25/09/2019, 10:16
Las manos de Naia se movieron veloces, encadenando a toda velocidad una serie de sellos que levantaron un muro de piedra con las fauces de una serpiente grabadas en la tierra. La bala de agua impactó con todas sus fuerzas contra el muro, pero nada pudo hacer frente a aquel paredón, que engulló la bala de agua sin tan siquiera inmutarse.
«Doton...» Se anotó mentalmente Ayame, con cierto deje de molestia. Naia también tenía la superioridad del elemento, pero al menos no blandía el Raiton, su peor enemigo.
Una sombra surgió desde el flanco izquierdo del muro y Kiroe la siguió con la mirada mientras daba un par de zancadas hacia ella y volvía a lanzar dos de aquellas molestas agujas, directas a su cuello y su pierna izquierda.
—Lo siento, cielo. No soy partidaria de la acupuntura, jiji —dijo Kiroe, sacando algo del portaobjetos que llevaba tras su espalda y girando el cuerpo a la derecha lo justo para que pasaran de largo. Y tanto giró que sus pies perdieron el contacto con los delfines en los que había estado apoyada. Sin embargo, antes del fatal desenlace, Kiroe arrojó algo contra el suelo. La bomba estalló contra los delfines, liberando una nube de humo que cubrió el área de combate en seis metros a la redonda.
Se escuchó una salpicadura, seguida de un par de notas canturreadas al aire.
«¿Dónde te escondes, víbora?» Pensaba Ayame, desplegando rápidamente el arco de su muñeca. Estaba empleando la ecolocalización, no sólo para detectar la posición de la mujer que le había arrojado aquellas agujas y devolverle una flecha certera entre pecho y espalda, sino para asegurarse de que no hubiese ninguna sorpresa adicional detrás de aquel muro.
«Doton...» Se anotó mentalmente Ayame, con cierto deje de molestia. Naia también tenía la superioridad del elemento, pero al menos no blandía el Raiton, su peor enemigo.
Una sombra surgió desde el flanco izquierdo del muro y Kiroe la siguió con la mirada mientras daba un par de zancadas hacia ella y volvía a lanzar dos de aquellas molestas agujas, directas a su cuello y su pierna izquierda.
—Lo siento, cielo. No soy partidaria de la acupuntura, jiji —dijo Kiroe, sacando algo del portaobjetos que llevaba tras su espalda y girando el cuerpo a la derecha lo justo para que pasaran de largo. Y tanto giró que sus pies perdieron el contacto con los delfines en los que había estado apoyada. Sin embargo, antes del fatal desenlace, Kiroe arrojó algo contra el suelo. La bomba estalló contra los delfines, liberando una nube de humo que cubrió el área de combate en seis metros a la redonda.
Se escuchó una salpicadura, seguida de un par de notas canturreadas al aire.
«¿Dónde te escondes, víbora?» Pensaba Ayame, desplegando rápidamente el arco de su muñeca. Estaba empleando la ecolocalización, no sólo para detectar la posición de la mujer que le había arrojado aquellas agujas y devolverle una flecha certera entre pecho y espalda, sino para asegurarse de que no hubiese ninguna sorpresa adicional detrás de aquel muro.