24/09/2019, 16:31
Habría mentido si hubiese afirmado que se sentía tan calmada como trataba de aparentar con aquella fachada. Ayame respiraba hondo, una y otra vez. Porque la rabia, la ira y la cólera seguían hirviendo en sus venas, haciendo arder sus entrañas, llenándola de adrenalina y tentándola a saltar hacia delante y atacar a Naia con uñas y dientes. Lo sentía cada vez que miraba aquel rostro angelical y aquel cuerpo sinuoso que parecía tallado por la mano de los dioses. La presencia de aquella mujer era casi abrumadora, imposible de ignorar, y tan poderosa como la de su padre. Pero no podía permitirse algo así. Aquello no era un combate de entrenamiento, y cualquier mínimo desliz no se saldaría con un simple rapapolvo y un par de días de reposo. Ayame lo sabía bien, lo sabía por ella misma y lo sabía por sus seres queridos. Aquello iba más allá de la simple venganza: debía protegerlos. A todos. Pero también sabía que no lograría mantener el temple necesario para mantener su disfraz mucho más tiempo. Y su vida pendía de un hilo, igual que su transformación.
El reloj de arena se había dado la vuelta hacía varios minutos, y cada grano de arena jugaba en su contra.
«Allá vamos...»
Fue la víbora la que dio punto y final a aquel tenso suspense, atacando con los colmillos por delante. Y fue en forma de tres agujas que lanzó con una destreza casi felina y que cortaron el aire en dirección a Kiroe.
«Es diestra... Muy diestra. Y desde luego más que yo...» Maldecía para sí. No ayudaba el hecho de que no supiera absolutamente nada sobre su adversario, más allá de que tenía técnicas de seducción.
Pero la kunoichi estaba preparada para una ofensiva así, y los siete metros que las separaban eran más que suficientes para terminar de juntar las manos en el sello del Tigre y expeler una bala de agua, que no sólo desviaría las agujas, sino que además se abalanzaría sobre Naia.
Aquel era el pistoletazo de salida.
El reloj de arena se había dado la vuelta hacía varios minutos, y cada grano de arena jugaba en su contra.
«Allá vamos...»
Fue la víbora la que dio punto y final a aquel tenso suspense, atacando con los colmillos por delante. Y fue en forma de tres agujas que lanzó con una destreza casi felina y que cortaron el aire en dirección a Kiroe.
«Es diestra... Muy diestra. Y desde luego más que yo...» Maldecía para sí. No ayudaba el hecho de que no supiera absolutamente nada sobre su adversario, más allá de que tenía técnicas de seducción.
Pero la kunoichi estaba preparada para una ofensiva así, y los siete metros que las separaban eran más que suficientes para terminar de juntar las manos en el sello del Tigre y expeler una bala de agua, que no sólo desviaría las agujas, sino que además se abalanzaría sobre Naia.
Aquel era el pistoletazo de salida.