18/09/2019, 19:34
«C... C... Comida...»
Akame nunca se había arrepentido tanto de hacerle caso a su orgullo y buen juicio. ¿Quién sabía si en la —presunta— habitación del tal Ryuu se escondía todo un banquete bajo la cama? Al joven renegado, desde luego, le había parecido una posibilidad demasiado remota como para arriesgarse a contraer la ira de aquel a quien Money había llamado "el que reparte los golpetazos", «o algo así». Sin embargo, ahora se encontraba tumbado en la cama con la sensación de que iba a morir. Allí, tirado, de pura inanición. «Qué final de mierda, chico...»
Así, resistiéndose a que su épica epopeya terminase en un camastro y con la barriga hinchada por la desnutrición, Uchiha Akame reunió fuerzas para ponerse en pie y salir en busca de su apreciado benefactor; Money-san. ¿Se había pensado mejor la honorable propuesta de éste para saquear las dependencias de Ryuu? Probablemente no, pero aun así Akame se alegró cuando escuchó aquella voz melosa como un pegote de gelatina.
—¿O... Otohime? —llamó desde el otro lado de la estalagmita—. C... C... Comida... ¿Comida?
Si ya el pobre Akame era feo de por sí —y desfigurado, para más inri—, en esos momentos parecía un auténtico muerto viviente.
Akame nunca se había arrepentido tanto de hacerle caso a su orgullo y buen juicio. ¿Quién sabía si en la —presunta— habitación del tal Ryuu se escondía todo un banquete bajo la cama? Al joven renegado, desde luego, le había parecido una posibilidad demasiado remota como para arriesgarse a contraer la ira de aquel a quien Money había llamado "el que reparte los golpetazos", «o algo así». Sin embargo, ahora se encontraba tumbado en la cama con la sensación de que iba a morir. Allí, tirado, de pura inanición. «Qué final de mierda, chico...»
Así, resistiéndose a que su épica epopeya terminase en un camastro y con la barriga hinchada por la desnutrición, Uchiha Akame reunió fuerzas para ponerse en pie y salir en busca de su apreciado benefactor; Money-san. ¿Se había pensado mejor la honorable propuesta de éste para saquear las dependencias de Ryuu? Probablemente no, pero aun así Akame se alegró cuando escuchó aquella voz melosa como un pegote de gelatina.
—¿O... Otohime? —llamó desde el otro lado de la estalagmita—. C... C... Comida... ¿Comida?
Si ya el pobre Akame era feo de por sí —y desfigurado, para más inri—, en esos momentos parecía un auténtico muerto viviente.