23/09/2019, 22:11
Había demasiadas personas como para buscar utilizando solo sus ojos. Llamarle a gritos tampoco era una opción: no solo le agitaría más de lo necesario, sino que su voz juvenil poco podría imponerse ante el fervor del evento. Recordó que había una especie de estación de carretas en los que quienes recién llegaban eran recibidos por un muro de personas sosteniendo blancos papeles con nombres escritos.
«¿Y eso para qué?», se preguntó a sí mismo, para luego acercarse a una anciana y expresar dicha pregunta.
—Habiendo tanta gente, es difícil encontrar a quienes esperan. Por eso es costumbre el alzar sobre los brazos un cartel con el nombre de quien estas esperando —le contesto, con la afabilidad de una abuelita.
Aquello le pareció ingenioso y fascinante.
De una caja de manzanas tomo un cuadro de cartón blanco tan grande como su cuerpo, y al no tener un pincel, recurrió a uno de los muchos trozos de carbón verdoso que había desperdigados por el suelo. En una letra impecable escribió el nombre de la persona que debía de encontrarle; pero como no sabía en donde podría estar, decidió caminar por la calle principal llevando en alto aquel exagerado y vistoso cartel que rezaba:
Él se mantenía mirando de un lado a otro con expectación, mientras la gente le miraba, reprochando de cuanto loco se instalaba en la ciudad con motivo de la gran competición.
Por otra parte, el evento estaba muy bien organizado; pero la gente seguía siendo aficionada a las habladurías y había muchos rumores contradictorios. Según los lineamientos oficiales, varios de los premios incluían contratos cuantiosos para montar y dirigir herrerías con máquinas modernas; pero según los rumores de taberna, había herrerías y grupos que apuntaban a los talentos inesperados: les ofrecían un patrocinio con el compromiso de que se destacasen en los juegos, de manera que se ganaran un buen contrato. De dicho contrato se beneficiaría (a veces con un porcentaje de usura) el primer patrocinador. Por tanto, el que tan “ganador” se saliera de la competencia no solo dependía de la habilidad pura, sino que también de la astucia para hacer los negocios más convenientes en el momento justo.
«¿Y eso para qué?», se preguntó a sí mismo, para luego acercarse a una anciana y expresar dicha pregunta.
—Habiendo tanta gente, es difícil encontrar a quienes esperan. Por eso es costumbre el alzar sobre los brazos un cartel con el nombre de quien estas esperando —le contesto, con la afabilidad de una abuelita.
Aquello le pareció ingenioso y fascinante.
De una caja de manzanas tomo un cuadro de cartón blanco tan grande como su cuerpo, y al no tener un pincel, recurrió a uno de los muchos trozos de carbón verdoso que había desperdigados por el suelo. En una letra impecable escribió el nombre de la persona que debía de encontrarle; pero como no sabía en donde podría estar, decidió caminar por la calle principal llevando en alto aquel exagerado y vistoso cartel que rezaba:
Eikyuu Juro
Él se mantenía mirando de un lado a otro con expectación, mientras la gente le miraba, reprochando de cuanto loco se instalaba en la ciudad con motivo de la gran competición.
***
Por otra parte, el evento estaba muy bien organizado; pero la gente seguía siendo aficionada a las habladurías y había muchos rumores contradictorios. Según los lineamientos oficiales, varios de los premios incluían contratos cuantiosos para montar y dirigir herrerías con máquinas modernas; pero según los rumores de taberna, había herrerías y grupos que apuntaban a los talentos inesperados: les ofrecían un patrocinio con el compromiso de que se destacasen en los juegos, de manera que se ganaran un buen contrato. De dicho contrato se beneficiaría (a veces con un porcentaje de usura) el primer patrocinador. Por tanto, el que tan “ganador” se saliera de la competencia no solo dependía de la habilidad pura, sino que también de la astucia para hacer los negocios más convenientes en el momento justo.