26/09/2019, 05:33
(Última modificación: 26/09/2019, 05:38 por Umikiba Kaido. Editado 1 vez en total.)
Cuán difícil fue enterarse de esa manera que Danbaku había sido solo un producto. Un juguete maltratado y hostigado hasta el punto de alcanzar una sugestión tan poderosa que le convirtió, finalmente, en algo impropio de su persona; pagando así un precio demasiado grande... que no fue otro sino la muerte definitiva a manos de su propia esposa.
Una historia trágica, sin duda. Con un inmerecido desenlace.
El destino, no obstante, es tan caprichoso para uno como lo es para el otro. Y siempre, óiganme bien; siempre... da segundas oportunidades. De corregir caminos. De enmendar errores. De cambiar destinos. Ahora Amedama Daruu tenía la suya. Con la verdad en la mano, sólo podía hacer una cosa. Acabar con esas hijas de puta, con la fiereza y el ensañamiento de la mismísima Amekoro Yui.
La cuarta habitación supuso ser todo un enigma. No parecía habitada recientemente, sus sábanas estaban hechas y pulcras, y el escaparate parecía vacío salvo algunas túnicas. No tenía mesa de noche, ni valijas, ni armarios.
Una de esas túnicas, no obstante, tenía grabado un símbolo redondo con cuatro líneas transversales ligeramente onduladas, en color negro. ¿Sabría Daruu su significado, o quedaría en un mero simbolismo sin identificar?
Daruu tira tantos dados de inteligencia/10 a una dificultad de 8. La dificultad disminuye en -1 si ha interactuado en algún tema de su cronología con un miembro del clan Nara. Si ya conoce el símbolo, tomémoslo como éxito automático.
El impulso de chakra le llevó un par de metros hacia el interior del oscuro salón, que con su acercamiento hasta el trono —un sillón de piedra oscura como el ébano—. activó una especie de sistema automático de iluminación. Una veintena de candelabros se encendieron al unísono, y las llamas de un intenso color azul se fueron iluminando una tras otra hasta rodear la totalidad de aquél enorme vestíbulo oval. El fuego azul permitió entonces que Daruu comprendiera que se encontraba, muy probablemente, en la cámara principal de la guarida de las Náyades y en su centro de operaciones. La habitación tenía mesas, con docenas de pergaminos, abiertos y cerrados. Estanterías con libros de iryoninjutsu y otras artes arcanas. Tomos de ciencia y medicina. Fundamentos de operaciones, y autopsias. Todo lo necesario para que alguien supiera lo básico del cuerpo humano y de cómo coño sacar un par de ojos a punta de fuerza sin dañar el órgano en cuestión, vaya.
También había un escaparte con pequeños trofeos. Frascos, similares a los que Ayame quebró con júbilo allá en los Campos de Trigo, y que transportaba el carruaje de los mafiosos.
Había al menos unos diez. Algunos tenían tres aspas grabadas en una intensa retina roja. Otros eran, sencillamente, de un color habitual.
¿Los suyos? demasiado especiales para estar a simple vista. Demasiado importantes para juntar con los de la plebe.
Fue entonces cuando volvió a escuchar un siseo, ahora más intenso. Como si fueran cientas lenguas viperinas sacudiéndose al unísono, alertándose las unas a las otras de una visita indeseada. Los sonidos rastreros venían de todos lados, más su epicentro residía detrás de aquél mueble de piedra, donde parecía haber un agujero de al menos dos metros de diámetro. Su interior, a diferencia del resto de la sala, seguía oscuro. Muy oscuro.
... pero antes de que Ayame intentara evitar las nuevas agujas, sintió que algo se cernía inevitablemente sobre su pierna izquierda. Fue como un agijonazo por partida doble que se encajó en su piel con escozor. Dolía, dolía como si le hubiesen clavado un par de clavos, y Ayame no estaba acostumbrada a ese tipo de dolores. No siendo una Hozuki.
Lo cierto es que, Kiroe estaba tan concentrada en mantener la transformación, minuto tras minuto, que aún con sus grandes capacidades de reacción fue incapaz de discernir ese peligro que la acechaba desde el principio en subterfugio. Se trataba de una serpiente de unos ochenta centímetros de largo —de la familia Colubridae—- de piel olivácea con carenadas escamas en el dorso. Naia había tenido el decoro de invocarla antes de hacer su ingreso terrenal al combate, aprovechando la destrucción del terreno y de los muchos puntos ciegos de acceso hasta el profundo lago para que la misma se escabullera hasta las oscuras aguas y acechara a Kiroe, allá en la estatua. La cháchara, el constante parloteo, el muro de tierra, y el constante acoso con los senbon y claro, el henge, se habían convertido en un cúmulo de cosas a las que prestar atención como para que el desliz de una pequeña serpiente alzara las alarmas.
Los colmillos del animal se retrayeron tras inyectar su veneno y se escabulló nuevamente al lago.
Una historia trágica, sin duda. Con un inmerecido desenlace.
El destino, no obstante, es tan caprichoso para uno como lo es para el otro. Y siempre, óiganme bien; siempre... da segundas oportunidades. De corregir caminos. De enmendar errores. De cambiar destinos. Ahora Amedama Daruu tenía la suya. Con la verdad en la mano, sólo podía hacer una cosa. Acabar con esas hijas de puta, con la fiereza y el ensañamiento de la mismísima Amekoro Yui.
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La cuarta habitación supuso ser todo un enigma. No parecía habitada recientemente, sus sábanas estaban hechas y pulcras, y el escaparate parecía vacío salvo algunas túnicas. No tenía mesa de noche, ni valijas, ni armarios.
Una de esas túnicas, no obstante, tenía grabado un símbolo redondo con cuatro líneas transversales ligeramente onduladas, en color negro. ¿Sabría Daruu su significado, o quedaría en un mero simbolismo sin identificar?
Daruu tira tantos dados de inteligencia/10 a una dificultad de 8. La dificultad disminuye en -1 si ha interactuado en algún tema de su cronología con un miembro del clan Nara. Si ya conoce el símbolo, tomémoslo como éxito automático.
El impulso de chakra le llevó un par de metros hacia el interior del oscuro salón, que con su acercamiento hasta el trono —un sillón de piedra oscura como el ébano—. activó una especie de sistema automático de iluminación. Una veintena de candelabros se encendieron al unísono, y las llamas de un intenso color azul se fueron iluminando una tras otra hasta rodear la totalidad de aquél enorme vestíbulo oval. El fuego azul permitió entonces que Daruu comprendiera que se encontraba, muy probablemente, en la cámara principal de la guarida de las Náyades y en su centro de operaciones. La habitación tenía mesas, con docenas de pergaminos, abiertos y cerrados. Estanterías con libros de iryoninjutsu y otras artes arcanas. Tomos de ciencia y medicina. Fundamentos de operaciones, y autopsias. Todo lo necesario para que alguien supiera lo básico del cuerpo humano y de cómo coño sacar un par de ojos a punta de fuerza sin dañar el órgano en cuestión, vaya.
También había un escaparte con pequeños trofeos. Frascos, similares a los que Ayame quebró con júbilo allá en los Campos de Trigo, y que transportaba el carruaje de los mafiosos.
Había al menos unos diez. Algunos tenían tres aspas grabadas en una intensa retina roja. Otros eran, sencillamente, de un color habitual.
¿Los suyos? demasiado especiales para estar a simple vista. Demasiado importantes para juntar con los de la plebe.
Fue entonces cuando volvió a escuchar un siseo, ahora más intenso. Como si fueran cientas lenguas viperinas sacudiéndose al unísono, alertándose las unas a las otras de una visita indeseada. Los sonidos rastreros venían de todos lados, más su epicentro residía detrás de aquél mueble de piedra, donde parecía haber un agujero de al menos dos metros de diámetro. Su interior, a diferencia del resto de la sala, seguía oscuro. Muy oscuro.
Srsrsrsrssssszzzz
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... pero antes de que Ayame intentara evitar las nuevas agujas, sintió que algo se cernía inevitablemente sobre su pierna izquierda. Fue como un agijonazo por partida doble que se encajó en su piel con escozor. Dolía, dolía como si le hubiesen clavado un par de clavos, y Ayame no estaba acostumbrada a ese tipo de dolores. No siendo una Hozuki.
Lo cierto es que, Kiroe estaba tan concentrada en mantener la transformación, minuto tras minuto, que aún con sus grandes capacidades de reacción fue incapaz de discernir ese peligro que la acechaba desde el principio en subterfugio. Se trataba de una serpiente de unos ochenta centímetros de largo —de la familia Colubridae—- de piel olivácea con carenadas escamas en el dorso. Naia había tenido el decoro de invocarla antes de hacer su ingreso terrenal al combate, aprovechando la destrucción del terreno y de los muchos puntos ciegos de acceso hasta el profundo lago para que la misma se escabullera hasta las oscuras aguas y acechara a Kiroe, allá en la estatua. La cháchara, el constante parloteo, el muro de tierra, y el constante acoso con los senbon y claro, el henge, se habían convertido en un cúmulo de cosas a las que prestar atención como para que el desliz de una pequeña serpiente alzara las alarmas.
Los colmillos del animal se retrayeron tras inyectar su veneno y se escabulló nuevamente al lago.