna vez? puede que no. Pero si así fuera, realmente no haría mucha diferencia. Porque Nakura Naia era una mujer hermosa. De cuerpo, y de espíritu. Su andar. Su mirar. Era una atracción perenne. Un encanto avasallador. Para Ayame resultaba casi repugnante que su primera impresión —o la segunda, o la tercera—. fuera sentirse de esa manera respecto a la mujer que casi mata a su novio y que le arruinó la vida a una familia al seducir a su padre hasta la traición. Fue entonces cuando sintió el switch tirando hacia el otro lado en su interior, y todo lo que sentía en su corazónse convirtió en una vorágine de odio, rencor e ira. Meses y meses de resentimiento. ¿Qué era ese sabor de boca? ¿con que así se sentía querer realmente matar a alguien?
Su estómago revoloteaba. Su corazón palpitaba a mil por hora como un corcel indomable. Su henge... una araña pendiendo de un hilo fino. Muy fino.
—Mírate. De vuelta al servicio militar, ¿huh? como en los viejos tiempos—soltó con tono agraciado—. oí que lo habías dejado después de cortarle el gaznate a tu marido. Pobre hombre. Realmente no se lo merecía.
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