23/09/2019, 20:54
Akame contuvo la respiración. Los efectos de su a priori alocada propuesta no tardaron en hacerse palpables, y bien palpables. La estupefacción en el rostro de Zaide, la anticipación y el alivio en el de Money; que ya veía aquel sello explosivo lejos de su preciado gaznate. El aire se cargó de tensión durante unos momentos, Akame había aprendido a base de palos que con tíos como aquel Uchiha cabeza rapada, nunca las podías tener todas contigo. No obstante... «¿Se lo está pensando? ¡Se lo está pensando! ¡Por las tetas de Amaterasu!» Ni en un millón de años el joven renegado habría apostado a que semejante jugada a la desesperada iba a salirle bien, pero así había sido. Uchiha Zaide se unía a Sekiryuu, la asamblea decretaba poner fin a la caza de sangre decretada contra él, y su pequeña fraternidad se habría ganado un enemigo menos y un poderoso aliado más. ¡Era el plan perfecto!
«Uchiha Akame, pedazo de bandido. ¡Qué sesera tienes!», se alabó mentalmente el joven, mientras Money aportaba su granito de arena con efusividad. Desde luego, que tener a aquel tipo cerca había sido un plus. Dudaba mucho que otros miembros de Dragón Rojo tuvieran su olfato para los buenos negocios y su labia. Akame le dedicó un asentimiento mudo. Sin embargo, todavía quedaba una aspereza por limar. Y no sólo en el pasado de Zaide.
Akame se revolvió en el sitio, incómodo. Durante su travesía desde Tanzaku Gai hasta allí nunca se había planteado aquello. Era una información que su cerebro había tenido a bien olvidar, o más bien remendar con torpes puntadas, todo en pos del fin último de cualquier ser vivo; seguir estándolo. Sin embargo, ahora Zaide se la ponía en la cara. ¿Que cómo iba a hacerlo...?
Arrojándole encima una pila de argumentaciones lógicas que serían capaces de aburrir a un profesor de matemáticas.
—En Sekiryuu todo se decide por votación asamblearia, así que técnicamente la responsabilidad de ordenar su muerte es colectiva. De hecho, dudo muchísimo que la caza de sangre fuera llamada sobre Kageyama Koko. Era tu cabeza la que tenía una diana pintada, ella sólo fue... Ella murió porque tú la secuestraste. Porque tú la jodiste —el Uchiha sintió una furia primitiva borbotear en su estómago, pero se obligó a aplacarla—. Y el que empuñó el acero, en cualquier caso, no fue Ryuu, sino Katame. Y Kaido ya se encargó de ese tipejo.
Se cruzó de brazos. La figura espectral a su alrededor se desvaneció, aunque el Mangekyō seguía presente en los ojos de Akame, como una espiral eterna.
—Así que te voy a decir por qué deberías aceptarlo, Zaide. Por la misma razón que yo lo hice: para sobrevivir. No, joder. Para vivir, por primera vez en quién sabe cuánto tiempo. Porque la gente como tú y como yo, merece vivir en libertad.
«Uchiha Akame, pedazo de bandido. ¡Qué sesera tienes!», se alabó mentalmente el joven, mientras Money aportaba su granito de arena con efusividad. Desde luego, que tener a aquel tipo cerca había sido un plus. Dudaba mucho que otros miembros de Dragón Rojo tuvieran su olfato para los buenos negocios y su labia. Akame le dedicó un asentimiento mudo. Sin embargo, todavía quedaba una aspereza por limar. Y no sólo en el pasado de Zaide.
Akame se revolvió en el sitio, incómodo. Durante su travesía desde Tanzaku Gai hasta allí nunca se había planteado aquello. Era una información que su cerebro había tenido a bien olvidar, o más bien remendar con torpes puntadas, todo en pos del fin último de cualquier ser vivo; seguir estándolo. Sin embargo, ahora Zaide se la ponía en la cara. ¿Que cómo iba a hacerlo...?
Arrojándole encima una pila de argumentaciones lógicas que serían capaces de aburrir a un profesor de matemáticas.
—En Sekiryuu todo se decide por votación asamblearia, así que técnicamente la responsabilidad de ordenar su muerte es colectiva. De hecho, dudo muchísimo que la caza de sangre fuera llamada sobre Kageyama Koko. Era tu cabeza la que tenía una diana pintada, ella sólo fue... Ella murió porque tú la secuestraste. Porque tú la jodiste —el Uchiha sintió una furia primitiva borbotear en su estómago, pero se obligó a aplacarla—. Y el que empuñó el acero, en cualquier caso, no fue Ryuu, sino Katame. Y Kaido ya se encargó de ese tipejo.
Se cruzó de brazos. La figura espectral a su alrededor se desvaneció, aunque el Mangekyō seguía presente en los ojos de Akame, como una espiral eterna.
—Así que te voy a decir por qué deberías aceptarlo, Zaide. Por la misma razón que yo lo hice: para sobrevivir. No, joder. Para vivir, por primera vez en quién sabe cuánto tiempo. Porque la gente como tú y como yo, merece vivir en libertad.