27/09/2019, 14:07
—¡Espera! —llamó Ayame, sujetándola firmemente del brazo para que la escuchase—. ¡A esta velocidad, cualquier mínimo bache nos hará volar por los aires si vamos por el tejado! No. Mejor vayamos hacia la sala de máquinas. Tenemos que ver qué ha pasado.
Eri asintió, siguiendo a la morena que había tomado la delantera. Con la velocidad que había tomado el tren la primera chica tuvo dificultades para poder cruzar al anterior vagón, y con su ayuda la pelirroja logró pasar tomándola de la mano para evitar contratiempos. Sin embargo, un escalofrío recorrió a Eri tras escuchar como el vagón en el que habían sentido como todo ocurría se descolgaba de los otros dos.
En el poco tiempo en el que se desestabilizó, no tardó en caer y rodar sobre sí mismo, destrozando la mayoría de lo que había sido un espléndido vagón: cristales, madera, metal; todo pareció volar por los golpes hasta que, por fin, se quedó inmóvil.
—¡MANASE-SAN! —chilló Eri al percatarse que Mogura no había podido salir del vagón a tiempo. Eri sujetó a Ayame quien había alzado una mano, sin embargo, antes de poder volver atrás para comprobar si su compañero estaba bien, necesitaban parar aquel tren.
Agitó a Ayame para llamar su atención y se internó en el vagón.
—¡No hay tiempo que perder, vamos a ver qué ocurre! —alentó la kunoichi del remolino, volviendo a andar con dificultad hacia el último vagón antes de dar con la sala de máquinas.
Eri asintió, siguiendo a la morena que había tomado la delantera. Con la velocidad que había tomado el tren la primera chica tuvo dificultades para poder cruzar al anterior vagón, y con su ayuda la pelirroja logró pasar tomándola de la mano para evitar contratiempos. Sin embargo, un escalofrío recorrió a Eri tras escuchar como el vagón en el que habían sentido como todo ocurría se descolgaba de los otros dos.
En el poco tiempo en el que se desestabilizó, no tardó en caer y rodar sobre sí mismo, destrozando la mayoría de lo que había sido un espléndido vagón: cristales, madera, metal; todo pareció volar por los golpes hasta que, por fin, se quedó inmóvil.
—¡MANASE-SAN! —chilló Eri al percatarse que Mogura no había podido salir del vagón a tiempo. Eri sujetó a Ayame quien había alzado una mano, sin embargo, antes de poder volver atrás para comprobar si su compañero estaba bien, necesitaban parar aquel tren.
Agitó a Ayame para llamar su atención y se internó en el vagón.
—¡No hay tiempo que perder, vamos a ver qué ocurre! —alentó la kunoichi del remolino, volviendo a andar con dificultad hacia el último vagón antes de dar con la sala de máquinas.