25/09/2019, 15:55
Akame tuvo que aguantarse una carcajada ácida. «Casi a misión de rango C por caja. Y este tío las va derrochando, casi parece que le sobren los puros. Somos de dos mundos totalmente distintos», se dijo el exninja. Desde luego, la vida shinobi pocas veces iba aparejada del lujo y el dinero, sino más bien de la crudeza y andar siempre justo de pelas. No se arrepentía de haber cambiado de vida, en ese sentido. Con aquel pensamiento y una media sonrisa en la boca, fumó otra calada y saboreó el exquisito tabaco. Akame nunca había sido una persona materialista, pero tuvo que admitir que era fácil cogerle el gusto a lo bueno.
—Con eso me vale, socio —escupió aquella palabra, una forma tan habitual de dirigirse los unos a los otros entre los rateros, que había escuchado mucho cuando era un yonki vagabundeando por las calles de Tanzaku Gai—. Si tú cumples, yo cumplo. Cuando yo haya pasado a cuchillo a esas Trillizas de la Tormenta, tú te aseguras de que la moza quede en buen sitio.
No hubo apretón de manos, pero el Uchiha esperó que aquel trato estuviese claro, y bien claro. De repente, un vozarrón retumbó por las cavidades de Ryuuguu-jō, y Akame no pudo evitar reconocer a su dueño. Dio una última calada al puro y luego lo arrojó al suelo —todavía a la mitad—, sin apagarlo siquiera. Miró a Money un momento antes de volver a activar el Sharingan.
—Parece que el Hijo Pródigo ha vuelto a su Templo.
De detrás de una estalagmita surgió la figura de aquel que había sido llamado. Kaido podría verla tal y como la recordaba, en principio; delgaducha, poco imponente, ataviado con el mismo yukata índigo y pantalones bombachos de tela azul oscura, ceñidos a las botas negras. Akame llevaba sus portaobjetos, pero la mitad carbonizada de su rostro ya no se encontraba oculta por las vendas. En lugar de eso, dos sencillas tiras estaban anudadas en torno a su frente —en el lugar que antaño había ocupado su bandana de Uzushio—, sujetando una pluma de color azul eléctrico que llevaba sobre la oreja izquierda.
—Aquí me tienes, Kaido-san —saludó a su querido Tiburón—. Yo ya no me escondo. Nunca más.
Akame era consciente de que provocar a aquel tipo no era la mejor de las ideas; pero, por otra parte... «El muy traidor me abandonó en aquel barco para que Shaneji me echara a los tiburones. Que se joda.» Se cruzó de brazos, sin perder un detalle. No iba a bajar la guardia, pero sí que pensaba hablar claro.
—Como ves, tu colega no tuvo mucha puntería intentando matarme, aunque no precisamente gracias a ti, tritón hijo de puta —se estiró del cuello del yukata para dejar a la vista parte del tatuaje de Sekiryuu, que le cubría todo el hombro y parte del cuello—. A pesar de todo, ahora somos hermanos de juramento, y nuestros enemigos parece que se multiplican como malditas esporas a cada día que pasa. No es momento para disputas.
—Con eso me vale, socio —escupió aquella palabra, una forma tan habitual de dirigirse los unos a los otros entre los rateros, que había escuchado mucho cuando era un yonki vagabundeando por las calles de Tanzaku Gai—. Si tú cumples, yo cumplo. Cuando yo haya pasado a cuchillo a esas Trillizas de la Tormenta, tú te aseguras de que la moza quede en buen sitio.
No hubo apretón de manos, pero el Uchiha esperó que aquel trato estuviese claro, y bien claro. De repente, un vozarrón retumbó por las cavidades de Ryuuguu-jō, y Akame no pudo evitar reconocer a su dueño. Dio una última calada al puro y luego lo arrojó al suelo —todavía a la mitad—, sin apagarlo siquiera. Miró a Money un momento antes de volver a activar el Sharingan.
—Parece que el Hijo Pródigo ha vuelto a su Templo.
—
De detrás de una estalagmita surgió la figura de aquel que había sido llamado. Kaido podría verla tal y como la recordaba, en principio; delgaducha, poco imponente, ataviado con el mismo yukata índigo y pantalones bombachos de tela azul oscura, ceñidos a las botas negras. Akame llevaba sus portaobjetos, pero la mitad carbonizada de su rostro ya no se encontraba oculta por las vendas. En lugar de eso, dos sencillas tiras estaban anudadas en torno a su frente —en el lugar que antaño había ocupado su bandana de Uzushio—, sujetando una pluma de color azul eléctrico que llevaba sobre la oreja izquierda.
—Aquí me tienes, Kaido-san —saludó a su querido Tiburón—. Yo ya no me escondo. Nunca más.
Akame era consciente de que provocar a aquel tipo no era la mejor de las ideas; pero, por otra parte... «El muy traidor me abandonó en aquel barco para que Shaneji me echara a los tiburones. Que se joda.» Se cruzó de brazos, sin perder un detalle. No iba a bajar la guardia, pero sí que pensaba hablar claro.
—Como ves, tu colega no tuvo mucha puntería intentando matarme, aunque no precisamente gracias a ti, tritón hijo de puta —se estiró del cuello del yukata para dejar a la vista parte del tatuaje de Sekiryuu, que le cubría todo el hombro y parte del cuello—. A pesar de todo, ahora somos hermanos de juramento, y nuestros enemigos parece que se multiplican como malditas esporas a cada día que pasa. No es momento para disputas.